Hace casi dos años la editorial Hum propuso una mesa redonda que pretendía explorar un “nuevo canon” de la literatura uruguaya. Los autores implicados eran Felipe Polleri, Ercole Lissardi, Gustavo Espinosa y Roberto Echavarren, y como los cuatro venían siendo publicados por Hum había, se dijo por ahí, algo de humorada en la propuesta. Pero también cabía tomársela en serio, o al menos lo suficientemente en serio como para usar esa coincidencia de cuatro escrituras tan diferentes como pretexto para ponerse a pensar en una nueva literatura uruguaya y un nuevo canon.

Está claro que una manera de reformatear la escena literaria -o de reescribir el canon- pasa por operar en retrospectiva. Así, reeditar ciertos libros relativamente inconseguibles o más o menos olvidados -o que pasaron más o menos desapercibidos en su momento- se vuelve una afirmación cargada de sentido, como si se estuviera interviniendo en la historia, modificándola.

Por estas fechas, entonces, Hum y Estuario han lanzado Aurora lunar, la primera novela de Ercole Lissardi, Adiós Diomedes, de Leandro Delgado, y El increíble Springer, de Damián González Bertolino, retrabajando así su propuesta de un nuevo canon uruguayo.

Vale la pena leer el primero de estos libros en el contexto más amplio de la obra de Lissardi. Como primera del “vendaval de novelas” invocado por las solapas de los libros del autor editados por Hum, llaman la atención lo rotundo de su irrupción en la escena local, su magnífico pulso narrativo y la claridad y lucidez de su propuesta. No será la mejor novela de Lissardi (al menos para mí), pero difícilmente pueda pensársela como “verde” (no me refiero a la antigua “franja verde”, aclaro, ni tampoco al consabido verdor de ciertos viejos) o asignársele los adjetivos más comunes a la hora de referirse a las primeras obras, todavía inmaduras, de algunos escritores. El Lissardi de Aurora lunar tiene tan claro lo que quiere y cómo conseguirlo como, por poner un ejemplo reciente, el de No.

Publicada originalmente en 1996, es posible presentar a Aurora lunar como la primera entrega de una trilogía que incluye también Últimas conversaciones con el fauno (1997) e Interludio, interlunio (1998); en estos tres libros hay un énfasis en la construcción de un autor ficticio -“Ercole Lissar-
di”- y un deseo bastante notorio de “conectar” sus escrituras; así, en Interludio, interlunio hay referencias a Últimas conversaciones con el fauno (así como a uno de los cuentos de Calientes, el primer libro de Lissardi, publicado en 1995) y en esa novela a Aurora lunar. Las tres novelas fueron propuestas como póstumas e incluso se esbozó una narrativa del destino de ese Lissardi, acaso el narrador de Aurora lunar, que se sabe cercano a la muerte y decide perderse en el sur remoto.

Las tres novelas, además, abundan en referencias literarias, musicales, pictóricas y cinematográficas. En Interludio, interlunio, por ejemplo, puede leerse -salteando episodios, por supuesto- una suerte de ensayo expresionista/biografista sobre los últimos cuartetos para cuerdas de Beethoven, incluyendo una interesante comparación entre varias versiones. Aurora lunar, quizá sin llegar a ese extremo, tampoco escatima elementos para la construcción de un narrador (y un autor ficticio) hiperculto: hay alusiones muy claras a la obra de Arno Schmidt, Julio Cortázar, Salvador Elizondo, Jorge Luis Borges (y desde Borges a Josiah Royce) y José Lezama Lima. Es, por cierto, un universo de referencias que connota claramente una época y un lugar desde el que hacer literatura y hablar de la literatura o de cierta literatura; ese lugar es fácilmente rastreable (o confirmable su relevancia) en la obra posterior de Lissardi y se lo encuentra puesto en evidencia en el imprescindible ensayo La pasión erótica, con su humanismo tan notorio y su vocación erudita.

En el espacio siempre es 1982

Estuario y Hum apostaron por Leandro Delgado, respectivamente, desde la publicación de Cuentos de tripas corazón y Ur. Incorporar Adiós Diomedes al catálogo de esa casa editorial (es decir, tanto de Hum como del sello Estuario) parece, entonces, una jugada razonable. Esta última novela, que fue publicada por primera vez en 2005, ha sido leída desde las coordenadas de representación o construcción de una época, la década de 1980, con su subsiguiente trabajo de reformulación de lo que cabría llamar la “identidad uruguaya”. En el destino del Diomedes del título, entonces (y también en el del narrador), hay algo, o cabría leer que hay algo, de encarnación de un momento histórico y de una sensibilidad fechada.

Un ejercicio interesante sería leerla junto a Zafiro, de Gustavo Maca Wojciechowski, que también explora la década de 1980 (y la anterior) desde el relato de una banda de rock; las sensibilidades puestas en juego parecen completamente diferentes, y del mismo modo la postura frente a “lo uruguayo”, pero justamente en esa oposición adquieren contornos más claros dos modos de pararse ante ese conjunto de temas y símbolos.

En relación a la obra posterior de Delgado, hay en la escritura de Adiós Diomedes un extrañamiento del lenguaje (que a veces bordea lo ominoso) equiparable al de Ur, novela que rearma o reformatea lo uruguayo desde una clave más cercana a la ciencia-ficción o, mejor, a la fantasía. Si pensamos en Delgado, entonces, desde esa línea de lectura que busca el trabajo sobre lo uruguayo, su inclusión en un nuevo canon de la literatura nacional parece justificada, en tanto la cuestión de lo nacional o de qué hacer con lo nacional sobrevuela tanto la narrativa de Delgado como el posible discurso de quienes lo incorporen al mencionado nuevo canon. En ese sentido, Delgado y su primera novela son, sin lugar a dudas, referencias obligatorias a la hora de pensar la música y la literatura uruguayas posteriores a la dictadura.

Esa extraña Punta del Este

La reedición de El increíble Springer es especialmente interesante. Cabría, por ejemplo, pensar en la relativa cercanía de su aparición original (2009) y en la forma de su publicación, derivada del concurso de narrativa que proponen anualmente la fundación Lolita Rubial y la editorial Banda Oriental. Esa primera edición del Springer, entonces, fue incorporada a la colección Lectores, de la recién mencionada editorial; si bien el libro circuló en librerías (en una fracción de la tirada), parece clarísimo que una distribución más amplia se volvía necesaria, y ése podría ser un pretexto válido para la editorial Estuario.

Más allá de eso, se trata sin lugar a dudas de un texto de especial importancia para la reflexión sobre la nueva literatura uruguaya, en particular la escrita por esa suerte de generación o promoción a la que en su momento Hugo Achugar (en el prólogo y el trabajo de compilación del libro El descontento y la promesa, de 2008) impuso una cota inferior fijada en 1973. El trabajo del Springer sobre la infancia como tema, por ejemplo, y como lugar desde el que se habla o se simula hablar -preocupaciones que aparecerán quizá más claramente todavía en El fondo, la última novela hasta la fecha de González Bertolino- sugiere indagar la presencia de esa temática (o de esa estrategia) en la literatura nacional más reciente, por ejemplo en la obra de Fernanda Trías, Horacio Cavallo e Inés Bortagaray.

También cabe señalar que El increíble Springer no sólo fue lanzado con el impulso de un premio de prestigio en la escena literaria local, sino que además gozó de la celebración unánime de la crítica. En ese sentido, esta reedición no opera sobre la base de reivindicar un texto injustamente ninguneado ni tampoco desde el gesto de reescribir una época (la “época” de este libro es obviamente el presente, en tanto el proyecto de su autor goza de buena salud editorial y creativa); si pensamos, entonces -fuera de razones de distribución o de incorporación al catálogo de la editorial que publica al autor actualmente- en la reedición como una suerte de “sello de relevancia” del libro, o incluso de propuesta canónica (sea para la literatura uruguaya en general o para su división “joven”, más afín al perfil -difuso- de Estuario Editora en comparación con el de Hum), y si extendemos ese criterio a los tres libros mencionados en este artículo, se vuelve especialmente interesante pensar en sus escrituras bajo el signo de tres generaciones (la de Lissardi, que nació en 1950 y, como señalé en relación a su universo de referencias, parece fácil de incorporar a una suerte de espíritu sesentero; la de Delgado, nacido en 1967 y marcado por una sensibilidad más punk, más dark; y la de González Bertolino, nacido en 1980) que dialogan en una sincronía de la literatura uruguaya, desde el lugar de la editorial compartida por los tres, hasta la oposición posible entre temas y estrategias discursivas. Volver a hacer circular estos textos, entonces, relanzarlos simultáneamente, es -entre otras tantas cosas- una manera de poner en primer plano la reflexión sobre ese diálogo y esa oposición que hacen al presente de nuestra literatura.