Hace unas semanas culminó la 18ª temporada de South Park, una duración inimaginable hace casi dos décadas, cuando Trey Parker y Matt Stone, dos revoltosos estudiantes veinteañeros de Boulder (Colorado, Estados Unidos) decidieron hacer un corto animado en forma rústica en el que se dedicaban a ejercitar el humor más ácido y ofensivo posible por medio de cuatro personajes infantiles -Stan, Kyle, Cartman y Kenny-, habitantes de una pequeña comunidad imaginaria de Colorado. Durante el fin de los años 90 la serie se volvió un fenómeno popular y se convirtió en uno de los mejores largometrajes musicales del cine de las últimas décadas (South Park: Bigger, Longer and Uncut, 1999), para luego menguar en audiencia y caer fuera de la atención del gran público, aunque conservó una cantidad apreciable de fieles seguidores. Y mejoró durante el proceso.

Definitivamente no para todos los gustos, el humor de South Park es en ocasiones vulgarmente escatológico y es dudoso que alguna de las figuras satirizadas por la serie no se haya indignado al ver su retrato. Su humor también suele ser de un color que hace parecer luminoso al negro. Al azar se puede poner como ejemplo de esto los episodios “Free Willyx”, en el que los esfuerzos de los niños por liberar a una ballena orca terminan enviando a ésta a la luna (con su consecuente y trágica muerte); “Cartman Joins NAMBLA”, en el que se meten con el intocable (en términos humorísticos) tema de la pedofilia y terminan convirtiendo al acoso a Cartman y los suyos en un vodevil a lo Hermanos Marx; “Best Friends Forever”, en el que Kenny, extrañamente, no muere, pero queda en un estado vegetativo discutido por sus amigos con los argumentos más superficiales; o el escalofriante “Stanley’s Cup”, en el que Stan queda a cargo de un equipo de hockey de preescolares a los que de forma renuente promete hacerlos ganar la copa, cosa que no sólo no logran (son apaleados por un equipo de adultos), sino que su fracaso produce la muerte, producto de la decepción, de un ex compañerito enfermo de cáncer.

Más allá de su capacidad de escandalizar con chistes groseros y bromas crueles sobre personajes famosos, durante sus primeras tres temporadas South Park no estuvo realmente a la altura de Los Simpson ni, incluso, de las mejores sitcoms de los 90. De hecho, al revisar hoy en día esos viejos episodios vemos que muchos de los personajes son intercambiables entre sí, que las estructuras de los episodios muchas veces parecen imitaciones torpes de cualquier comedia familiar y que el espíritu general es el de cierto tibio nihilismo juvenil que se ríe de todo en forma automática y sin ofrecer gran cosa a cambio (y que curiosamente recuerda un poco a la serie que Parker y Stone denostarían públicamente con mayor furia en el futuro, Padre de familia). Todavía gozaban de la gracia de sus aún frescas novedades, pero parecían destinados a desaparecer en cuanto pasaran sus minutos de moda, como las microseries que por entonces poblaban la MTV.

Pero sin que sus responsables soltaran las riendas de su producto ni por un segundo, la serie comenzó a organizar mejor su comentario social, convirtiéndose en un bastión en contra de la corrección política automática, tal vez el único programa capaz de atacar directamente a la Cienciología y su batallón de abogados, cuestionar los excesos de celo antidiscriminatorio y burlarse de Canadá desvergonzadamente. Sólo tuvieron que echarse atrás con su objetivo de representar a Mahoma -único punto en el que el canal que emite la serie Comedy Central censuró el programa-, quien sólo apareció cubierto por una barra negra.

En todo caso, mientras series longevas y de espíritu similar como Los Simpson decayeron en calidad y diluyeron su contenido crítico, South Park -ya alejada de las portadas de las revistas de actualidad- lo agudizaron, a la vez que mejoraron su calidad técnica y narrativa. Sin grandes modificaciones ni dramatismos, se hizo evidente que ya no era un producto realizado por un grupo de punks. Pero detrás de eso hay una historia de trabajo y dedicación completamente inusual.

Seis días

En 2011, para conmemorar los 15 años del programa, Comedy Central lanzó un mediometraje documental que registraba el proceso de realización del primer episodio de la 15ª temporada de South Park. El objetivo era, más que nada, demostrar el enloquecido ritmo de trabajo al que Parker, Stone y un pequeño grupo de asociados se sometían para guionar y producir cada episodio de la serie en apenas seis días, algo que, a pesar de haber formado un económico equipo de producción (los costos técnicos de South Park son irrisorios en comparación con los de cualquier serie animada similar) y de haber perfeccionado un aceitado sistema de trabajo, es un plazo demencialmente corto.

Aunque posiblemente la intención era simplemente la de vanagloriarse de la capacidad de trabajo de Parker y Stone, y demostrar, de paso, su total responsabilidad en el proyecto –algo que ni Matt Groening ni Seth MacFarlane podrían reivindicar respecto de Los Simpson y Padre de familia, respectivamente (Groening no estuvo realmente involucrado más que con la idea y un puñado de episodios de Los Simpson)–, terminó revelando tal vez mucho más de lo que pretendían. The Making of South Park fue filmado justo cuando Parker se acababa de consagrar en Broadway con su musical The Book of Mormon y había declarado que seguramente fuera el último año de la serie; ésta probablemente fue causa de que decidieran hacer The Making of South Park como registro final de su sistema de trabajo, y terminaron filmando un documento único sobre la obsesión laboral y el agotamiento creativo.

Mientras que a Stone se lo ve muy similar a cuando era un veinteañero, salvo por las entradas en su otrora poblada cabellera enrulada, similitud reforzada por una remera de Sonic Youth muy años 90, a Parker –antaño un rubio de ojos claros que podía confundirse con cualquier galán cinematográfico (y que solía ocupar ese rol en sus películas)– se lo ve claramente desmejorado, pasado de peso, mal vestido, casi calvo y con un agotamiento evidente tanto en sus declaraciones como en sus ojeras y su actitud corporal. Con frecuencia la cámara lo descubre deambulando de un lado a otro de la oficina, completamente estresado, mientras el resto del equipo espera a que solucione contrarreloj una escena, o dormitando agotado bajo su escritorio. Salvo en los aspectos técnicos, casi todo el episodio es una obra individual. Hay un equipo de guionistas –entre los que está el fantástico Bill Hader de Saturday Night Live–, pero parecen limitarse a contribuir con algún chiste ocasional y a aprobar o desaprobar la gracia de las escenas.

Si algo deja en claro el documental –y Stone lo admite específicamente en un momento–, es que si alguna vez los roles de los dos amigos estuvieron equilibrados en lo referido a South Park y sus otras creaciones conjuntas, hoy la relación dista de ser equitativa y es sobre los hombros de Parker que recae la responsabilidad casi absoluta de la serie, mientras que Stone se limita a aportar su talento vocal. De hecho, desde la cuarta temporada ha sido Parker quien ha dirigido y guionado prácticamente todos los episodios de la serie, por lo que, teniendo en cuenta el ritmo demente y agotador con que se producen, parece haber envejecido mucho más que su compañero (no obstante, ambos siguen oficiando de portavoces públicos de South Park en un mismo plano de jerarquía).

La filmación cubre los seis días de génesis y desarrollo del primer episodio de la temporada, una parodia de la monstruosa y repulsiva película de horror El ciempiés humano, que no por casualidad es un episodio extraordinario en el que se hace una crítica despiadada de Apple, Steve Jobs y la fiebre consumista de sus productos. El documental culmina el sexto día y se ahorra el registro del único día de descanso antes de que todo comience otra vez, proceso que se repetirá durante 15 semanas.

La 15ª temporada no fue cualquiera; tal vez en el convencimiento de que era la final, el ciclo alcanzó un punto culminante con el episodio “You’re Getting Old” (te estás haciendo viejo), en el que, mientras sus padres se divorcian, Stan descubre que todo lo que lo entusiasmaba hasta el momento se parece a excrementos parlantes que emiten gases en lugar de palabras. Algo que parece un simple chiste escatológico, pero que, más allá de su eventual gracia, es uno de los retratos más desoladores que se hayan visto en la televisión de una depresión agudizada por la conciencia de la edad y el paso del tiempo. No es en absoluto un episodio con el que convenga acercarse a South Park por primera vez, pero posiblemente sea el cenit emocional y creativo de la serie.

Al final de esta extenuante temporada, Parker y Stone finalmente volvieron a firmar un contrato con Comedy Central hasta 2016, fecha en la que la serie cumplirá 20 años, y posiblemente sea su retiro definitivo.

Cambiar algo para que no cambie nada

La recién terminada 18ª temporada de South Park no fue tal vez tan memorable como la que la precedió, que llegó a otro de sus picos históricos de calidad con su sátira simultánea a Game of Thrones y al consumismo descontrolado del Black Friday, extendida en tres episodios hilarantes en los que alternaban su estilo de animación con escenas modeladas en el anime japonés, para culminar en una nota oscurísima, algo que se ha hecho habitual en los últimos años. De todos modos, tuvieron tiempo de meterse con los proyectos estilo Kickstarter, el ébola, los videos filtrados a la red y las aplicaciones de juegos para celular, experimentando más que nunca en lo formal, e incluyendo animaciones 3D junto con su habitual -y siempre efectivo- minimalismo.

En todo caso, es una temporada muy representativa del proceso de maduración de la serie, que, sin perder un ápice de su distintiva incorrección política, muestra matices más afirmativamente políticos que el simple nihilismo punk de sus comienzos. Por ejemplo, el personaje de Wendy, una chica concientizada y militante de varias causas que habría sido una víctima ideal en los comienzos es ahora retratada con respeto y presentada además como la persona más inteligente y sensible de la serie. Los tiempos cambian y las series cambian, pero South Park ha conseguido el extraño logro de mantenerse fiel a sí misma y evolucionar al mismo tiempo. Al llegar a su mayoría de edad, la serie de Parker y Stone sigue siendo parte de lo mejor que puede verse en la televisión del siglo XXI.