-Tu último disco es el que tiene más guitarras acústicas. ¿A qué se debe el cambio?

-En un viaje me compré una guitarra electroacústica y eso empezó a influir en el momento de armar los demos, porque era muy fácil conectarla, y siempre había querido meter acústicas. Entonces tomaron un protagonismo que antes no tenían.

-Ya hace 12 años que empezaste tu carrera solista. ¿Cómo te sentís en el rol de cantante y líder?

-Cada vez me siento más cómodo. Sobre todo porque estoy respaldado por una banda muy sólida, así que por momentos puedo dejar de tocar y dedicarme a cantar, y la banda sigue funcionando.

-Después de tocar en estadios de fútbol con los Redondos, ¿cómo fue volver a los ámbitos más chicos?

-Los lugares más chicos son los mejores, porque es donde están más en juego el espíritu y la calidad del artista. En los lugares grandes depende de todos los artificios que hay alrededor, y los matices del músico pasan desapercibidos. Pero siempre es distinto: los escenarios no son iguales y uno no es el mismo. Siempre es como una especie de vacío al que uno se arroja.

-Tu sonido como guitarrista es inconfundible, sobre todo a la hora de los riffs y los punteos: uno escucha “Oda a la sin nombre”, de tu primer disco, o “El sueño del jinete”, de La luna hueca, y dice: “Éste es Skay”. Eso no sucede con muchos violeros argentinos.

-Uno, sin darse cuenta, empieza a determinar su propio estilo. Supongo que, tarde o temprano, les pasará a casi todos. En mi caso, como soy autodidacta, me fui formando solo, así que fui encontrando mi manera de expresarme, quizá a partir de mis propias limitaciones. Hay sonidos con los que te sentís más cómodo y es más fácil navegar sobre ellos.

-Una característica de gran parte de tus punteos es que son melodiosos y tarareables.

-La canción en el momento de la composición sugiere ciertas melodías que podrían haber sido cantadas y de repente pasan a ser tocadas por un instrumento. Una melodía no es otra cosa que un relato: estás contando un cuento y son las palabras que encontrás para decirlas.

-¿Cómo ves la movida actual del rock argentino?

-Cada tanto aparecen cosas interesantes. Lo que pasa es que, en general, la mayoría de las cosas que aparecen son las que están de alguna manera digitadas o pendientes del mercado, y ésas son quizá las menos atractivas. Por ahí hay cosas que están circulando en otros circuitos, a veces un poco corridos de lo que es propiamente el rock; por decir alguno: [Daniel] Melingo, que incursiona con el tango. También hay mucha gente del interior: estuve escuchando grupos de Corrientes que me parecen más interesantes que la mayoría de lo que se escucha. Siempre espero que haya algo que me sorprenda, que me parezca novedoso; lo demás está referido a lo que ya fue hecho, y lo anterior seguramente fue mejor. Entonces, espero y anhelo esas cosas que tienen cierto toque original.

-¿Qué opinión tenés de las bandas que parecen ser una mala copia de los Redondos?

-No las escucho ni mamado. Me parece que siempre son mejores los originales, pero a falta de los Redondos, por ahí la gente... Los viejos nostalgiosos que no pueden desaferrarse del pasado quizá terminen conformándose con una mala copia de algo.

-Estuviste en Londres en 1968 y fuiste a un toque de Jimi Hendrix. ¿Cómo te pegó semejante experiencia?

-Fui testigo de la cosa más maravillosa que sucedía en esos momentos. El sonido del universo saliendo de una guitarra. Una especie de grito salvaje, algo que nunca antes había visto; no sabía que existía ni que fuera posible. En realidad, era el reflejo de toda una movida generacional que estaba pasando en esa época prácticamente en todo el mundo. Porque además de la música, la calle estaba muy interesante: el Mayo Francés, el Cordobazo, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, etcétera. Fue una época muy, muy interesante.

-Y de ese viaje trajiste una guitarra y equipos que en La Plata no había.

-Sí, exacto. Me traje un Marshall, una guitarra Gretsch, un pedal de distorsión y un wah-wah; para nosotros era una especie de avanzada tecnológica fabulosa.

-Con esa artillería no quedaba otra que formar una banda de rock...

-Yo tenía claro que quería hacer música, y cuando vi el arrojo y la aventura que significaba meterse en eso... Porque no había antecedentes de nada, todo era posible. Ésa era la gran maravilla.

-Hay mucha mitología en torno a los Redondos. ¿Qué hay de cierto en que por esa época te fuiste a vivir a un baldío, al estilo Diógenes?

-Fue a fines de 1969, cuando directamente no podía seguir viviendo con mis viejos. Abandoné el colegio, abandoné todo y nos fuimos con mi hermano. Unos amigos se iban de viaje y tenían un terreno baldío al lado de la casa, y nos dijeron que podíamos quedarnos ahí y abastecernos de agua de la casa de ellos. Ahí se empezó a armar una especie de comuna delirante y nómade. Fuimos un grupo grande durante mucho tiempo, muchos de los cuales después conformamos los primeros Redondos.

-Y luego fueron a vivir al campo e intentaban cazar con arco y flecha.

-Sí, por esas épocas fuimos a Pigüé, en medio de las sierras. Estábamos bastante chiflados. Con arco y flecha, ni locos, pero conseguimos unas trampas. Estábamos en un cerro donde había muchas vizcachas y con las trampas logramos cazar varias. Después, el problema era matar a los pobres animalitos a palos, porque los tipos quedaban atrapados con las patas en la trampa y había que reventarlos para que no se fueran y poder comerlos. Había que sacar fuerza no sé de dónde y matar al pobre animalito indefenso. Estábamos metidos en medio de la nada, así que vivíamos gracias a la providencia divina.

-Siempre te preguntan sobre las letras. ¿No te parece que se pierde la magia?

-Siempre cuando hacés una letra hay partes oscuras que ni siquiera sabés, que parecería que alguien te las dictase desde otro lugar, desde otro universo. Sabés que algo quieren decir, pero no exactamente qué, entonces, a veces no sé si querer explicarlo es la mejor manera. Creo que, como decía el Indio [Solari]: “Si uno las quiere explicar las embarra”; mejor dejarlas así como están y que cada uno haga su propia construcción y lectura.

-Las letras de los Redondos han sido interpretadas para todos los gustos; pero el año pasado salió un libro de un licenciado en Filosofía -Pablo Cilio-, Filosofía ricotera: tics de la revolución, que te confieso que no leí, pero por lo que dijo su autor en una entrevista, compara la simbología de los Redondos con el peronismo, e incluso lo engancha con Karl Marx y Friedrich Nietzsche.

-Bueno, el hecho de que sea filósofo no es garantía de nada, ojo; he escuchado decir cada cosa por ahí que son delirios atómicos. Supongo que eso, más que nada, fue que este muchacho quería hablar y eligió a los Redondos como un pretexto para poder vender su libro. Porque si sale un libro de él que dice “filosofía de Juancito”, no se lo compra nadie, pero si dice “la filosofía de los Redondos”... Y aprovecha esa historia para meter todo lo que él quiere decir. Se me ocurre, yo tampoco lo leí.

-¿Nunca pensaste en escribir una autobiografía?

-No. Lo poco que tengo que decir lo digo en mis canciones.

-¿Qué proyectos musicales tenés?

-Seguir tocando; y en cualquier momento entro a grabar de nuevo, ya que tengo un montón de canciones que me gustan.

-¿Patricio Rey en dónde andará?

-Patricio Rey se fue hace tiempo. Pero nos dejó una impronta que no vamos a olvidar nunca.