En la década del 80, en Los Ángeles (California) y aledaños, uno de los pocos entretenimientos legales de los que gozaba la juventud era formar una banda de rock. Y se armaron para todos los gustos; desde las metaleras trash, como Metallica, Megadeth y Slayer, pasando por las que les tiraba más el funk (Red Hot Chili Peppers), hasta las de metal con caricaturescas brisas glam, como Mötley Crüe. En esa ebullición rockera andaba ronceando Hollywood Rose, creada por William Bruce Rose (Axl Rose, para los amigos y el mundo) y su viejo compañero de estudios, Jeffrey Dean Isbell (Izzy Stradlin); y LA Guns, liderada por el guitarrista Tracii Guns Irvin Ulrich, banda que, por un breve período -1984-, supo tener a Axl como vocalista.

Ambas bandas no llegaron a grabar más que demos con sus formaciones originales. Los músicos desfilaron como en la puerta giratoria de un banco, y, a principios de 1985, Rose, Stradlin, el baterista Steven Adler y el señor Guns decidieron aunar esfuerzos. Dada la interacción entre los dos grupos, hicieron un mejunje de nombres: Guns N’ Roses. Tocaron un par de veces; luego, a Tracci Guns lo cambiaron por un muchacho de galera y mucho pelo llamado Saul Slash Hudson (nacido en Londres) y a Ole Beich (bajista) por Duff McKagan, conformando el quinteto original de la banda.

Más de dos décadas después, Slash comentó en su biografía: “Todo se afirmó rápidamente: fue uno de esos momentos mágicos donde la música habla por sí sola y donde las habilidades de un intérprete complementan las del otro y la banda se transforma en una unidad, en algo colectivo. Nunca sentí algo tan intenso en mi vida. Y todo lo hizo ese estilo de música, el rock and roll andrajoso de Aerosmith en sus inicios, AC/DC, Humble Pie y Alice Cooper. Cada uno de nosotros utilizó sus influencias musicales al máximo. Había algo en el aire que me decía que no éramos como las otras bandas, que vienen a Los Ángeles con la única intención de conseguir un contrato discográfico”.

Apetito de destrucción

Siendo su única intención o no, encontraron un sello discográfico que los respaldó: Geffen Records. Así cultivaron uno de los mejores discos debuts de la historia del rock -y, por lejos, el mejor álbum de la banda-: Appetite for Destruction (1987). El LP es un manual de hard rock, con ribetes de rock clásico (salvando la distancias: sigue la línea de emblemas del género, como Led Zeppelin II y Back in Black), de los que hace rato que no abundan. Desde el delay inicial amenazante de “Welcome to the Jungle”, los Guns dejaron en claro que no eran ninguna banda glam -aunque su aspecto diera a entender lo contrario- del montón de Los Ángeles: guitarras sucias, riffs cuadrados pero contundentes, solos que dejan mareada a la escala pentatónica, lascivos chillidos del cantante -también, algún gemido- (“siente mi serpentina”) y el famoso break, en el que la guitarras y el bajo aceleran como un tren descarrilado precipitándose por una montaña.

Appetite for Destruction generó revuelo incluso antes de que sonara media nota, ya que su portada original iba a ser un dibujo de Robert Williams -del que el disco tomó su nombre- en el que se ve a una mujer a punto -o que acaba- de ser violada por un robot, del que se va a vengar una especie de alien con muchos brazos y más enojo, que podría haberse escapado de la tapa de cualquier disco de metal. Al final, la provocadora imagen se incluyó dentro del booklet, y en la portada apareció una cruz con las calaveras de los cinco integrantes del grupo.

El disco tiene casi todo: los aires punk de “It’s So Easy” (que empieza con otra provocación: “Veo a tu hermana en su vestido de domingo. / Ella está afuera para complacer”), en la que Axl muestra sus dos modos, grave y chillón; la fiebre hedonista y alcohólica de “Nightrain”; la funky “Mr. Brownstone” (su himno a la heroína); la epopeya de seis minutos “Paradise City”, que incluye cambios de tempo y hasta un silbato, y contiene el que quizá es el estribillo más famoso del disco, y la “balada” rápida “My Michelle” (Tu papá trabaja en el porno, / ahora que tu mamá no está cerca. / Ella solía amar su heroína, / pero ahora está bajo tierra. / Entonces, te quedás hasta tarde en la noche / y te das con coca gratis).

Cuando la banda tenía casi todos los temas del disco terminados, en un descanso de un ensayo, y, como quien no quiere la cosa, Slash empezó a hacer ejercicios de digitación que el mismo inventaba -algo que hacía comúnmente-. Stradlin se acercó a él y le preguntó qué era eso que estaba tocando. “No sé, estoy jodiendo”.“Seguí haciéndolo”, replicó Izzy, y se sumó con la guitarra rítmica. Los demás los siguieron, en lo que se convirtió en una zapada propulsada por la melodía de la guitarra de Slash, que hoy conocemos como la legendaria introducción de “Sweet Child o’ Mine” (está a medio camino entre un riff y un arpegio). La letra de Axl Rose es una oda -ésta sí es una balada- a su novia de ese entonces, Erin Everly -hija de uno de los Everly Brothers-, quien sería su esposa más adelante (claro está, sólo por un año). La canción se convirtió en el himno más grande de los Guns, a tal punto que no queda mucho por decir sobre ella.

Todo álbum de rock que se precie de tal suele estar rodeado de un par de leyendas picantes. Según el mito, en la canción que cierra el disco, “Rocket Queen” (para variar: otro gran riff), que tiene un break con gemidos, al mejor estilo Robert Plant en “Whole Lotta Love”, Axl quería sonidos pornográficos. En vez de andar simulando, se le ocurrió llevar a Adrianna Smith, la novia del baterista, al medio del estudio, y tener un encuentro sexual frente a los micrófonos. Slash da por cierto el mito en su biografía, y agrega que encendieron unas velas para crear un poco de ambiente y realizaron la “interpretación” sobre la tarima de la batería. Para Steven Adler, el baterista en cuestión, probablemente significó un doble sacrilegio.

Al principio, el disco tuvo una tímida respuesta por parte del público, pero en 1988 pasó a dominar los charts, ayudado también por los videoclips (fue en la época en la que el canal MTV pasaba música). Appetite for Destruction ostenta el récord de ser el álbum debut más vendido de la historia, con una cifra estimada en más de 30 millones de discos en todo el mundo. Es quizá el último disco de hard rock con todas las letras -sí, desde la h a la k-.

Demasiada imaginación

En 1988 lanzaron el EP de ocho canciones -mitad en vivo, mitad acústicas en estudio- G N’ R Lies, que inlcuye la excelente y cálida “Patience” -que demuestra que, de vez en cuando, Axl podía serenarse-, la controvertida -por racista, homófoba, xenófoba y demás palabras relacionadas a la fobia- “One in a Million” (“Inmigrantes y maricones / no tienen sentido para mí”) y la misógina “Used to Love Her” (“Solía amarla / pero tuve que matarla”). Se puede decir cualquier cosa de los Guns, pero no que no supieron mezclar los ingredientes perfectos para el guiso de la controversia; uno de los platos más famosos en el menú del rock.

Luego de un parate de tres años, la banda volvió a estar en el candelero más fuerte que nunca, gracias a la gira mundial en la que presentaron sus ambiciosos discos -que contenían 30 canciones en total- Use Your Illusion I y Use Your Illusion II, ambos lanzados el mismo día de setiembre de 1991. Para los nuevos discos ya habían echado de la banda a Steven Adler, por su adicción a las drogas -en particular a la heroína-, y entró Matt Sorum -de impronta más metalera- en su lugar; también se incorporó el tecladista Dizzy Reed. Además, en las grabaciones participaron varios músicos de sesión, por lo que ya no eran los tiempos minimalistas del quinteto original.

Tomados en conjunto, los dos discos no son una obra tan redonda como el primer álbum -demasiadas canciones, algunas bastante mediocres-. Si hubieran hecho un solo disco con lo mejor de cada uno, sí estaríamos hablando quizá de su mejor álbum. De cualquier manera, tienen canciones perfectas, como “Don’t Cry”, “Civil War” -que venían de las primeras épocas-, “You Could Be Mine”, los famosos covers de “Live and Let Die” (Paul McCartney) y “Knockin’ on Heaven’s Door” (Bob Dylan), y la espectacular “November Rain”-su último himno-, que vendría a ser una especie de “Stairway to Heaven” o “Bohemian Rhapsody” de la década del 90 (¿quién no recuerda el obsesivo punteo que se manda Slash al final?).

La gira de Use Your Illusion fue un verdadero tour de forcé para los Guns, ya que duró más de dos años e hicieron 194 shows en 27 países. No faltaron los incidentes, los retrasos y toda la parafernalia de problemas que suele rodear a los tours de rock de la vieja escuela. En un famoso show en St. Louis (Missouri), Axl cantó “Rocket Queen”, en boxers y con una ridícula piel negra sobre los hombros, y en un momento saltó hacia el público cual nene hiperactivo a una piscina -en el aire se sacó su sombrero de policía, como un caballero- y la emprendió a golpes contra una persona del público porque tenía una filmadora, para después agarrarse una rabieta e irse del show -en 1992 y 1993 tocaron en Buenos Aires, no sin menos inconvenientes con el público-. Ésta, entre tantas actitudes caprichosas y dictatoriales de Axl Rose, hicieron que Stradlin abandonara la banda a fines de 1991. Fue sustituido por Gilby Clarke.

Un cuento chino

Si hubo un músico infravalorado y olvidado en los Guns fue Izzy Stradlin, certero guitarrista rítmico y cabeza de varias de las composiciones de la banda -en 1992 lanzó su primer disco solista: Izzy Stradlin and the Ju Ju Hounds, en el que muestra su faceta de rock clásico, con invitados como Ronnie Wood e Ian McLagan-. Su importancia quedó demostrada luego de su ida, ya que los Guns originales no pudieron sacar otra cosa que un disco exclusivo de covers, en su mayoría, de canciones punks, y muy buenas: The Spaghetti Incident? (1993).

A mediados de los 90, Slash también se fue de la banda, y, cuando se quiso acordar, Axl quedó como único miembro original, junto con su ego. Así dio inicio el proyecto más demorado de la historia del rock: Chinese Democracy (2008), un álbum que estuvo gestándose más de 15 años y por el que pasó medio mundo. Es un disco solista de Axl, más que cualquier otra cosa. Aun así, con sus coqueteos con el rock industrial incluidos, el disco es muy bueno, y quizá mejor que cualquiera de los de Slash -quien parece empecinado en repetir las fórmulas de Appetite for Destruction-.

Axl y sus Guns N’ Roses pasaron por Montevideo en marzo de 2010 (en el estadio Centenario) y brindaron un show que será recordado porque Rose, con casi 50 años, estuvo intacto, como en sus mejores épocas: se retrasó un par de horas, por vaya a saber qué capricho, y el recital empezó pasada la una de la madrugada. ¿Cantar? Poco. Su voz casi no se escuchó, pareció el karaoke más grande del mundo. Axl Rose hace tiempo que se convirtió en una caricatura de sí mismo. De cualquier manera, corren rumores sobre un nuevo disco de su banda para este año. Por lo tanto, es probable que se edite alrededor de 2030.