En 1940 Bioy publicó su obra más importante, La invención de Morel. Ocho años antes, por intermedio de Victoria Ocampo -fundadora y editora de la revista Sur- había conocido a Borges, su amigo y compañero de maravillosas aventuras literarias. Luego, la talentosa Silvina Ocampo se convirtió en su esposa y vivieron una historia de amor digna de una novela. Punto, fin de una biografía. Ah, por cierto: en 1990 Bioy fue condecorado con el Premio Cervantes.

En el prólogo de los ensayos de La otra aventura (1983), el escritor se pregunta cuál es la primera aventura: “¿las mujeres? ¿la vida misma?”. Lo cierto es que como el Fausto de Valéry, Bioy (apellido cuyo origen etimológico podría ser “uno contra dos”) tuvo que elegir entre el libro y la vida. La otra aventura, la lectura, también es “otra” en contraposición a la vida. Bioy se dio con alegría a ambas tareas: vivir y escribir.

La vida

El niño Bioy obtiene, hacia 1918, un perro en una rifa. Se lleva a Gabriel a su casa y al otro día no lo encuentra. Su madre, Marta, lo convence de que el perro y la rifa han sido un sueño. “Hoy no sé si lo saqué en aquella memorable rifa o lo soñé”, decía un Bioy adulto. La mezcla de sueño y realidad, de lo vivido y lo imaginado, del simulacro y el acto en esta anécdota fundacional serán constitutivos de su literatura. Hijo de terratenientes, sus primeros recuerdos se sitúan en la estancia Rincón Viejo, a la que siempre vuelven sus narraciones y memorias.

Su padre, Adolfo Bioy, tenía la doble condición de hombre de campo y literato, y de hecho, será el primer corrector y propulsor de sus obras. Entre 1929 y 1937, Bioy publica seis libros que prefiere olvidar; según su propio juicio, su carrera literaria comienza en 1940 con La invención de Morel. La novela mereció elogios de Borges y Octavio Paz y la admiración de los franceses Alain Robbe-Grillet y Alain Resnais (cuya película El año pasado en Marienbad está inspirada Morel) y de Chris Marker, que ha admitido su influencia en la creación de su mundo cinematográfico.

1940 es el año, también, de su casamiento con Silvina y de la edición de la Antología de la literatura fantástica que recopilara el novel matrimonio junto a Borges. Allí los tres fundan un género: no porque no existiera, sino porque se apropian de él y lo delimitan. Los textos incluidos, de las más variadas fuentes, más el prólogo de Bioy, crean, en algún sentido, lo fantástico. Según Borges, Ocampo y Bioy, lo fantástico será la norma durante muchos años en el Río de la Plata y será determinante para los creadores de las siguientes generaciones.

Borges y Bioy habían empezado a colaborar en 1937, cuando escribieron por encargo un folleto sobre una marca de leche cuajada. Juntos antologaron cuentos policiales, cuentos breves y extraordinarios, poesía gauchesca, y fueron creadores y primeros editores de la colección El Séptimo Círculo, de novelas policiales (una tradición que hoy, en nuestro medio, continúa Cosecha Roja, de la editorial Hum). A su vez, Bioy y Borges escribieron guiones cinematográficos y varias obras paródicas bajo los seudónimos colectivos Honorio Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.

En las décadas de 1950 y 1960 se suceden varios hechos fundamentales para la vida privada y artística de Bioy. En 1952 muere su madre y dos años después nace Marta, hija de una amante, a la que Silvina adopta en Francia; comienza a interesarse por la fotografía, arte que lo acompañará el resto de su vida, y en 1962 muere su padre. Varias de sus obras son llevadas al cine o a la televisión, y crece su reconocimiento, generalmente opacado por la genialidad de Borges. En estos años, y hasta su muerte, publicará con cierta regularidad volúmenes de cuentos (El lado de la sombra, El héroe de las mujeres, Una muñeca rusa), novelas (Dormir al sol, La aventura de un fotógrafo en La Plata), recopilaciones de textos críticos y ensayos como De las cosas maravillosas y, cada vez más, libros de fragmentos, editados todos tras la muerte de Silvina, en 1993 (ella era 11 años mayor), y de su hija, a las pocas semanas, en un accidente.

Bioy documentó minuciosamente su vida en diarios, memorias y cartas, y esta literatura miscelánea fue absorbiendo hacia el final de su vida al Bioy creador de fábulas. La literatura de fragmentos comenzó a superar (en volumen) a la otra y se sucedieron Memorias, De jardines ajenos, En viaje (de cartas a Silvina y Marta), Descanso de caminantes (la mejor de estas obras, justa mezcla de diario y cuaderno de apuntes y reflexiones), el polémico Borges (estos dos últimos editadas póstumamente por Daniel Martino). En 1999, pocos años después de reconocer a su hijo Fabián (que tenía en esa época 31 años), Bioy Casares murió en Buenos Aires el 8 de marzo.

El libro

Argumentos fantásticos, narraciones realistas. Ésa podría ser una definición rápida de la obra de Bioy. La mayoría de sus novelas siguen esta premisa. El prodigio fantástico se despliega ante nuestros ojos (y los de los protagonistas) sin que entendamos su profunda esencia, su verdadera naturaleza. Como en una novela policial, el héroe, enamorado de una mujer imposible, debe enfrentarse a un villano. El hombre (los protagonistas de las novelas son invariablemente masculinos) sigue extrañas pistas, es llevado a veces al límite de la locura, para resolver un caso. El caso tiene resolución fantástica, casi de ciencia ficción: una máquina, un descubrimiento científico, una técnica nueva de la medicina. Resulta, a menudo, absurda justificación de la aventura. El lector (y no siempre el protagonista) pasa de una expectativa creciente al asombro ante lo rudimentario y tosco de su resolución, para luego maravillarse.

Los imperdibles

Con motivo del centenario, se ha editado el tercer y último tomo de sus Obras completas y se reeditaron todos sus libros principales. Estos son cinco de los imperdibles. Y uno más.

Plan de evasión (1945). Parece imposible no empezar esta lista con La invención de Morel, pero Plan de evasión, situada como su antecesora en una isla misteriosa, es también una novela perfecta que ha sufrido un inmerecido descuido.

La trama celeste (1948). Sólo por contener “En memoria de Paulina” merecería su lugar en cualquier selección. Tal vez sea el mejor libro de cuentos de su autor, junto con El gran Serafín, de 1967.

El sueño de los héroes (1954) abre la senda del realismo en la obra novelística del autor, pero de un realismo enrarecido, de ensoñaciones delirantes.

Guirnalda con amores (1959). La segunda vertiente de sus cuentos, los de amor, tiene aquí su mejor expositor. Mezcla de cuentos con miscelánea (citas, diarios, reflexiones, aforismos, argumentos, traducciones, poemas), anticipando sus libros finales.

Diario de la guerra del cerdo (1969). Más cerca de la ficción especulativa que de la literatura fantástica, esta novela parte de la pregunta ¿Qué pasaría si los jóvenes se rebelaran contra los viejos? Parábola, reflexión, ensayo sobre la sociedad, la prensa y la degradación de la edad.

Crónicas de Bustos Domecq (1967). En colaboración con Borges, es uno de los libros más divertidos que se hayan escrito. Parodia de parodias, termina por parodiar a sus propios autores.

Por caso: una máquina que proyecta fantasmas, como la de La invención de Morel, es hoy, para nosotros, un prodigio menor. Pero Bioy no busca el asombro mediante ingenios mecánicos que sabe perecederos, sino el asombro metafísico. Las posibilidades que presentan esas invenciones son lo que nos sacude; su alcance, su capacidad de poner en duda la definición misma de lo humano.

En las novelas y cuentos fantásticos, los personajes son (sobre todo a partir de El sueño de los héroes) de una medianía absoluta. De clase media, sin grandes aspiraciones, con la vida más o menos resuelta, con algo de tiempo libre. Mientras los prodigios suceden, los protagonistas están jugando al juego de la vida. Juegan a ser amantes, a ser valientes, a ser virtuosos. Como si el mundo fuera (¿y qué es, si no?) eso y nada más.

Miguel, el niño de Los que aman, odian, la injustamente olvidada novela policial que Bioy escribió con su esposa (y que, varios años anterior a Lolita, de Nabokov, narrada por un tal Humber Humbert, es contada por un erudito y delicado Humberto Huberman), mira a los otros personajes “subyugado”, como si representaran “una escena de gran guiñol”. Ésa, la mirada del niño, es la mirada de Bioy. Sin por ello ser cínico, interpreta con inteligencia y humor el absurdo de los afanes humanos.

Entre las primeras novelas de Bioy y las últimas la prosa se va simplificando. Bioy deja de obsesionarse borgeanamente con la oración, y su preocupación pasa a ser otra: hacer la lectura amena, ágil, “fácil”; y encomillo fácil porque la mayor “facilidad” de la prosa no va en detrimento ni de los argumentos ni de los temas. Bioy recopiló en sus diarios, durante toda su vida, frases, palabras, modismos que oía en la calle, en la peluquería, en discursos políticos que luego conformarían su Diccionario del argentino exquisito (1971); este interés lingüístico se hace evidente en sus novelas de madurez, que buscan plasmar el habla de los personajes, casi como haría un escritor naturalista.

En las novelas, el argumento fantástico va cayendo gradualmente hasta desaparecer; en La aventura de un fotógrafo en La Plata (1985) esboza un misterio que se resuelve de la forma más pueril posible, demostrando que el horror, que la inseguridad que nos transmite en sus grandes novelas fantásticas no depende tanto de la causa de ese horror, sino de lo que ese horror supone. Lo que finalmente importa no es el prodigio, la explicación del prodigio, sino lo que éste significa para los personajes y para nosotros.

“Que yo sepa, nadie resiente como Bioy la inestabilidad de la vida, sus muchas grietas de entresueño y de muerte”, dijo tempranamente Borges en una reseña a uno de los libros anteriores a 1940. La escritura feliz de Bioy, su desenfado, el estoicismo de sus torpes personajes que se afanan por mantener unos valores que ya a nadie importan, la aparente simpleza de sus mundos y de sus vidas, su carácter único y universal, no existían cabalmente en Bioy aún, pero Borges (cuyas dotes proféticas están probadas) entendió la asombrosa capacidad de su joven amigo para ver lo horrible y azaroso e injustificado de este mundo, sobreponerse y escribirlo con elegancia, humor y maestría.