El escritor aseguró que en Grecia no se escuchaba mucho sobre Uruguay, pero sí sobre su equipo de fútbol. “Ahora, durante mi estadía en Buenos Aires, tuvimos un almuerzo con representantes del grupo [de la editorial] Planeta, quienes me preguntaban sobre Grecia y la crisis. Pero les dije que estaba harto de hablar de eso y les propuse hablar de fútbol -dice riendo-, y a partir de ese momento comenzaron a pelearse entre sí.”

-Pero Jaritos no es nada aficionado al fútbol.

-¡Su hija y su yerno sí! Aunque él no entiende nada.

-¿Usted sí? Porque retrata de un modo casi cinematográfico las gestualidades de los hinchas frente al televisor.

-Nació de los españoles, ya que me encontraba en Gijón cuando se jugó la final [se refiere al Mundial de 2010]. Ahí observé sus reacciones y por eso las pude retratar. Sólo que agregué el comentario sobre futbolistas como [Andrés] Iniesta, o del entrenador, [Vicente] del Bosque [“¿Quién es ese del bigote que está sentado entre los jugadores y parece estar durmiendo?”, pregunta la mujer de Jaritos] Y si el lector sabe de fútbol se vuelve mucho más interesante. Jaritos es el clásico tipo que no entiende nada pero decide ver un partido, incluso aunque no lo comprenda (al igual que yo en esos momentos). Lo que describí en Jaritos le sucedía exactamente a mi padre, quien se sentaba en un rincón y sólo esperaba a que terminara el partido.

-De modo que la inspiración que obtuvo de su padre para crear el personaje y volverlo entrañable va mucho más allá de lo que se puede vislumbrar en la ficción.

-Yo acepté la visita de toda la familia: Jaritos, su mujer [Adrianí] y su hija. Vinieron a mí todos juntos. Cuando Jaritos me atormentaba tanto al punto de que no podía escribir, me di cuenta de que ese personaje sólo podía ser un un policía o un dentista. Pero aunque los dentistas sean simpáticos, no representan ningún tipo de interés en el drama, y por eso mismo debía tratarse de un policía. Cuando caí en la cuenta de su profesión tuve un gran problema, porque al ser una persona de izquierda que vivió en países en dictaduras, no podía sentir simpatía por ellos; me costó mucho aceptarlo. Busqué la manera de que el personaje fuera un poco más querible para que los lectores pudieran identificarse con él -ya que, si no, no lo leerían-. Un día, simplemente le quité el uniforme oficial y lo vestí con el traje de mi padre. Sólo entonces me di cuenta de que era una persona común, de clase media baja, exactamente como mi padre [que fue un pequeño comerciante de Estambul]. Así fue como me hice amigo de Jaritos, porque ya era de mi familia. Y en estos momentos, Adrianí es igual a mi madre. Cuando pienso qué podría decir Adrianí, recuerdo qué decía mi madre en determinadas circunstancias

-Sé que está exhausto de hablar de la crisis, pero los uruguayos seguiremos insistiendo. Usted es un minucioso cronista social, como de algún modo también en su época lo fueron Víctor Hugo o Dostoievski...

-... Si seguís así, voy a tener que circular por Grecia con guardaespaldas.

-... Bueno, o Manuel Vázquez Montalban.

-Sí, ahora estaríamos más a la par.

-En la trilogía, Jaritos padece las consecuencias cotidianas de la crisis. ¿Cree que a la altura de Créditos, él y la sociedad griega ya aprendieron un poco?

-Seguro. El problema es que lo que han aprendido es negativo, incluso después de haber pasado varias dificultades a lo largo de cuatro años. ¿Por qué fue así? Porque los políticos le mintieron al pueblo y todo se desarrolló sin que estuvieran preparados. Dijeron que no nos preocupáramos, que dentro de un año todo acabaría, y por supuesto que era una gran mentira, pero la sociedad les creyó. El pueblo ha sido golpeado de manera permanente por las mentiras políticas. Así que lo que se aprendió fue a no creer, a no confiar en ningún partido político. Y no creo que la situación vaya a mejorar, ni que las cosas cambien. Por eso, todo lo que se aprendió es negativo, y esto es un problema. Cuando en 2010 comenzó la crisis, los políticos pedían que no nos inquietáramos, ya que en menos de un año todo se habría acabado. Pero era claro que la crisis había venido para quedarse. Ese mismo año decidí escribir una trilogía sobre la crisis. Recuerdo que una periodista griega me preguntó: “Pero, señor Márkaris, ¿va a escribir una trilogía sobre la crisis? ¿Tanto?”. Ella no pensaba que la crisis iba a extenderse tanto como para que lograra escribir una trilogía. Le respondí que debería estar feliz si duraba tan poco como para que sólo escribiera tres libros. Ya llevo escrito el cuarto y la crisis continúa. El problema son las cuestiones que la gente aprendió de la crisis. Tengo como ejemplo a mi hermano y mi cuñada, que fueron tan afectados por la crisis que ahora no creen en nada ni en nadie.

-Ante la crítica situación que vive Grecia -entre otros países europeos y latinoamericanos-, ¿cree que existe alguna alternativa para que los individuos puedan ejercer alguna diferencia?

-En este momento, y según cómo se están dando las cosas, vivimos en un mundo donde sólo hay un camino. Y esto es absolutamente peligroso. Cuando recuerdo el pasado, siempre existieron muchas opciones. El peligro radica en que si ese camino se cierra, por la razón que sea, nos acabamos todos. Y, lamentablemente, creo que está comenzando a cerrarse lentamente. El gran error de los alemanes fue haber pensado que la crisis sólo la vivía Grecia, y ahora, al darse cuenta de que afectaba a todos los países del sur europeo, no saben qué hacer, ya que necesitan otras soluciones, que en este único camino no logran hallar. En España, por ejemplo, salieron al mercado para solicitar préstamos, pero éstos no tienen ningún impacto positivo en la vida de la gente: ellos no van a vivir mejor porque el gobierno solicite créditos. Pero el pueblo español y el griego siguen sufriendo, aunque exista el malentendido de que cuando se piden préstamos el pueblo vive mejor. Cuando, en verdad, el 30% de desempleados en Grecia se mantendrá en las mismas condiciones (de ese 30%, 60% son jóvenes). Esto no cambia con salir al mercado. El problema es la falta de orientación, y si no logramos revertirlo, no obtendremos buenos resultados.

-¿Cuál es la responsabilidad de la izquierda en este momento?

-Primero tendría que encontrar a la izquierda, y después buscar su responsabilidad. En Buenos Aires me preguntaron si seguía siendo de izquierda, y yo les respondí que primero debía encontrarla en Grecia.

-Pero usted viene de una generación de lucha.

-Exactamente. Pero en este momento la lucha no existe. Esto no es sólo responsabilidad del sistema, sino también de la propia izquierda. Pareciera que la izquierda no tuviera contenido, pensamiento ni formas de lucha o respuestas frente a esta situación. No tiene capacidad para luchar. En estos momentos, ni siquiera tiene la capacidad de pararse sobre sus propios pies. No tiene qué decirle al pueblo, y esto es un problema enorme en toda Europa. No sólo en Grecia. Y porque la izquierda no convence a nadie es que se crean pequeños nuevos partidos, en los que algunos depositan su confianza. Ocho semanas antes de las elecciones griegas, se creó un nuevo partido, Popham, que ni siquiera contaba con un programa de gobierno claro ni candidatos conocidos, pero igual obtuvo 6% de los votos, simplemente porque la gente pensó que ellos aún no los habían engañado. Lo mismo sucedió con un partido en España llamado Podemos, que obtuvo 8%.

-¿Pan, educación y libertad? ¿En ese orden?

-Con esa consigna comenzó la década del 60 en Grecia; después la utilizó la generación de la Politécnica [en 1973, durante la dictadura de los coroneles, una insurrección agitó la Escuela Técnica de Atenas], y la consigna continúa hasta hoy. Esta generación politécnica cometió muchos errores, que no sólo pagó el país sino también -y específicamente- la izquierda. El partido Pasok [socialista], que fue muy importante, ya que estuvo desde 1981 hasta parte de 2010, no permitió que esa orientación cambiara, ni que la izquierda se consolidara del modo en que podría haberlo hecho. El gran éxito de este partido es haber utilizado las consignas de izquierda, pero desplazándola del poder. El problema actual es que la izquierda se encuentra en el aire. Como ya dije, no tiene nada concreto para proponer. En 2009 Pasok obtuvo 47% de los votos, y en las últimas elecciones, 8%. El partido de izquierda actual, llamado Syriza, en realidad es otra edición igual a Pasok. Cuando les quiero explicar esta situación a los extranjeros, cito lo que dijo Marx: “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa”. La farsa que montó Pasok derivó en la tragedia del país.

-Ha dicho que en 1995 su proyecto fue crear un personaje para poder hablar de la sociedad y la política griegas. Ahora publicó un epílogo de la trilogía de la crisis. ¿Cómo continuará Jaritos?

-El epílogo es de la crisis, no de Jaritos. Me han preguntado si éste era el final de Jaritos, pero he contestado que aún estamos atravesando una gran crisis en el país, ¿pensás que justo ahora dejaría al personaje que me da ingresos? Jaritos ya dijo todo lo que tenía para decir sobre la crisis. A partir de ahora, hablará sobre otras cosas.

-Pan, educación y libertad está dedicado a Theo Angelopoulos. El cineasta lo conoció cuando asistió a una de sus obras de teatro, en 1971. ¿Qué destacaría de ese largo tiempo de trabajo en conjunto?

-“¿Querés trabajar conmigo en el próximo guion?”, me dijo cuando finalizó la obra. Le respondí que encantado pero no tenía idea de cómo escribir un guion. “Yo te voy a enseñar”, me respondió. Y de verdad fue él quien me enseñó a escribirlos. Desde 1971 hasta el año en que murió [2012] nos convertimos en amigos inseparables. Por eso no fue sólo un trabajo que se extendió muchos años, sino también una amistad muy importante. Me acuerdo de peleas homéricas cuando escribíamos los guiones... Por ejemplo, cuando comenzamos a escribir el guion de La mirada de Ulises, Angelopoulos me decía que volvería a Sarajevo para filmar, y yo le pedía que se despertara, porque Sarajevo todavía se encontraba en guerra. “No, te aseguro que voy a volver”, decía. Incluso llegó a hablar conmigo su esposa, pidiéndome que por favor interviniera, pero yo le respondía que no se preocupara, porque era imposible que llegara. Un día me dio la razón, pero me dijo que podía filmar en Mostar, una pequeña ciudad de Bosnia, en la frontera con Croacia. De nuevo le pregunté cómo pensaba ir, ya que también ese sitio se encontraba en guerra, pero logró llegar, cuando recién íbamos por la mitad del guion.

-En esa película, un taxista le dice a Harvey Keitel: “Grecia se muere. 3.000 años entre ruinas, y ahora agonizamos. Pero si Grecia debe morir, que sea rápido”. Y era 1995...

-Angelopoulos vislumbró muchas de las cosas que le sucederían a Grecia. Por ejemplo, ya había planteado el concepto de terrorismo en su película Alejandro Magno. Tenía una manía con la historia de Grecia. Siempre me decía que yo entendía mejor la Grecia contemporánea y él, la anterior. Nunca existió alguien que estuviera tan obsesionado con el trauma de Grecia. Porque Grecia es un país muy traumatizado, aunque muchos no lo entiendan.

-Probablemente su obra sea leída de otro modo entre los países que atravesaron crisis económicas. ¿Está de acuerdo?

-Totalmente. Es muy distinta la novela que puede leer un alemán de la que lee un argentino, un italiano o un español. Esto se vincula con la recepción y a la aceptación que tiene mi obra en Sudamérica.