Nuestra América, de José Martí (1891), es el paradigma que expresa y orienta conceptualmente, en el nivel del discurso, la moral de la emergencia latinoamericana desarrollada desde el siglo XVIII.
Desde su propio título, Nuestra América nos lleva a colocarnos en un lugar epistémico -tópico y a la vez utópico- y, en relación con éste, a sentir, pensar y actuar como integrantes de un “nosotros” que trasciende a nuestra individualidad: ese lugar es nuestra América y ese “nosotros” es el de los “nuestroamericanos”. En la obra emerge una quiebra de las totalidades opresivas externas e internas.
La expresión “hombre natural” del texto martiano puede leerse en relación con su significado en antecedentes europeos -Hegel, por ejemplo-, pero desde y en “nuestra América” se vuelve categoría de nuestro humanismo crítico. En el discurso hegeliano de las Lecciones de filosofía de la historia universal, los “naturales” del nuevo mundo eran cuerpo sin espíritu y naturaleza sin historia. Los hombres del viejo mundo, con espíritu y con historia, los hacían ingresar en la humanidad propiamente dicha.
En el discurso martiano de Nuestra América, y en el discurso nuestroamericano que Arturo Andrés Roig (1922-2012) elabora filosóficamente en diálogo con Hegel y con Martí, “hombre natural” pasa de ser lo no-humano a ser una afirmación de lo humano-concreto universal, que hace visible y posible el reconocimiento y la afirmación de las expresiones de humanidad hasta entonces invisibilizadas y negadas por el concepto de lo humano-abstracto universal, asociado con la dominación occidental en la figura euronortecéntrica que se ha impuesto también sobre nuestra América.
En los términos de la “moral de la emergencia”, que es la que “constituye el espíritu del humanismo latinoamericano”, el “hombre natural” es “la expresión de la conciencia moral enfrentada a las leyes establecidas, es el principio subversivo, que a su vez es corrosivo de la eticidad vigente”.1
“Viene el hombre natural indignado y fuerte y derriba la justicia acumulada en los libros”, expresa Martí en Nuestra América. Los que ejercen “la negación”, identificados en esa categoría de “hombre natural”, expresan “la emergencia de un continente” por la cual, “a pesar de la garantía de universalidad que el Estado les ofrece, se mantienen al margen del mismo”. Lo hacen porque lo que les ofrece la eticidad institucionalizada en el Estado supone renunciar, en nombre de la universalidad abstracta, a su específica humanidad, a su propia afirmación y a la construcción de un universalismo concreto.
La experiencia de su “dignidad” negada es lo que le permite al “hombre natural”, con legitimidad en los términos del universalismo concreto, la acción subversiva de “derribar la justicia acumulada en los libros”, o sea, la eticidad instituida que comete injusticia en nombre de la justicia. Su fuerza es fundamentalmente moral.
Se trata -señala Roig con Martí- de “volvernos hacia nosotros mismos, ejercer una forma de reconocimiento de lo que nos negamos a reconocer”. Esto tiene que ver fundamentalmente con el ejercicio del “a priori antropológico” por parte de los “nuestroamericanos”, como “necesidad” para la superación de las visiones alienadas de nosotros mismos. Sólo por el reconocimiento de nuestra propia humanidad -en su diversidad- ésta podrá afirmarse con autonomía radical, lo cual probablemente no será posible si nos limitamos a procurar el reconocimiento de otros (especialmente de los euronortecéntricos dominantes).
En la línea de este humanismo crítico, la “dignidad” en las diversas expresiones de lo humano es postulada como “necesidad primera”, y por lo tanto criterio de sentido para la construcción de lo humano desde nuestra América y en ella, que también pretende aportar a la constitución de la humanidad en su conjunto. En este sentido, se toma distancia crítica tanto de la “fe en el progreso” del proyecto de la modernidad euronortecéntrico como de la tesis del fin de los “relatos” de la posmodernidad. Ese posicionamiento no ecléctico ante la disyuntiva entre la comunidad cosmopolita kantiana como sentido de la historia y su disolución posmoderna “no supone -en la perspectiva de Roig- la renuncia a la organización de nuestro discurso sobre la base de las ideas reguladoras constitutivas de un humanismo”.
El “reconocimiento”, la “dignidad humana” como “necesidad” suprema, la “moral de la emergencia”, el “a priori antropológico y el “hombre natural” son categorías o ideas-fuerza aportadas por Roig. Hacen de él, en las actuales circunstancias, una ausencia presente que nos aporta sustantivamente para no extraviar el rumbo en la perspectiva de la construcción del universalismo concreto inclusivo de la diversidad, conforme al “espíritu del humanismo latinoamericano”.
El autor
Acosta, profesor de Filosofía, obtuvo la Maestría en Ciencias Humanas, opción Estudios Latinoamericanos, y es investigador activo nivel II del Sistema Nacional de Investigadores. Trabaja en el Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos de la FHCE y en el Instituto de Historia de las Ideas de la Facultad de Derecho, Udelar.
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Estas citas y todas las siguientes que no corresponden a Martí provienen de Ética del poder y moralidad de la protesta. Respuestas a la crisis moral de nuestro tiempo, de Roig, EDIUNC, Mendoza, 2002. ↩