En la madrugada del domingo, Manuel Martínez Carril dejó el circo de este mundo. Docente, programador, editor y crítico de cine, Manolo -como lo llamaban los amigos- integró la dirección del Cine Club (1960-1971) y Cinemateca Uruguaya, en la que militó por la permanencia de su archivo fílmico.
Siempre se lo definió -junto a Walther Dassori- como el alma máter de Cinemateca, aunque en una entrevista realizada hace pocos años por Andrés Caro Berta, él mismo catalogaba esta creencia como un error: creía que la personalización no era correcta, ya que un proyecto debía gestionarse de forma conjunta. “Si no, no sería dinámico. Sería una cosa estancada”, sentenciaba.
“La muerte de Manuel Martínez Carril acelera la fuga de una época. La misma que se nos va con la partida cercana de Heber Raviolo”, dijo a la diaria el profesor e investigador Pablo Rocca. “Una idea de cultura, una praxis, una actitud ante los bienes culturales, una entrega entre redentora y fanática -sin horarios, sin lamentaciones- por difundir lo que se entiende mejor (el cine, Martínez Carril; los libros, Raviolo) para la mayor cantidad de público posible. Una ética que no excluye el gesto adusto y que se rehúsa a la demagogia, la adulación a los que mandan -sean quienes fueren-, una apuesta por la libertad, la creatividad y el trabajo intelectual”, analizó.
Por su parte, el docente y crítico de cine Guilherme de Alencar Pinto dijo que siempre asoció a Martínez Carril con Cinemateca: “Él era el tipo del que todo el mundo hablaba cuando se refería a Cinemateca, a pesar de que estaba en contra de que lo individualizaran y prefería hacer énfasis en el esfuerzo colectivo”. El crítico contó que nunca pudo olvidar una imagen: a pocos meses de estar radicado en Uruguay, bajó al subsuelo de Cinemateca y se cruzó con alguien que estaba barriendo: era Martínez Carril. “O sea que además de todas las tareas que hacía -las traducciones, las locuciones, el diseño de la programación, los textos y los contactos-, si hacía falta él también barría”, comentó.
Dijo que ese tipo de actitudes siempre le despertaron un gran respeto y reverencia. Antes, cuando residía en Brasil, De Alencar Pinto ya se definía como “un ratón de cinematecas”, es decir, alguien que asistía a una sala de cine a la que en general concurrían pocas personas. Recuerda que la cinemateca de Río de Janeiro era una sala con unas 60 butacas, donde se exhibía una película en una sola función, a la que asistían entre cinco y 30 espectadores, quienes debían viajar hacia un lugar alejado para acceder a la programación. Cuando iba allí, compraba revistas a un joven que estaba la puerta, quien conseguía publicaciones de distintas procedencias. “Él fue quien me recomendó la revista de Cinemateca, por ser ‘la mejor de América Latina’: en ella uno podía acceder a una filmografía más completa y específica, e incluía cuestiones que no se citaban en ningún otro medio”, contó. Antes de llegar al país, De Alencar Pinto ya contaba con una buena colección de boletines de Cinemateca. Conocer la institución lo llenó de admiración y satisfacción. Al llegar a Montevideo, en 1985, descubrió una cinemateca muy distinta de la carioca. “Nunca vi ni supe que existiera en otro lugar del mundo algo similar, sobre todo con la presencia que tenía Cinemateca dentro de la ciudad: no sólo se extendía a ella, también generaba una nueva perspectiva para quienes habitaban esa ciudad”, afirmó. Agregó que eso posibilitaba el acceso a determinada programación, en una sociedad en la que el video aún no era de uso masivo.
El crítico recuerda una Cinemateca masiva durante esos años en Uruguay, 1985 y 1986: si se exhibía una película popular era necesario hacer fila para ingresar. En los festivales era usual que si se llegaba tarde no se pudiera entrar porque la sala estaba repleta. El docente y musicólogo siempre inscribió a Martínez Carril como una persona clave en la gestación de ese modelo específico de Cinemateca, “que de alguna manera sigue siendo el mismo modelo de aquellos años”, apuntó. “Creo que continúa manteniendo una presencia en la ciudad -en relación con las instituciones similares de otros países-, sólo que no se compara numéricamente con lo que era en aquel entonces”, sostuvo. Esto se debe a diversas circunstancias: por un lado, por la existencia de otros hábitos y modos de acceder a material similar; por otro, porque quizá “Cinemateca haya quedado atrapada en un momento; no logró irse adaptando a los cambios en la medida en que se producían”. De Alencar Pinto hizo hincapié en que la institución necesita un apoyo económico sustancioso para lograr reposicionarse, y que éste “por el momento no ha surgido”. Aun así, considera que la institución está mucho más viva y presente que la cinemateca del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, la de San Pablo y la de París.
Reconoció que nunca mantuvo un vínculo cercano con Martínez Carril, quien de alguna manera siempre lo “intimidó”: no sólo sabía muchísimo y era portador de una cultura avasallante, sino que cuando alguien quería conocer algo, si no tenía la respuesta indicaba dónde se podía obtener. “Siempre vi su proyecto de Cinemateca y su actuación como una de las muchas cosas bellas de ese episodio que fue la resistencia cultural uruguaya”, expresó, utilizando un concepto de militancia que abarca tanto la resistencia a la dictadura militar como al subdesarrollo, como parte de ese espíritu que existió en Uruguay: “Resistirse a la idea de ser subdesarrollado”.
“Si este país cuenta con una cinematografía relativamente llamativa, sin contar con una tradición audiovisual importante, en buena medida se debe a que en el medio se cultivó cine desde un consumo crítico a lo largo de tanto tiempo”, sostuvo. Agregó que actualmente está de moda la descentralización, modalidad que si bien considera muy positiva, a su juicio sólo tiene sentido cuando “ya se centralizó”. “Sin la centralización, realmente no se logra gestar un fenómeno. Si alguien con mucha visión se hubiera dado cuenta de que con los esclavos en el siglo XIX se estaba generando el candombe y los hubiera distribuido en los 19 departamentos, el candombe nunca hubiera llegado a existir”. Por esto mismo considera de gran relevancia contar con instancias que nucleen a una masa de personas, ya que de este modo se generan fenómenos culturales, movimientos. Cree que Cinemateca operó como uno de esos núcleos y que actualmente cuenta con la potencialidad de volver a serlo.
Una lección de amor
El cineasta Federico Veiroj dijo a la diaria que conoció a Martínez Carril por su faceta de programador, luego comenzó a leer sus notas y finalmente se hicieron amigos. “Para mí representa un mentor que me inspiró muchísimo. Alentaba al espectador a sentir de la manera lo más absoluta posible una película, brindando las claves y herramientas para que uno pueda apreciar y comprender de qué se trata el hecho de ver un film”, resumió.
El realizador contó que descubrió el gusto por el cine entre la sala principal, ubicada en Lorenzo Carnelli, y la Dos, las salas de Cinemateca que más conoció en su adolescencia. Sostuvo que el hecho de filmar La vida útil (2010) tuvo que ver con esa influencia que ejercieron en él Martínez Carril y Cinemateca. Previamente, en 2001, había comenzado a filmar a Manolo, acción que luego concluiría en el corto documental 50 años de Cinemateca (2003), en homenaje al cincuentenario de la institución. “Se convirtió en una suerte de vicio fijar la cámara y escucharlo hablar e irse por las ramas, digresiones que siempre concluían en algo gracioso o en una nueva anécdota o comentario que aportaba. Por eso se volvía interesante conocer su hilo de pensamiento”, contó. Considera que este trabajo se convirtió en inspiración para La vida útil, y de hecho el documental incluía planos que el director intentó emular en su película.
Por su parte, el director de Cultura de la Intendencia de Montevideo, Héctor Guido, sostuvo que ambos -él y Martínez Carril- recorrieron juntos los últimos 40 años de trabajo, en ámbitos favorables y muy desfavorables. Lo definió como un referente y un luchador, además de haber sido un muy buen articulador con otras áreas institucionales. Sostuvo que está en permanente contacto con Cinemateca, una institución a la que, en lo personal, admira profundamente. “Estamos trabajando juntos para que el patrimonio que gestó el trabajo de Manolo y su equipo tenga la continuidad histórica que se merece”, aseguró.
Recordó como un gran momento la instancia de la firma del acuerdo para que la institución contara con tres salas de exhibición, y manifestó que reconoce el desamparo que aquélla ha padecido. Destacó que uno de los aportes más importantes de Martínez Carril fue su “cabeza colectiva”, ya que él no contaba con una colección cinematográfica privada en su casa, sino que el propósito de su tenacidad y su tesón era que ese patrimonio “nos perteneciera y enriqueciera a todos”. Por último, consideró que desde lo público existe una obligación absoluta de defender ese patrimonio.
El legado
“No era un gestor sino un trabajador de la cultura”, afirmó la coordinadora general de Cinemateca, María José Santacreu. Expresó que es importante destacar no sólo aquello que hizo Manolo sino también el cómo. Lo definió como un cinéfilo, un crítico y un periodista extraordinario, que creó uno de los archivos fílmicos más importantes del continente. “Pensó que eso era posible y tuvo la generosidad de diseñarlo para todos. Incluso, tuvo la visión suficiente para percibir que esa misma gente era la que mejor iba a entender y sostener ese proyecto”, destacó.
Santacreu cree que el país nunca va a agradecer de manera suficiente el papel que cumple Cinemateca en la cultura y la sociedad uruguayas. Sostuvo que la visión y la labor de Martínez Carril generaron que se convirtiera en un referente ineludible en América Latina. Al mismo tiempo, Martínez Carril constituyó un ejemplo por creer posible la creación de un patrimonio y sostenerlo gracias a una inserción social que él mismo supo crear.
Si bien subrayó la tristeza que invadía al equipo de trabajo de Cinemateca, manifestó que habían sentido alegría al percibir que quienes mayor tributo le rindieron fueron los socios de la institución. Expresó que una de las cosas que Manolo tuvo más claras fue que el mejor maestro “no es el que enseña desde lo alto de la cátedra sino el que enseña haciendo”. “Todos los que aprendimos junto a él lo hicimos codo con codo, demostrando que nada era imposible y que sólo a fuerza de convicción y trabajo se podía obtener lo que parecía absolutamente inviable”, afirmó.
Precisó que en verdad no estaban despidiendo a Martínez Carril sino homenajeándolo, con la certeza de que la casa de Manolo siempre será Cinemateca Uruguaya, donde, aseguró, estará presente cada vez que se encienda un proyector de cine o se apaguen las luces de la sala. Si bien aún se encontraban shockeados por la noticia, están convencidos de que el mejor homenaje que le pueden rendir es continuar con Cinemateca, ya que las ideas que impulsó siguen presentes en la institución y en el equipo que continúa llevándola adelante con las mismas dificultades que enfrentó Martínez Carril. “Si hay algo que aprendimos de él, fue a confiar en nosotros mismos y en la gente. Nunca perdimos las esperanzas de que el patrimonio adquiera la importancia que merece, y que realmente se homenajee a Manuel y a su obra asegurando que su legado continúe. Y no sólo por él, sino por todos los uruguayos”, subrayó.
El guionista y cineasta Álvaro Brechner, director de la aplaudida Mal día para pescar (2009), dijo que Cinemateca ha ejercido una influencia central en su vida: “Yo no puedo imaginarme haciendo cine sin esta influencia. No sólo consistía en la posibilidad de ver cine, sino en una forma específica en la que ese cine se veía”. Recordó cuando la institución contaba con cuatro salas, y si a uno no le gustaba la película “se iba a la sala de al lado”. “La relación era de puro placer. Me enseñó a ver cine desde una perspectiva distinta de las que estamos acostumbrados en el cine comercial y también en otras cinematecas del mundo, que no dejan de cumplir un rol casi de cine-museo”, señaló. El director de Mr Kaplan -película que se estrena mañana- se refirió a ese placer que implicaba el acceso a una gran cantidad de películas cada mes. Contó que en el exterior siempre se refiere a la particularidad de esta labor que ejerció Cinemateca, que también cumple un rol editorial: “El lugar editorial por medio de ciclos mensuales, además de la programación habitual, proponía una base genial de apertura al conocimiento cinematográfico, pero también al placer estético”. Para Brechner, el proyecto es una suerte de quijotada que en su momento sólo pudo ser llevado adelante por alguien “creacionista” como Martínez Carril, a quien reconoció un grado de generosidad que marcó “a generaciones enteras” que, a partir de su aporte, “aprendieron a amar el cine”.
En la misma línea, Pablo Rocca agregó: “Martínez Carril edificó Cinemateca, que pareció un milagro y que fue, en verdad, una obra colectiva de quienes creyeron en ella. Generaciones sucesivas aprendimos a ver cine, a entender el mundo, a quererlo y rechazarlo desde salas inverosímiles para los cánones actuales. No podemos imaginarnos sin Cinemateca, sin la voz grave, algo cavernosa, de Martínez Carril informando sobre las nuevas películas, sobre los beneficios y costos reducidos, sin su imagen con un infatigable cigarrillo en la boca y sus lentes increíblemente gruesos; ese hombre más bien flaquerón que hacía lo necesario para mantener todo en su mejor lugar. O eso creía”. Concluyó diciendo que abruma pensar cómo hubiera sido soportar la dictadura sin Cinemateca, y que “un país que se precie de su mejor historia debería recordar a Manuel Martínez Carril para siempre”.
Hace apenas tres días que falleció Manolo. En el recuerdo su figura se reconstruye con la misma gravedad que irradia el cine de su admirado Ingmar Bergman. Con la misma severidad, el mismo compromiso, la misma belleza.