Si el biopic (película biográfica) no tuviera alguna gracia no se explicaría su existencia. Las gracias que soy capaz de discernir incluyen las siguientes: para quienes no saben mucho sobre el personaje enfocado es una forma (perezosa y poco confiable) de enterarse de los lineamientos generales de su trayectoria; para quienes sí saben algo es un desfile fetichista de grandes momentos y grandes frases; suele brindar al actor protagónico la oportunidad muy objetiva de medir su virtuosismo en imitar manierismos físicos intransferibles y el carisma del personaje. Por lo demás, casi siempre se trata de películas con una estructura narrativa muy floja, debido a la necesidad de compactar en el metraje hechos dispersos, de cumplir con los “grandes momentos” independientemente de su posible función dramática, de compatibilizar cierta fidelidad factual con la presupuesta ignorancia del espectador, y por el hecho de que intenta imponer una estructura clásica a una historia real (la vida no suele estructurarse en cuatro actos).

Así que las mejores biopics son, paradójicamente, las que tienen más suceso en no parecerse a biopics. Esta película sobre el cosmólogo Stephen Hawking es un ejemplo. Quizá la clave aquí haya sido la de hacer foco en un aspecto particular: la relación de Hawking con Jane Wilde -su novia desde 1963 y esposa de 1965 a 1990- tal como ella la relató en un libro de memorias. Así que es esencialmente una historia de amor, antes o concomitantemente con ser una biografía. Empieza con la fascinación del descubrimiento y enamoramiento, luego se viene el golpe dramático cuando a Stephen se le diagnostica esclerosis lateral amiotrófica, luego ilustra con intensidad la fuerza del amor que lleva a Jane a decidir casarse con Stephen y tener hijos con él pese a la terrible perspectiva de pasar sus días cuidando a alguien que va rumbo a la incapacidad física total. Luego, el desgaste del vínculo, la emoción de una separación amigable y la cariñosa mirada hacia todo lo vivido y realizado juntos, y el hecho de que, ya padeciendo de su enfermedad, fue que Hawking hizo todos sus importantes aportes a la física teórica resulta inspirador.

La cinematografía es la que se espera de esa combinación de historia de amor, relato inspirador y película histórica que tiene a un genio como personaje principal: interiores con una paleta de tonos cálidos (entre el marrón, anaranjado y sepia), paisajes matinales en que los elementos más al fondo se difuminan en una niebla azulada, el entorno venerable de la Universidad de Cambridge, los viejos aparatos -conservados como en un museo- del laboratorio en que trabajó Rutherford, bellos trajes y objetos de los 60, elegantes movimientos de cámara, y una musiquita en mayor toda tocada con timbres agudos y frescos. Pero este entorno edulcorado y apto para gustar a señoras que van al cine de tarde y luego se juntan con las amigas a tomar el té está debidamente rellenado con buenos diálogos y muy buenos actores. Hay mucha química entre los actores que interpretan a Stephen y Jane. El trabajo de Eddie Redmayne es realmente espectacular: logra transmitir simultáneamente el aire de nerd y el carisma y humor de Hawking, luego el progresivo deterioro de sus capacidades musculares voluntarias, llegando a expresar una amplia gama de sentimientos fuertes con los pocos movimientos que le quedan, y todo el tiempo convence con una mirada de inteligencia excepcional. Lo de Felicity Jones es menos llamativo pero muy meritorio también: está muy bien la transición desde la devoción enamorada del inicio a la impaciencia, que se acentúa cuando empieza a sentirse atraída por Jonathan Jones (su actual marido). Se dice que Stephen Hawking (el real) lloró cuando asistió a ver la película por primera vez, y dijo que por momentos sintió que se estaba viendo realmente a sí mismo en la pantalla, cosa que no debe ser nada común en películas con tratamiento ficcional sobre personas vivas.

La película permite suponer que el vínculo inicial con Jane fue fundamental para que Hawking se hiciera de la energía para concluir su tesis de doctorado y retomar el trabajo teórico luego de la manifestación de la enfermedad. Pero es curioso, dado su aspecto “inspirador”, que no lo enfatice y no lo explicite (en su autobiografía Hawking no deja dudas al respecto, así que tal “romanticismo” hubiera sido históricamente lícito). Quizá tenga que ver con el aspecto que viene siendo más criticado en la película: el hecho de que se ocupa mucho del amor de pareja y muy poco de la física. Pero eso es otro de los problemas comunes de los biopics, sobre todo cuando se refieren a personas que se destacan por actividades no físicas: no es fácil poner en forma cinematográfica a Beethoven componiendo, a Oscar Wilde escribiendo o a Hawking formulando una ecuación: es mucho más “narrativo” enfocar la “amada inmortal”, el proceso por homosexualidad o la esclerosis lateral amiotrófica.

Por supuesto que la película cumple, como toda biopic, con cada uno de los hitos de Hawking (sus teorías sobre el inicio del tiempo, la radiación Hawking, la idea de un espacio-tiempo ilimitado). Pero no deja de ser medio insultante para la cosmología el hecho de que el libro de divulgación A Brief History of Time (Historia del tiempo) ocupe el lugar de una culminación. Los entendidos y los consumidores de divulgación científica se podrán regocijar de ver como personajes (secundarios o muy menores) a gente como Dennis Sciama, Roger Penrose y Kip Thorne. Por lo demás, los logros de Hawking se expresan más bien en alguna autoridad diciendo que determinada presentación suya fue brillante y, obviamente, cerca del final, una escena de aclamación masiva en una sala de conferencias llena de gente. (Un ejemplo contemporáneo de una biopic que otorga un peso mucho más satisfactorio a las realizaciones del personaje es The Imitation Game, sobre Alan Turing, otro de los grandes científicos del siglo XX, pero uno menos mediático que Hawking, pese a que sus triunfos impregnan en forma mucho más neta nuestra vida cotidiana.)

Como las biopics suelen ser películas para un público promedio, hay un enorme cuidado de no ofender a nadie. Las referencias a sexo son pudorosas (aunque las hay) y Hawking aparece sentado en un water con el pantalón puesto (¡!). Todo indica que el Hawking real es menos agradable y menos fácil de querer que el personaje entrañable de esta película. Tanto su agnosticismo como su socialismo son pintados como una especie de colorido entretenido, sin que la narrativa llegue a profundizar en esos aspectos al punto de tomar partido. El manido asunto de si sus teorías son o no son contradictorias con la noción de Dios ocupa tanto tiempo de pantalla como las teorías propiamente físicas, y se cuida de dejar abierto, en un diálogo inconcluso, si Hawking siguió siendo a la larga convencidamente ateo o si titubeó y encontró espacio para un alguito de fe (el Hawking real no deja dudas sobre su prescindencia con respecto a la idea de un dios). Lo mismo pasa con sus convicciones socialistas, y su rechazo de un título nobiliario se muestra como una excentricidad de genios, no como un desafío a los resabios monarquistas de Inglaterra.