Extrañamente, podríamos decir que todo comenzó en Vichadero y San Miguel de Tucumán. A muchas leguas de distancia, dos familias continuaban aquellas legendarias ruedas de fogón que marcaron a la música popular rioplatense. Por un lado, el guitarrista y compositor -de música con raíz folclórica- argentino Juan Falú compartía -algunas veces junto a su tío Eduardo- largos fogones familiares de zambas y chacareras; mientras que, por el otro, los Peyrou pisaban fuerte en esa misma línea.

Con los años, Falú se convirtió en un referente y renovador ineludible del género, aunque ahora se defina como alguien “de la noche, de la ciudad y de los bares”. Y Moriana Peyrou, gestora cultural y heredera de todo lo que se gestó en torno a su familia, es el motor, junto al periodista Diego Barnabé, de un festival que marcó la escena musical capitalina y que ha reunido a músicos regionales de primera línea como Chango Spasiuk, Liliana Herrero o Vítor Ramil. Se trata del Festival Música de la tierra, que este año llega a su quinta edición y se traslada por primera vez a Buenos Aires, manteniendo su impronta y su entrada gratuita.

Cuando Alfredo Zitarrosa trabajaba como periodista, un día entrevistó a Atahualpa Yupanqui. “¿Qué cosa es el folclore, don Atahualpa?”, le preguntó. “Cantar folclore consiste en ahondar el paisaje”, fue la respuesta. Esa imagen poética elegida por Yupanqui es la que los organizadores toman como síntesis de Música de la tierra, un proyecto que surgió en Uruguay pero apunta a la vocación regional, a valorizar el campo, sus sonidos y sus paisajes y el patrimonio musical compartido por Uruguay, Brasil y Argentina, bajo el lema “la música nos une”.

Así, el festival se propone cruzar a artistas que desde “el respeto a las manifestaciones tradicionales revitalizan lo folclórico” y lo fusionan con géneros como el jazz, el candombe y la música académica, a la vez que lo abordan sin prejuicios e introducen variantes, desdibujando no sólo las fronteras geográficas, sino también las que pautan lo culto y lo popular.

Barnabé cuenta que Juan Falú se convirtió en una suerte de padrino del festival, ya que su ideología en torno a la música argentina y regional tiene mucho que ver con “por qué nosotros creamos este encuentro”. Explica que Falú reúne todo lo que ellos pueden promover como música de la tierra: por un lado proviene de una vertiente vinculada con la tradición y la música heredada, y por otro es un gran estudioso y propulsor de posturas innovadoras, cruce que en este festival se encuentra a menudo.

Como no podía ser de otra manera, la idea de organizar un festival surgió en un asado con guitarras, junto a Falú, Fernando Cabrera y Sergio Fernández. “Cuando hablamos de esa música y de dónde nacía, se impuso el concepto de música de la tierra”, cuenta Peyrou. El dúo está trabajando en Jacksonville desde hace muchos años, organizando ciclos de conciertos. Y desde que conocieron ese lugar, estuvieron convencidos de que era el espacio indicado para un festival. “Nos importa muchísimo el entorno”, dice Barnabé, ya que éste es un festival pensado para el público de la ciudad. “Nosotros no pretendemos dirigirnos, necesariamente, al público del medio rural, aunque por supuesto que todos son bienvenidos. Pero en verdad es un festival pensado para la ciudad -es cercano a Montevideo y a Pando-, a partir de provocarlos -en el buen sentido- para que detengan su rutina y recuerden que la historia y el presente del país tienen mucho que ver con la tierra, y con ese otro país al que muchas veces se le da la espalda”, apunta Barnabé.

Jacksonville pertenece a una zona donde antes funcionaban varias granjas dedicadas a la producción rural. Y aunque hoy en su mayor parte se ha urbanizado, se sigue produciendo vino y se mantiene este espacio, que cuenta con un significado importante: allí funcionó desde principios del siglo XX hasta la década de los 80 la escuela agrícola Jackson, que llevaron adelante los salesianos. De modo que, si bien Jacksonville suena a “extranjero”, se refiere a quien donó esas tierras para que en ellas se produjera y se fundara una escuela: el inglés Juan Jackson.

Músicas populares y folclóricas

Con el tiempo fueron creciendo las actividades que no necesariamente se vinculan con lo musical, ya que este encuentro abarca varias disciplinas que tienen como punto de partida a la tierra y a la identidad, y que posibilitan vivir esta experiencia en familia, con una oferta que va desde lo gastronómico a mesas y talleres sobre diversas temáticas.

“Pretendemos poner en evidencia -dice Barnabé- los lazos que siempre han existido entre las músicas de esta amplia región (Uruguay, buena parte de Argentina y el sur de Brasil), y que nunca respetaron fronteras. Siempre se han dado influencias recíprocas: hay expresiones de la milonga en Uruguay con una característica determinada, y existe un Vítor Ramil en Rio Grande haciendo otra milonga, con diferencias y puntos de contacto. Lo mismo con la milonga en Argentina, donde Aníbal Sampayo tuvo un impacto brutal, y se podría seguir”, reflexiona el director del festival.

Peyrou ilustra este planteo recordando que Ramil habla de una “estética del frío” (por oposición al tropicalismo de su país), refiriéndose a que los habitantes del sur de Brasil son más próximos a los uruguayos que al resto de los brasileños, y a que eso se manifiesta también en lo musical. La gestora continúa en la misma línea, pero esta vez evoca las palabras de Falú para referirse a la renovación en una aparente paradoja: “El folclore es el género de mayor innovación”.

Señala que en Uruguay la música más escuchada, de acuerdo al estudio de consumos culturales -Imaginarios y Consumo Cultural, que se realiza desde 2002-, sigue siendo lo que llamamos folclore, y sus festivales convocan a 2.500.000 personas, “casi todo el país. Deberíamos entender qué despierta esa música en la gente. Incluso los rockeros están invitando a folcloristas”.

Barnabé aclara que ellos no organizan un festival “de folclore”. Y que si bien respetan mucho ese término, creen que ha sido muy manoseado, ya que a veces los festivales terminan reduciéndose a “artistas que convoquen”. “En general es mucho más amplio que lo que nosotros le adjudicamos”, dice. Por eso prefieren definir a Música de la tierra como la música popular de raíz folclórica.

Este año, el proyecto desembarcará por primera vez en otro país, Argentina. En esto intervinieron dos factores: uno es el trabajo acumulado sobre los vínculos y las temáticas comunes en la región, y otro es la Fundación Itaú, que desde el comienzo es el patrocinador principal del encuentro. Este año, esa institución les solicitó una autorización para presentar el proyecto en un encuentro sudamericano de fundaciones. Al finalizar, se votó para identificar tres proyectos que fueran considerados los mejores con miras a ser regionalizados, y Música de la tierra fue uno de los elegidos. Así surgió la posibilidad de trasladar el festival a Buenos Aires, y como contaron con un tiempo acotado -además de que les sugirieron que lo realizaran antes de las elecciones argentinas-, esta primera edición se toma como una presentación del proyecto en el país vecino, una muestra de lo que es Música de la tierra en su totalidad, y también una promoción del festival en Uruguay, ya que, por lo menos en esta ocasión, los contenidos que no se refieren estrictamente a la música quedarán afuera.

El año pasado, los organizadores decidieron que cada festival sea en homenaje a un artista. En 2014 fue el turno de Zitarrosa, y la dedicatoria se repetirá en Buenos Aires. Esto implica que el espectáculo de cierre se centre en el artista seleccionado, al igual que otras actividades, como mesas redondas y talleres. En Buenos Aires, Música de la tierra comienza hoy con lo que llamaron las “Jornadas Zitarrosa”: habrá una mesa redonda en el marco de la cátedra que dirige Falú, de tango y folclore, en la que participarán musicólogos, periodistas y otros especialistas argentinos, con Fernando Cabrera como invitado especial para hablar sobre Zitarrosa. Luego el Ensamble Chancho a Cuerda, un grupo de ya destacada trayectoria que ha editado tres discos desde 2010, combinando canciones y piezas instrumentales en diálogo con la música contemporánea y el jazz, interpretará temas de Zitarrosa junto a otros invitados.

Mañana a las 20.00, en el anfiteatro del Parque Nacional Centenario, se presentarán los argentinos Ramón Ayala y Los Núñez, y el cuarteto brasileño Renato Borghetti. En la tarde del sábado (a las 18.00) será el turno de los uruguayos Ana Prada y Cabrera. De noche, Radio Nacional dedicará su transmisión a Zitarrosa, y serán invitados varios de los artistas uruguayos participantes en el festival. Al día siguiente actuarán el riograndense Vítor Ramil y el argentino Carlos Moscardini, con un cierre dedicado al espectáculo Zamba por vos, en homenaje a Zitarrosa.

En Uruguay, Música de la tierra llegará a su quinta edición, que se realizará el 14 y el 15 de noviembre. Entre los invitados estarán Falú y los también argentinos Jorge Fandermole -autor de “Oración del remanso”-, Marcelo Moguilevsky y Carlos Aguirre. Entre los uruguayos se encontrarán Cabrera, los tacuaremboenses Gauchos de Roldán y Los Aparceros, con un cierre en homenaje a Osiris Rodríguez Castillo: como base actuará el Cuarteto Ricacosa, además de Los Aparceros y otros artistas que aún se están definiendo, y habrá una participación especial de Pepe Vázquez, quien recitará uno de los textos más emotivos de Osiris, “Romance del malevo”.

El deseo de los curadores es que Música de la tierra se imponga como un clásico para la ciudad o el país: que sea identificado como un punto importante en la agenda cultural del año “y no sea visto como una locura de dos gestores particulares”.

Sobre todo porque, si bien el festival no respeta fronteras, los organizadores enfatizan que pretende rescatar las identidades locales y regionales. “A contramano de lo que nos impone la globalización -apunta Barnabé-, nos planteamos un contrapeso con esa dinámica que, si bien realiza aportes positivos, muchas veces, y más que nada en lo vinculado con las identidades locales, las apabulla y las relega a un lugar donde corren mucho riesgo de desaparecer”. Esto se extiende a múltiples expresiones culturales, y el festival, precisamente, se plantea reivindicar una identidad local posicionada en una región, a la vez que ahonda en el paisaje sin olvidar sus mutantes sonidos, mientras “el folclore se ríe de la geografía”.