El britpop fue el último movimiento más o menos potable que surgió en torno al rock en Inglaterra -comparado con todo lo que cultivó ese país fue un escupitajo en el océano-, y que incluso supo tener hasta su propia dicotómica batalla, indispensable para avivar un poco el avispero y masificar una movida sonora; en este caso, una especie de Beatles vs. Stones de los saldos: Oasis vs Blur. Algunas bandas de rock nacionales se influenciaron marcadamente por ese estilo -tanto en la música como en el corte de pelo, que no era otro que una modificación más desprolija del mítico peinado Beatle-. Probablemente la que más lo sintió fue Astroboy, de la que hoy no quedan rastros (aunque se puede escuchar a su ex vocalista, Martín Rivero, cantar con ribetes de Damon Albarn en Campo, el proyecto liderado por Juan Campodónico).

Pero de la movida del “britpop uruguayo” -si se permite semejante oxímoron- todavía da pelea Boomerang, grupo surgido a principios de 2003, liderado por Gonzalo Zipitría en voz y guitarra, que llevaba dos álbumes editados: Premiere (2005) y Complicado (2009). Luego de 5 años de sequía -matizada por el lanzamiento del DVD en vivo Un, dos, tres, va- y de cambios en la integración (se fueron Martín Sanjines, guitarrista y cofundador, y el tecladista, Álvaro Sánchez; y se integró Luis Angelero, con sus seis cuerdas), la banda volvió con su tercer álbum de estudio: Engañamundos.

Ya desde la primera canción, “Juntos”, se nota la diferencia con su antecesor: con guitarras más limpias y menos avasalladoras que las de, por ejemplo, “Días de gloria” -el primer corte de Complicado-, con más pop que brit y una progresión de acordes de guitarra eléctrica un tanto monótona. “Sin importar lo que pueda pasar, como engañamundos, / disparando lentamente a los demás”, canta Zipitría (que en su voz tiene dejos de Adrián Dárgelos, vocalista de Babasónicos) y un coro final con “nah, nah, nah, nah” que le pone el moño popero.

En la segunda canción el asunto levanta con la que probablemente es la mejor canción del álbum y, con buen tino, fue el corte de difusión: “Piden pista”, que, como induce su nombre, es un tema de pura cepa disco, con hipnótico ritmo -llevado con propiedad galopante por el bajo- y guitarras inquietas plagadas de pequeños detalles, empezando por el ajustado arpegio -no tan pequeño- del inicio y el final. Mientras escuchamos la canción, hay que revisar si tenemos el pasaporte al día, porque nos lleva sin escalas al medio de la pista de Studio 54, de Nueva York, en pleno 1978, dejando su sonido anterior a un océano, Atlántico, de distancia.

La nueva veta dance de Boomerang recorre varias canciones de Engañamundos. “Si me da igual”, por ejemplo, tiene un aroma electrónico abrasilerado, que parece cultivado en un par de hectáreas de Campo. Las dudas se disipan al leer el booklet y comprobar que el tema lo produjo Pablo Bonilla, músico y DJ, quien es parte del proyecto de Campodónico y produce sus discos junto con él -además, en la percusión está Daniel Tatita Márquez, quien últimamente se incorporó a Campo-. Aunque, con su repetitivo “Guaaaai”, “Si me da igual” no logra ser tan pegadizo como algunos temas de Campo, pero musicalmente calza los puntos.

Lo más cerca del rock que se puede encontrar en el álbum está en “Todo dicho”, una canción con una guitarra rítmica con el clásico jugueteo de sextas -como explica el manual Chuck Berry-, un solo corto pero sucio y un estribillo levantador y desfachatado que, por supuesto, le debe hablar a una mujer: “Soy un mentiroso empedernido, / creo fantasías en tu oído / y voy a derribar lo que maldicen de mí”. Dentro de las aproximaciones al pop-rock, quizá la mejor lograda sea “Te busco”, en la que Zipitría describe que va a terminar el laberinto para poder alcanzar y sentir cómo provoca el humo de la boca de una mina que “dan ganas de tirotear”, sobre una atmósfera y un sonido de violas limpias que recuerdan el estilo de Talking Heads.

Las letras pueden pecar de falta de creatividad por abusar demasiado de la primera persona del singular: “Voy a dejarlo...”, “voy a completar...”, “me voy si ya no sé...”, “no reconozco...”, “no sé lo que dije...”, “no sé qué te pasa”, “ando buscando...”. Así empiezan las letras de siete canciones seguidas (la mayoría compuestas por Zipitría en solitario, y otras con Angelero). Algunas veces, el yoísmo puede cansar un poco; pero, muchas otras, las letras no importan demasiado -y menos, su forma-.

A fin de cuentas, Boomerang se subió a un transatlántico y cambió los sonidos de influencia britpop por algo más estadounidense, y logra mejor efecto en las canciones de aires más discotequeros (“El acuerdo” -con una llevada de bajo del estilo “Heart of Glass”, de Blondie- y “Coloque”, por sumar dos a las nombradas anteriormente) que en el pop-rock más puro (“Reproche” y “Juntos”, por ejemplo). El trabajo de producción, a cargo de la banda y de Gustavo Iglesias, está más pulido que el de los dos discos anteriores, acorde al nuevo sonido: con un fino trabajo, sobre todo en los coros y en la voz de Zipitría. Habrá que esperar el próximo disco, para ver si el Boomerang vuelve a su posición inicial.