Pasó más de medio siglo desde que José Luis Pepe Guerra musicalizó aquel poema gauchesco de su coterráneo Serafín J García que arrancaba: “Yo sé que en el pago me tienen idea / porque a los que mandan no les cabresteo; / porque despreciando las güeyas ajenas / sé abrirme caminos pa’ dir donde quiero”. Lo demás es historia: la de Los Olimareños -junto con Braulio López- y la de Guerra como solista. Por otro lado, como quien no quiere la cosa, hace casi cuatro décadas que el dúo formado por Eduardo Larbanois y Mario Carrero inició su carrera siguiendo, en cierto modo, la tradición marcada por la legendaria dupla de Treinta y Tres. Por lo tanto, no es extraño que el recital que brindarán Pepe Guerra y Larbanois & Carrero el viernes 23 de octubre en el Teatro de Verano se denomine “histórico”. La presentación promete un cancionero tan uruguayo como el mate que se pasan los músicos mientras conversan con la diaria.

-¿Cómo surgió la idea de hacer un concierto juntos?

Pepe Guerra (PG): -Se nos ocurrió a todos. Ya nos habíamos juntado otras veces en distintos recitales, pero por cosas muy puntuales. Esto es mucho más elaborado. Son tantas las canciones que tenemos entre Larbanois & Carrero y Pepe Guerra -y yo tengo el arrastre de Los Olimareños-, que la selección es difícil. Hasta ahora no me he metido, porque [Mario] Carrero me dice: “¿Qué te parece tal canción?”. Y yo: “Me encanta, porque siempre la canté”. Entonces, vamos a tratar de emocionar a la gente y de emocionarnos nosotros por medio de canciones con mucha historia, con mucho peso, que han sobrevivido a más de 50 años.

-¿Por qué cree que han sobrevivido?

PG:-Es un misterio. Yo no lo sé responder.

Mario Carrero (MC): -Resistieron porque tienen que ver con la gestación y el crecimiento de un cancionero propio. Cuando aparecieron Los Olimareños [en 1962], se oía básicamente la música de raíz folclórica argentina, debido a una ley promulgada por [Juan Domingo] Perón que obligaba a pasar allá determinado porcentaje de música nacional, y se metió muchísimo acá. Entonces, lo que se conocía -por definirlo muy groseramente- como “música folclórica” era Los Chalchaleros, Los Fronterizos, [Horacio] Guarany, [Eduardo] Falú, que en aquel momento hablaban obviamente de sus cosas: la “luna tucumana”, las “noches santiagueñas”, etcétera. Por esos años, acá un grupo de artistas empezó a cantar sus cosas en distintos lados y, en el caso concreto de Los Olimareños en Treinta y Tres, Rubén Lena tuvo una tarea militante: el intento de generar un cancionero popular que hablara de nosotros.

-Y vaya si lo logró.

PG: -Incluso nos pusimos de acuerdo con Lena. Una vuelta me dijo: “Mirá que estamos haciendo historia, Pepe”.

Eduardo Larbanois (EL): -Hay un hecho muy interesante: cuando vino la dictadura, toda esa generación, que había planteado las bases fundamentales para el desarrollo de un cancionero y de una identidad, fue borrada, prohibida absolutamente. La generación que venía, la nuestra, no era conocida; entonces, el sistema consideró que no éramos “peligrosos” y nos dejó pastar. Se les fue de las manos, porque la gente utilizó la presencia de los emergentes de aquel momento como recurso para encontrarse, para masificar ese fenómeno que se estaba dando. Y nosotros asumimos el compromiso de mantener vivos a nuestros antecesores: en nuestras canciones aludíamos a cosas de nuestros compañeros de la generación anterior que no estaban. Era una forma de resistencia. De hecho, cuando volvieron, muchos de ellos creían que sus canciones ya no se cantaban y no se conocían. Y estaban más vivas que nunca, sostenidas por un pueblo que estaba ansioso esperando el retorno de sus artistas, sin desmerecer a los que habían nacido después, y a los que también habían apoyado. Se hizo un cancionero contundente, identitario y absolutamente uruguayo.

PG: -Convengamos también que cuando volvimos del exilio -tanto Los Olimareños como [Daniel] Viglietti, [Alfredo] Zitarrosa y [José Carbajal] El Sabalero- se había generado un hecho político. No era sólo la canción; era la canción y además el hecho político.

MC: -Un montón de veces nos pasó de tener que ir al Departamento de Inteligencia a “sesiones de ablande” -porque obviamente no podían meter preso y perseguir a todo el mundo- y que nos dijeran que con nosotros no iban a cometer el mismo “error” que con los que habían obligado a irse y desde el exterior hacían “propaganda contra Uruguay”. Entonces, la estrategia con nosotros era “liquidarnos” acá, y aparte nos decían: “Hay mil maneras de liquidarlos”. Subestimaron a la gente -porque eso no es una virtud de los cantores ni quizá de la canción-, que fue la que generó el movimiento del canto popular, para sustituir sus carencias en cuanto a partidos políticos, gremios, sindicatos, etcétera. Nosotros cumplimos con eso y fuimos soportados por el público. Porque no se puede olvidar que en un recital en el que cantaban cinco artistas, de repente tres estaban prohibidos y subían dos; y de 20 canciones, cantaban siete. Y la gente iba igual, porque sabía que era un acto de militancia y que generaba la posibilidad de encontrarse.

-En la actualidad, el canto popular como movimiento no existe, y obviamente ya no estamos en dictadura; sin embargo, sigue habiendo cosas que resistir.

MC: -Obvio. Para mí, como autor, son las mismas cosas de siempre. Nosotros tenemos una postura muy conocida a esta altura -humana, ideológica y política-, pero tratamos de que la canción no sea eso. De repente, si hacemos “Cuando canta el gallo azul”, “Milagro” o “Santamarta”, no te estamos diciendo qué votamos, pero personalmente he salido a hacer spots planteando cosas. Nuestra canción, evidentemente, no. Pero seguimos con los mismos objetivos.

PG: -Los sueños están intactos.

-¿Cuáles son esos sueños?

PG: -Los sueños de igualdad.

EL: -Un futuro mejor para la humanidad. Y hay cosas que incluso se han ido radicalizando: la irreverencia del ser humano frente a un mundo que no es infinito y que se está deteriorando en forma exponencial. Arrogarnos el derecho a considerarnos dueños absolutos del mundo y de decidir quién tiene derecho a vivir o no en él. “El hombre es el lobo del hombre”... En realidad, ofendemos al lobo si lo comparamos, porque no existe ningún animal que sea capaz de torturar a otro, o de matar por el mero placer de matar. De modo que hay mucho para cantar todavía en esa área. Pero la sensibilidad del individuo, de una obra, de una canción, no tiene por qué estar ceñida a un tema exclusivo, si desde el momento en que vos generás emoción mediante una canción estás aportando algo. Predisponés al individuo a tener más sensibilidad con respecto al entorno en el que vive, a sus semejantes, a sus proyectos, mientras que vivimos en un mundo absolutamente mercantilizado, que te obliga a un consumo exacerbado y donde los valores están trastocados. Un país mide su progreso según el superávit económico y no por los resultados reales. Es como que en tu hogar digas: “Este mes ahorramos tanta guita, pero los gurises comieron fideos todo el mes”.

MC: -No ha cambiado nada desde que empecé a cantar canciones con el objetivo de tratar de conmover y de sensibilizar. Cuando voy a escribir una canción, lo que busco es eso. No creo que con una canción yo vaya a cambiar un sistema político.

-Si fuera así, ya lo habrían logrado varios...

MC: -Sí, habríamos cambiado las cosas hace tiempo. Pero sí tiendo a querer que mi trabajo artístico contribuya a generar situaciones distintas. En un país en el que seguimos teniendo una cantidad de niños que nacen por debajo de la línea de pobreza, pero al mismo tiempo agotamos la mercadería en los shoppings cuando no se cobra IVA, o tenemos este nivel de venta de [automóviles] cero kilómetro. Es un tema que trasciende al gobierno, tampoco somos inocentes en esto.

Hay que generar situaciones en las que la cultura contribuya a tratar de dar otra visión, la de un mundo en el que podamos perseguir otras cosas que no sean las que nos impone la economía de mercado. Después, en la práctica real y diaria de la política, quedamos envueltos en un montón de cosas, y es muy difícil establecer ese debate, porque hay gente que quizá no quiere tener que privarse de cambiar el auto, y no digo que sea mala por eso, capaz que tiene unos sentimientos preciosos y divinos.

EL: -Una vez vino una señora y me dijo: “Yo vivo gracias a ustedes”. Y pensé: “Pah, ¿qué hicimos?”. Simplemente, capaz que una canción en un momento la emocionó y pasó a ser parte de su vida. Vos no sabés hasta dónde llega lo que hacés. Se ha comprobado que la música como elemento educativo es esencial, porque es una de las pocas disciplinas que generan una actividad fisiológica sistemática de los dos hemisferios cerebrales. De manera que en la educación se debería estimular la música como un elemento esencial. No para que el tipo sea músico, sino para que tenga un desarrollo de la inteligencia. En algunos países avanzados se apunta mucho a eso; acá todavía no hemos entendido ni siquiera que la música es importante para vivir.

-Hablábamos de la dictadura, y hay un tema que me parece interesante por lo insólito: el famoso enfrentamiento entre el canto popular y el rock luego de la apertura democrática, en 1985. ¿Ustedes lo vivieron?

MC: -Lo observamos desde afuera, jamás entramos en eso porque estaba previsto.

EL: -Hubo un juego intencional y previsto por el sistema para generar esa división. Es más, yendo un poco más atrás, se hizo un festival de rock en Río [de Janeiro, Brasil] con el objetivo de ver la capacidad de penetración que tenía el rock en América Latina, donde en la década del 70 había imperado la música latinoamericana: los Quilapayún, Mercedes Sosa, [Atahualpa] Yupanqui, [Jorge] Cafrune, Los Olimareños, Zitarrosa, etcétera. Si en Brasil, que tenía profundamente arraigada su cultura, se lograba una penetración mínima, el resto de América Latina era pan comido. Vos sos muy joven, pero hubo una serie de festivales auspiciados por una gaseosa que estimulaba a los jóvenes a participar con bandas, y los premios eran giras por toda América. De hecho, estaba en todos los medios, con plata por todos lados y generando ese choque con quienes de alguna manera habían participado para lograr la salida democrática. Y en realidad al sistema le salió el tiro por la culata, porque los gurises lograron hacer un híbrido creativo nuevo a partir de la esencia. El sistema necesitaba usar la superficialidad de esa propuesta que originalmente era revulsiva -el auténtico rock es revulsivo-. Pero no se puede manejar ni la juventud ni los movimientos culturales. Hubo personas de acá que se embanderaron y dieron manija en los sellos discográficos para tirar para afuera a todo lo que era música popular de raíz nacional. Pero no corrió.

MC: -A nadie escapa que el movimiento del canto popular durante la dictadura fue un arma fundamental -de la gente, vuelvo a insistir con esto porque si no parece que nos ponemos de héroes-, pero además generó una dinámica de resistencia. Asumió un gobierno [el de Julio María Sanguinetti, en 1985] en una democracia tutelada y con un montón de situaciones que se dieron después... Estaba clarísimo que no se podía dejar que el canto popular siguiera existiendo como movimiento, y la idea era que perdiera fuerza de distintas maneras: desde dándole cargos a algunos...

-¿A quiénes?

MC: -A gente de la cultura, para que la absorbiera la maquinaria... Otras maneras eran limitar la difusión, o ridiculizarlo: se le empezó a llamar “cantopopu” desde los medios. Y generaron un enfrentamiento con los compañeros que estaban en el exilio. Desde varios programas de radio nos decían: “Cuando vuelvan los verdaderos cantores, ¿qué va a pasar con ustedes?”. Pero no digo que todo esto fuera una cosa maquiavélica pensada por el sistema para atacar al enemigo.

-¿Usted dice que el auge del rock posdictadura fue un proyecto político?

MC: -Quizá fue una necesidad expresiva de ese momento. Pero ante un grupo de artistas que de alguna manera estaban asociados -ya desde antes de la dictadura- a determinada línea ideológica, política o partidaria, y que habían tomado un vuelo importante, más valía que apareciera otro movimiento en el que incluso se diluyeran un poquito los objetivos: que estuviera contra todo; o contra nada, en una actitud “rebelde sin causa”.

EL: -Yo no tengo dudas de que fue un proyecto político. El objetivo del sistema era utilizarlos. Pero, como te decía, no se puede utilizar las corrientes culturales: los gurises lograron un movimiento tremendamente creativo, riquísimo, como resultado de la fusión de elementos propios de acá con los que les trataban de imponer. De todos modos, no podemos ser ingenuos ante el manejo de los medios masivos: hay un proyecto del sistema, basta con leer un poquito a [Noam] Chomsky. Por un aparatito cuadradito que se llama televisión a veces estamos absolutamente informados de la desinformación. No sabemos lo que pasa realmente.

-Me quedé pensando en un gobierno dándole cargos a gente de la cultura: el Frente Amplio también puso a personalidades de la cultura en cargos de gobierno. ¿Desde el otro lado no pueden pensar con la misma suspicacia?

PG: -Del otro lado hay pocos...

MC: -Depende mucho de lo que estés haciendo. No necesariamente concuerdo con todo lo que está haciendo este gobierno, pero es mi gobierno y soy responsable de él también. Eso significa que no voy a escribir una canción por un tema puntual, ni a salir con una bandera a protestar por un tema con el que no esté de acuerdo, porque sigo con un objetivo que está más allá, que lo asumí y que viene desde Artigas. Es un tema mucho más profundo. Es la Patria Grande latinoamericana. Y sé que en estos momentos estamos muy lejos de lo que queremos, por eso incluso tengo actividad en otro lado: trabajo en el Plan Juntos [Plan Nacional de Integración Socio-Habitacional Juntos], porque entiendo que hay cosas que la canción no puede hacer.

-Es una forma más directa de militar.

MC: -Sí, es militancia directa. Y aun con todo lo que hacemos, seguimos llegando muy tarde. Pero no me puedo enredar en estos momentos en ponerme, por ejemplo, en aras de una democracia purista y sana, a cuestionar a [Nicolás] Maduro en Venezuela. Capaz que no coincido con todo lo que hace, pero sé qué hay detrás del ataque a Maduro: desarmar todo el proceso de gobiernos progresistas de Brasil, Bolivia, Ecuador...; y en Venezuela lo que ha ocurrido fundamentalmente es que tiene problemas con los costos del petróleo. Si no pasara eso, de repente no habría tantas formas de atacarla.

EL: -Logramos gobiernos progresistas por medio de elecciones, no hicimos la revolución; entonces, no podemos radicalizarnos en pedir cosas que son imposibles. Tenemos que tener cintura para lograr el mayor avance posible de las fuerzas populares dentro del sistema. Pero no hicimos la revolución. Entonces, no golpeemos en lo que tenemos, que nos está permitiendo crecer a pasitos cortitos.

PG: -Hablando de Venezuela: no se sabe los logros que han tenido. Se sabe lo que no han hecho, pero los logros en materia de salud, esto y lo otro, no se dicen. O sea, vivimos en un mundo en el que los medios pesan mucho también.

-Los Olimareños tocaron en la asunción de José Mujica como presidente en 2010. ¿Cómo evalúa su gobierno?

PG: -No soy quién para evaluar el gobierno de Mujica. Para mí el viejo es un crack, flor de tipo, que no le dejaron hacer lo que él... Una vez el Ñato [Eleuterio Fernández] Huidobro me dijo: “Pepe, nos topamos con un enemigo que no lo teníamos, que es el monstruo de este país: la burocracia, que no te deja hacer nada”.

EL: -Eso mismo dijo Gilberto Gil: estos sistemas están hechos por el poder, de manera que cada vez que vos querés hacer una transformación social importante, chocás con los muros y las paredes de la burocracia. Entonces, si habrá que tener paciencia e ir despacito para consolidar cada paso.

MC: -Pero esas paredes también las tenemos adentro. Yendo concretamente a donde trabaja el Plan Juntos: son 15.000 familias, unas 70.000 personas, de las que la mitad son menores de 14 años, criándose en situaciones complejas. Hay una Ley de Emergencia Sociohabitacional [la 18.829] para atenderlos, pero muchas veces nos embarcamos dentro de la izquierda a ver si es “el buque insignia de Mujica”, si es asistencialismo o no; y no veo que nos desesperemos en la calle por lo que está ocurriendo. En este país muchísimas veces, cuando llega el verano, no volvemos hasta que no llegue el último ciclista, y los pobres que también esperen. Me parece que para ir más allá tenemos que ir más allá todos. Yo no voté a alguien para que me haga la revolución a mí. Es de locos pensar que eso va a ocurrir. Hay que salir a hacerla, pero es bravo, porque no se vende en ningún lado.

PG: -La palabra “revolución” es medio brava.

MC: -Buscala en el tono más sano que quieras.

-Volvamos un poco a la música: el clásico disco Todos detrás de Momo, de Los Olimareños, (1971), suele considerarse como uno de los primeros en los que se grabó el género “murga canción”, pero contiene un tema corto, “La bocina”, que es un boogie-woogie cincuentero. Ahí había una influencia de rock.

PG: -Sí, había influencia rockera también. Por supuesto, estábamos mas influenciados por la inmediatez del campo, que ahora le dicen “folclore”, pero también irrumpían aquellos muchachos estrafalarios de pelo largo. Lo que pasa es que en un corso de un pueblo metés todo junto en una olla, y fue lo que se hizo en Todos detrás de Momo.

EL: -Cuando buscás originalidad, terminás en el hombre de las cavernas: porque uno fue a visitar a otro, llevó algo y se trajo algo, de modo que no estás exento de la integración de elementos que vienen de otros lados. Y más en este país, que formó una cultura a partir de inmigrantes. Nosotros tomamos la polka como un elemento folclórico, pero viene de Polonia. El cielito viene del vals vienés. La propia geografía y la idiosincrasia de un pueblo van generando una identidad.

-Usted tuvo formación de guitarra clásica, con piezas de Bach, por ejemplo. Supongo que eso lo ayudó para desarrollar la técnica.

EL: -Claro, no es desestimable. Es como cuando vas al liceo: te enseñan ecuaciones de segundo grado y decís: “¿Para qué me enseñan esto?”. Para que te abra la cabeza y te permita entender otras cosas. Yo no puedo tocar Bach y Mozart, porque no es mi música, pero forma parte de la cultura occidental; entonces, la estudio porque técnicamente y desde el punto de vista de la realización ha sido un gran desarrollo. Me permite hacer la música de acá con un aporte más sutil y más delicado desde el punto de vista técnico.

-Guerra: ¿es verdad que en Treinta y Tres, antes de Los Olimareños, llegó a cantar en quilombos?

PG: -Entre otros lugares. Uno hacía lo que podía, no tenía una academia como el Larba. Antes de Los Olimareños canté solo en una orquesta que se decía de “música internacional” -estaban también “la jazz” y “la típica”-, y salía para que la gente bailara. Ahora no se me ocurriría, porque siempre fui un tipo vergonzoso. Salía sin guitarra; cantaba con unas maracas, vestido de saquito blanco, pantalón negro y zapatitos blancos...

-¿Y a las muchachas les gustaba?

PG: -Por suerte, sí.