Es difícil definir a qué género pertenece este libro de Leo Lagos, el primero que publica con su nombre y el segundo si contamos 100% rock, de su heterónimo Roberto Hammond. Por su formato, es un relato realizado con fotos intervenidas mediante globos de diálogo, esa especie de remedo de fotonovela que fue común, por ejemplo y para acercarnos al objeto de la obra, en los fanzines y las revistas “subterráneas” a la salida de la dictadura. Por su temática, elegir una etiqueta es más complicado: como el título lo indica, se trata en parte de un testimonio personal en torno a (y desde dentro de) la movida rockera uruguaya que tuvo su eclosión entre el final de la dictadura y el complicadísimo año 1989, marcado entre otros hitos por el referéndum contra la Ley de Caducidad, las muertes de varias figuras políticas y culturales emblemáticas (Raúl Sendic, Afredo Zitarrosa, Eduardo Mateo), una fractura del Frente Amplio y unas elecciones nacionales que, a diferencia de las de 1984, se realizaron sin proscriptos y, en vez de darle el gobierno nacional y el de Montevideo al Partido Colorado, le otorgaron el primero a los blancos y el segundo, por primera vez, a los frenteamplistas. Pero también tiene algo de ensayo, porque plantea (o más bien elabora a la vista de los lectores) algunas tesis de interpretación sobre aquella movida, con algo de humor y algo de investigación, porque el autor mezcla su memoria de esos años con el recurso a fuentes documentales diversas (incluyendo, por supuesto, las imágenes) y con el resultado de entrevistas que realizó específicamente para este trabajo, en busca de respuestas a sus propias dudas sobre los entretelones y el significado de hechos y procesos.
Esa diversidad interna es parte del atractivo singular de Quiero puré... y al mismo tiempo determina que, como era inevitable, el modo en que Lagos enuncia su relato oscile entre la subjetividad sin disimulo, cierto grado de distanciamiento crítico en la reflexión personal y el pedido de que le otorguemos algún grado de credibilidad periodística. Quienes no estén dispuestos a compartir los riesgos de jugar al juego que el autor nos propone pueden quejarse, con bastante razón, de que hay más de un dato erróneo y más de una apreciación injusta. Pero al centrarse en esas críticas se van a perder lo que a quien firma le parece uno de los aspectos más interesantes y fecundos de este libro: la forma en que no sólo contribuye a que sepamos más sobre nuestra “historia reciente”, sino también a que identifiquemos mejor algunos de nuestros problemas para comprender y transmitir esa historia.
Lagos logra de manera poco usual que el muchachito que era en aquellos años nos cuente qué veía y qué entendía de lo que pasaba a su alrededor, y de algún modo es el punto de vista de aquel muchachito el que ordena y determina las reflexiones e investigaciones del Lagos que escribe hoy este libro. De ese modo nos muestra sin pudores, también, lo que no veía ni entendía, y lo que hasta hoy no ha tenido ocasión de confrontar con otros puntos de vista sobre los mismos hechos y procesos. Y eso aporta pistas invalorables para que nos demos cuenta de cómo operan, hasta hoy, algunas dificultades sociales para construir una mirada de mínimo consenso sobre “la historia reciente”. Una persona de mi edad (bastante mayor que Leo) puede preguntarse, al leer Quiero puré... a qué se debe que, ya en 2015, el relato sobre el significado del rock posdictadura con el que Lagos quiere discutir y saldar cuentas sea el de quienes lo consideraban el resultado de una conspiración entre el imperialismo yanqui y los colorados. Y uno, en vez de enojarse por el esfuerzo dedicado a pelear contra un adversario que ya no puede mantenerse en pie, puede preguntarse si no pasa algo similar, salvando muchas distancias, con muchas personas que, sinceramente, viven el regreso a Uruguay de Héctor Amodio Pérez como una revelación de que no era cierto el relato que lo presentaba como único y principal responsable de la derrota militar de los tupamaros, pese a que dicho relato -casi una leyenda urbana transmitida en forma oral- hace desde siempre tanta o más agua que la visión psicobolche del rock de los años 80.
El primer paso para que complementemos nuestras memorias y nuestras reflexiones sobre lo que vivimos es que seamos capaces de compartirlas francamente. En este sentido, el libro de Leo Lagos es un aporte sustancial.