-Desde tu primer disco, Descalza, a Bailarina se percibe un cambio de escenario que te muestra más pendiente de la región, del litoral y de tu Paysandú natal. Da la impresión de que en el debut te sentías más atraída por la capital, y este disco te encuentra, como decís en tu canción, “Rumbo a la querencia”.

-Bailarina comienza con un candombe. Me gusta mucho el ritmo; es cierto que en Paysandú no había mucho y cuando pisé Montevideo me fascinó. Me parece un lenguaje increíble que debería enseñarse en todas las escuelas y liceos de Uruguay, sobre todo porque baja un poco del pedestal a la palabra. Hay otros lenguajes: el corporal, el de las manos, el de los golpes; creo que distribuye mejor la riqueza cultural. Además, está buenísimo, no es fácil de tocar y hay mucha gente que lo subestima. Por otra parte, creo que lo que disparó todo fue mi residencia en Rosario (Argentina), porque me rodeé de músicos se dedicaban al folclorismo, a su folclore, que a su vez me generó añoranzas del mío. Por un lado, me mostraban lo de ellos, que era similar a lo mío y me hacía extrañar el de acá, y eso potenció todo. Tiene que ver con un momento en mi vida.

-Es curioso que esa añoranza del terruño te la provocara Rosario, parecida a Paysandú, pero no Montevideo. ¿Qué encontraste del otro lado del río?

-Lo que me pasó fue que me comprendí más a mí misma, entendí más mi marco cultural, me cayeron un montón de fichas cuando vivía en Rosario, y eso no me pasó acá, en Montevideo. Primero vine a Montevideo y después fui a Rosario, más precisamente a San Lorenzo, un pueblo de Santa Fe que está pegadito a Rosario. Allí me di cuenta de que no era sólo sanducera sino que además era litoraleña y tenía mucho que ver con toda esa región. Además, me puse a investigar qué había hecho Artigas en su etapa en Purificación, qué había pasado con Entre Ríos. Cuando hacía el camino de Paysandú a Rosario iba pasando por todas las regiones que tenían la bandera de la Banda Oriental; todas esas banderas, la de Entre Ríos, la de Victoria, la de Santa Fe, estaban desde la época en que Artigas había definido esa región como Provincias Unidas del Río de la Plata. Si nos situábamos en Montevideo, tenían más que ver con lo que hay de Paysandú para arriba que de Paysandú para abajo. A partir de eso me identifiqué mucho más con esa región que con Montevideo.

-¿Sentís que hay una carencia del lado uruguayo en ese sentido, en cuanto a lo regional?

-Y sí, ya en la película Hit [Claudia Abend, Adriana Loeff, 2008] hay un montón de músicos montevideanos que no conocen la canción “Río de los pájaros”, de Aníbal Sampayo. Sin embargo, al pisar Rosario tuve el honor de conocer a [Jorge] Fandermole -un compositor del carajo, muy comprometido en sus letras y músicas-, que me dio la mano y me dijo: “Un gusto, de las tierras de don Aníbal”. También me pasó, al entrar a una librería, mientras buscaba material sobre Artigas, que me dijeron: “Ah, de Paysandú, de la heroica, donde las mujeres lucharon con piedras”. En Santa Fe me decían cosas que aquí en Montevideo nunca me dijeron. El argentino tiene esa característica: nos quieren mucho y algunas veces saben más de nosotros que nosotros mismos. Allá conocí muchos admiradores de la música uruguaya de distintas generaciones.

-Me decías que descubriste todo eso al salir de Paysandú.

-Claro. Además, mi padre fue rockero y folclorista, tenía un grupo que se llamó Hermanos del Silencio y otro folclórico, en el que tocaba el charango, y yo me reencontré con el charango en Rosario. Después me traje uno de mi padre para aquí, pero es un instrumento al que hay que dedicarle mucho tiempo. De todos modos, a raíz de todo esto, para el disco convoqué justamente al rosarino Damián Verdún, que es charanguista, un amigo que conocí mientras estuve en Rosario.

-De cierta forma, Paysandú crece mirando a Buenos Aires. La radio y la televisión son factores determinantes.

-Sí, mucha gente se va a estudiar a Rosario o Paraná. Miramos mucho el lado argentino, tenemos el puente, está tan cerca... Es verdad, la televisión y la radio son argentinas. Quizá por eso me cayó la ficha en Rosario, porque ese entrecruzamiento cultural tiene que ver con lo geográfico y es mucho mayor del lado litoraleño argentino, por eso cuando me fui sentí que estaba en mi lugar.

-¿Pudiste llevar tu música? ¿Hay un circuito de intercambio con los uruguayos?

-Comunicación con algún proyecto cultural real no hay. Lo que hay son muchos sanduceros que viven en Rosario y rosarinos que viven en Paysandú, incluso relacionados a la cultura. Pero han cruzado por razones circunstanciales, ya sea laborales, familiares y hasta amorosas, porque se da bastante el casamiento entre uruguayos y argentinos. A pesar de la división política, se vive en una región común, y eso de por sí genera vínculos, pero no hay un proyecto cultural de ningún lado del río para unirnos o intercambiar.

-Incluiste en tu disco dos canciones de Aníbal Sampayo. ¿Qué significan para vos?

-Son dos de las más conocidas, de las más versionadas, pero fue una elección casual: los guitarristas que me acompañan hicieron un arreglo, empezamos a tocarlo, me gustó mucho, surgieron más arreglos vocales sobre el primero y quedó. En un momento lo hablamos; Aníbal tiene mucho repertorio para elegir, pero quedaron esas dos canciones por consenso. Aníbal para mí es un tipo increíble. Admiro a las personas que se entregan a una causa y la viven cien por ciento. Él se crió en el campo, estuvo siempre en contacto con el campo, fue un estudioso de los ideales de Artigas y, de alguna manera, fue recorriendo el camino de Artigas pero con la música, hermanando los pueblos desde ese lugar. Además, tuve la suerte de conocerlo -poco, pero lo conocí-, y mi padre, que lo conoció más, también me cuenta. Fue un músico que andaba mucho tierra adentro y estaba tan en contacto con la transmisión oral de la historia y de la música que era casi directo el traspaso de la enseñanza. El contacto de la historia y de la tierra con el hombre y con la canción era inseparable para él. Fue un tipo que luchó mucho en la vida, sufrió mucho y, sin embargo, no perdió la alegría y las ganas de seguir adelante con su ideal y sus sueños.

-¿En Paysandú se puede hablar de un movimiento en torno a esta música y a los caminos de Sampayo, o son emprendimientos aislados?

-Desde el 5 al 9 de agosto voy para la Semana de Aníbal Sampayo que realizan los “sampayeros” desde hace años. Durante esa semana hay intentos de unirse, se exhiben documentales de Sampayo, se versionan sus canciones, se invita a músicos de la región que hayan tocado con Aníbal, vienen de Córdoba, de Entre Ríos, de Buenos Aires, de Santa Fe, etcétera. Es la semana del natalicio de Sampayo, el 6 de agosto, fecha en la que voy a cantar en la Zitarrosa; al principio me quejé porque era un miércoles, pero después me di cuenta de que voy a presentar un disco en el que versiono dos de sus canciones el día de su cumpleaños. Es muy fuerte; se trata de una fecha muy significativa en la que el destino me sube al escenario.

-Hablando de festivales, ¿considerás que hay lugar para las nuevas propuestas folclóricas en Uruguay, en los circuitos de festivales donde se tiende a abrir el espectro de inclusión genérico?

-No, me presenté a varios festivales de folclore, pero nunca me llamaron. Quizá no hace mucho tiempo que lo vengo haciendo. Hace más o menos un año que mando material, hablé con algunos organizadores, mandé mails, pero no me mandaron ni un “recibimos” de respuesta. Es cierto que lo hago sola, sin ningún productor...