La escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, de 67 años, fue la elegida para el Nobel de Literatura. El fallo de la academia sueca subraya “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”.

La prensa ha destacado el modo en que Alexiévich retrata dramas de lo que fue la Unión Soviética, así como los sufrimientos de la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Afganistán y la catástrofe de Chernóbil. Su primera novela, La guerra no tiene rostro de mujer (1985), que se publicará en noviembre en España, se desarrolla como una crónica periodística mediante voces de mujeres que combatieron.

De padre bielorruso y madre ucraniana, nació en 1948 en el oeste de Ucrania. Al poco tiempo la familia emigró a Bielorrusia, donde ella estudió periodismo y trabajó en varios medios. “Mis padres vivían para los libros. Por el lado paterno vengo de cuatro generaciones de profesores. En comparación con otros niños, tuve una infancia privilegiada: tenía a mis dos padres viviendo en casa y nuestro nivel de vida era bastante mejor que el de otros. Cuando empecé la escuela, me compraron una mochila; los demás tenían bolsas de tela. Hice un berrinche hasta que mi madre me cosió una bolsa, para ser como los demás. También era la única que tenía una campera; se la presté a todas mis amigas. Me la devolvían deshilachada y mi madre me retaba. Con mis padres era imposible discutir. Para mi padre no existía nada fuera del marxismo-leninismo”, contó en una entrevista.

Algunos identifican a Voces de Chernobyl (1997), su única obra traducida al español, como la más leída, y otros se inclinan por La guerra no tiene rostro de mujer. Acerca de ésta, la autora dice que la precedieron muchos libros sobre mujeres combatientes, pero que se diferenció por el punto de vista. “Los veteranos querían prosa heroica y no relatos de atrocidades. Su publicación fue rechazada durante dos años, pero vino la Perestroika. Un amigo llevó el manuscrito a Moscú y se publicó allí. Por intermedio de varias personas le llegó a Gorbachov, que lo elogió en un discurso por el 40º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Recibí premios, medallas. El éxito en toda la URSS fue fulgurante: dos millones de ejemplares. Cada seis meses se imprimía una tirada nueva, el libro no paró de venderse y se adaptó al teatro y al cine. Pero hubo polémica en los diarios: para la vieja guardia de comunistas, militares y ex combatientes, manchaba la imagen de la guerra, e incluso la de las mujeres combatientes, con detalles demasiado crudos. El libro evocaba los dolores físicos de los prisioneros, y eso era considerado degradante. Pero el peor insulto era ‘pacifista’”.

Sobre otro de sus libros, El fin del hombre rojo (2013), plantea que la Unión Soviética era un mundo aparte, con su propia definición del bien y del mal, “donde todo era diferente a Occidente”. Cuenta que en esa obra confronta a dos personas de 60 años, una occidental y otra ex soviética, que se dan cuenta de que, desde el primer año, sus vidas tuvieron muy pocas cosas en común, como si hubieran estado en mundos diferentes: la crianza, los temas de conversación, las películas y los libros que los marcaron iban por carriles distintos, y también eran distintas sus vacaciones, sus ambientes, sus héroes, su visión de una carrera y de los vínculos humanos. “De hecho, para bien o para mal, los comunistas tuvieron éxito en crear un hombre particular, el Homo sovieticus, con su cultura, su moral y sus costumbres bien diferentes de las de los occidentales. Si olvidamos eso no podemos entender a la Rusia de hoy”, afirma Alexiévich.