Empezó a organizar espectáculos a mediados de los 80, cuando todavía era DJ y alternaba el negocio de los bares con “la parte más culturosa”. En un sótano de Pocitos, en Berro y Avenida Brasil, Danilo Astori puso en marcha el último -o el penúltimo- recital de Los Tontos con su formación original. Después estaría al frente de boliches como Vaughan o El Ciudadano.

-En El Ciudadano se perfiló lo que es ahora mi vida. Empecé a hacer producción de verdad. Ahí todavía estaba mezclada con el bar. Hoy La Trastienda no es un boliche: es un lugar de toques que tiene un bar abierto durante el toque. Pero tiene horarios de teatro. En El Ciudadano, a principios del año 2000, cada vez que abría el lugar había un toque producido, con artista internacional o nacional. Ahí descubrí lo que quería hacer. Desde hace diez años sólo hago esto. No tengo más boliche.

-Hace tres o cuatro años que empezaste a traer determinado tipo de artistas de afuera. La lista es impresionante: Jonathan Richman, Yo La Tengo, Television, Daniel Johnston, Pixies. También Cat Power, Lee Ranaldo, CocoRosie. Como que el indie rock está bien cubierto.

-Un poco son gustos personales, pero sé que a una gran tribu, que veo que te incluye, le interesan. Son shows que en su mayoría rindieron. La Trastienda no es un lugar gigante ni muy pequeño. Algunos andan mejor que otros. Tricky vino dos veces. Tengo que tener mucho cuidado y no siempre traer al artista que quiero, porque puede ser un camino directo al fracaso, cosa que me ha pasado.

-Cuando se hizo el festival Rock ’n Fall en el Teatro de Verano, con Pixies, New Order, Vampire Weekend y Johnny Marr, también había toques en La Trastienda por esos mismos días. ¿Cuánto aguanta una ciudad como ésta este tipo de espectáculos?

-A veces hay llamados de atención. Escucharlos es también parte de lo que implica ser un buen productor.

-¿Cuánto atendés a tu gusto y cuánto a los números?

-Le meto bastante de gusto, tal vez más de lo que debería, pensando en el negocio. Creo que hemos encontrado un buen balance, sobre todo en La Trastienda, que es el que tiene más flujo. Hay un buen equilibrio artístico entre lo que a uno le gusta y lo popular, sin caer en algo que a nosotros no nos guste o que no queremos tener por el perfil de la sala.

-Ahora, por ejemplo, vienen Echo & the Bunnymen, una banda de la new wave británica. Antes la fiesta de la nostalgia se centraba en los 70. ¿No estamos muy fijados en los 80?

-No me detuve a pensar exactamente en eso, pero hay un montón de bandas que ahora tienen que tocar porque no se venden discos. Las bandas más viejas, como Echo & the Bunnymen e incluso bandas de los 90, no tienen muy arraigada la onda de la descarga digital, entonces tienen que tocar, tocar y tocar. Se reinventan, vuelven a juntarse. The Mission, que tocó el otro día, es un ejemplo claro. Todo pasa por el vivo, sobre todo para esta gente.

-Ayer le conté a un amigo que iba a hablar contigo y quedamos en que te preguntara qué tan difícil sería que tocaran Wire, The Fall o Gang of Four.

-[Se ríe]. No lo sé. Seguro que ninguna de las tres llenaría La Trastienda. Tampoco es un local tan chico. Son 700 localidades. Las entradas son caras para este tipo de conciertos. Y hay un montón de espectáculos.

-Son shows con entrada cara. ¿Cómo hacés para dosificar eso, si pensamos que gran parte del público se repite?

-Por lo que veníamos hablando, la mayoría no son bandas tan populares. Pero el flujo de ventas de entradas es bueno y tenemos un fuerte apoyo de algunas empresas privadas que hacen viable todo esto. La sala tiene presencia de varias empresas y una no tan privada, Antel. Si no fuera por ellas y sólo tuviéramos que manejarnos con el ticket, no lo resistiríamos. Ahí la ecuación cierra. Además, lógicamente, todos los artistas que pasan por La Trastienda están de gira por Sudamérica.

-No es como el Conrad, que trae a alguien de donde sea y lo lleva de vuelta.

-En nuestro caso todos tocan en Brasil, Argentina y Chile, por lo menos. Así la llevamos.

-¿Cuánto ayuda la situación económica? El dólar está barato.

-Bueno, este mes subió bastante. Nos cambia la cosa, porque las entradas se venden en pesos. Pero es cierto que en estos años, paralelamente a nuestro desarrollo como productora y el desarrollo de la sala, Uruguay se abrió mucho al mundo. La influencia en nuestro trabajo es enorme, no sólo por la bonanza económica, sino por lo que significa Uruguay para afuera. Estamos en el mercado. Lo hemos abierto. Ahora puede tocar cualquiera en Montevideo.

-De hecho, hay otra escala de shows que también funciona.

-Claro. Tocó McCartney, van a tocar los Stones... Nosotros trajimos a Blur, Franz Ferdinand va a venir dos veces en un año. Vinieron los Black Keys en pleno auge. Y van a seguir viniendo. Vino Beck el año pasado. Queens of the Stone Age es la segunda vez que viene. Muchos artistas quieren venir a Uruguay y muchos que vinieron quieren repetir. Se sienten cómodos acá.

-¿Qué te parece que les gusta de acá?

-Que todo funciona perfecto, a la par o mejor que en otras partes del mundo. Y, por otro lado, el artista más famoso, que está preocupado por salir de la tele y que no lo estén esperando 150 fans en la puerta, sabe que acá no sucede, o sucede a una escala que ni siquiera molesta. En los routings de las giras piden tener los días libres en Montevideo. Se quedan tres días acá y nosotros les armamos un circuito cultural, gastronómico y de paseos que funciona muy bien y les encanta. La Ronda, el Mercado del Puerto, la rambla... Bueno, Beck estuvo en el hotel Carrasco y pasó bomba.

-¿En qué te ayuda y en qué te joroba llamarte Danilo Astori?

-Esa pregunta... Desde niño convivo con el alto nivel de exposición que tiene mi padre. Está todo bien, hay una relación que he superado. Tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. He aprendido mucho de eso y me quedo con las buenas, que son más que las malas. Aparte, la relación con mi padre es excelente. Ahora pasa que la gente sabe lo que yo hago, tengo mi nicho. No soy “el hijo de”. Yo, por mi parte, nunca milité, nunca hice nada en relación con la política, ni lo voy a hacer. Eso no quiere decir que no me interese o no opine o no esté al tanto de todo. Pero decidí que era algo que no iba conmigo. Me ayuda a tener mi camino, mi carrera, que no depende para nada de mi padre. Eso me genera tranquilidad.

-Volviendo a los shows, quedan recitales este año, aunque esté cerrado.

-Viene Peter Hook, ex bajista de Joy Division y New Order; las entradas ya están a la venta. Va a estar buenísimo: va a tocar el disco Unknow Pleasures entero, algo de Closer, y después hace unos temas de New Order. Viene con su nueva banda, The Light. También va a estar Vapors of Morphine, con los dos bateristas originales y el saxofonista de Morphine.

-¿Qué no pudiste traer y seguirías tratando?

-Me encantaría hacer el show de Jack White el año que viene. Hace años que venimos dándole vueltas. Ojalá que pase cerca su próxima gira. Otro que tenía confirmado y nos volvió a cancelar fue Morrisey; es un muchacho con problemas. Arctic Monkeys se nos escapó por poquito. Me gustaría hacer Foo Fighters.

-Para hacer un show internacional prolijo hoy La Trastienda es la única sala privada.

-Bueno, están BJ y Bluzz Live, pero son más chicos. O te vas a una sala estatal, o no hay. Creo que está bueno. Antes directamente no había dónde hacerlo. Hoy el Auditorio del SODRE suplanta al Plaza en tamaño, aunque es difícil encontrar una fecha. Lo que ha crecido la movida musical si incluimos el ballet, lo clásico, la ópera, lo nuestro, es impresionante. Tiene mucho que ver con lo que ha sucedido en Uruguay con los últimos gobiernos, evidentemente. Más allá de la bonanza económica, que obviamente hubo y hay, existen políticas culturales que han ayudado a que el país esté así.

-¿A cuánta gente calculás que le interesa esta movida?

-Pixies agotó el Teatro de Verano la primera vez que vino: vendió 4.000 tickets. Franz Ferdinand vendió 3.500. Black Keys, casi 4.000. Blur agotó el Teatro de Verano. Son artistas que trascienden una media que manejamos normalmente. Pero el público es el mismo. Hay que tener cuidado y buscar el equilibrio.