El libro Para qué sirve realmente la ética, parte de una colección de divulgación de la editorial Paidós, ganó el año pasado el Premio Nacional de Ensayo en España. “La serie buscaba presentar al público cosas que le interesan pero que pocos saben realmente qué son -dice su autora, Adela Cortina-. Y la ética es una de ellas. Nos damos cuenta de su importancia cuando nos falta. Hoy tenemos en Europa una gran cantidad de refugiados, de inmigrantes pobres, y se les cierran las puertas: te das cuenta de que falta ética. Cuando no se tiene en cuenta la amenaza a la vida que implica el cambio climático. Cuando detectas que en tu país y en otros hay pobreza extrema y hambre, es porque falta ética”.
-¿Cómo puede la ética ayudarnos a pensar en esos problemas?
-En filosofía usamos “ética” como sinónimo de “filosofía moral”. Desde el comienzo de la humanidad y en todas las sociedades ha habido siempre conciencia de que unas formas de vivir son mejores que otras, más dignas. Como hay muy distintas culturas, los contenidos son diferentes, pero tienen en común esa conciencia. Es el fenómeno extraño al que se llama “moral”, que no es lo mismo que el derecho -referido a leyes para cuyo cumplimiento se coacciona-, ni que la religión, que habla de la creencia en un dios que revela. La noción de cuáles son los valores más importantes ha ido cambiando con el tiempo y con las culturas, pero hoy podríamos decir que son la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto y la convicción de que los problemas se deben resolver dialógicamente y no por la violencia. Los dos lados fundamentales de la ética son la justicia y la felicidad. Aspiramos a una vida justa y feliz.
-La felicidad no equivale al bienestar, sin embargo.
-Cuando la felicidad se convierte en bienestar puede entrar en conflicto con la justicia. En la Grecia clásica, cuando los filósofos se preguntaban qué es una vida digna de ser vivida, una vida feliz, se preguntaban por las virtudes que nos llevan a ella: la prudencia, la justicia, la templanza. Con el tiempo, la idea de felicidad se fue equiparando a la de bienestar; rebajándose, diría yo. Porque cuando la felicidad es bienestar, puede que nos moleste que alguien reclame justicia. Si yo estoy bien, con la vida bien arreglada, me molesta que alguien venga con exigencias de justicia. Si alguien viene pidiendo refugio porque en su país se muere de hambre o hay una guerra que no lo deja vivir, a los que estamos bien, a los bienestantes, nos molesta.
-En nuestra región molestan los reclamos por justicia histórica.
-Claro, los que se han hecho su vida, su disfrute, sus salidas, su familia, no quieren que alguien de fuera altere ese estado. El que molesta es el aporos, el que no tiene nada que dar a cambio. Le propuse a la Real Academia Española que ingrese al diccionario la palabra “aporofobia”, fobia a los pobres, a los marginados. Se les excluye, y eso, por supuesto, no es ético.
-Usted trabaja en el campo de la ética de los negocios. Puede parecer una contradicción, si uno piensa que el mercado tiene una lógica que no necesariamente es moral.
-Cuando creamos la Fundacion Étnor para la ética de los negocios y las organizaciones pensamos que no iba a durar mucho, pero vamos a celebrar 25 años. Entonces la ética de los negocios se desarrollaba mucho en Estados Unidos, a partir de escándalos como el de Watergate. En algunos países de Europa se inició algo similar, pero no en España. Había que trabajar el tema, porque los países necesitan a las empresas para que creen riqueza material, puestos de trabajo y, si saben hacerlo, bienes intangibles. Creo que la economía debería ayudar a construir buenas sociedades, como dijo Amartya Sen, Nobel de Economía. Y la empresa también, dando lo que puede aportar. Si no sólo tiene en cuenta las exigencias legítimas de los accionistas, sino también las de los trabajadores, los clientes, los proveedores y el medioambiente en que se desenvuelve, resulta beneficiosa. Las empresas son actividades humanas, y por lo tanto las habrá muy morales y muy inmorales, en gradación: no se puede decir que todas son iguales. Con respecto al mercado, es un mecanismo para la asignación de recursos. Puede estar arropado en un Estado que intenta articular para que los derechos de todos se vean protegidos, que es lo típico de la economía social de mercado, la socialdemocracia, de la que saben mucho ustedes aquí en Uruguay. No es lo mismo que una economía neoliberal de mercado; hay que matizar y distinguir.
-¿Qué es la “ética de la razón cordial” de la que usted habla?
-Con un grupo de profesores de universidades de España y América Latina trabajamos en la ética del diálogo, creada por Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas. Es de lo mejor que hay en este mundo, pero creo que es excesivamente racionalista y debe ser mejorada, porque le falta una vertiente de emotividad. La ética tiene que ser razón y emoción: no se moviliza a la gente sólo con una argumentación impecable. He intentado una versión cálida, cordial, de la ética del diálogo, que entienda que los interlocutores no sólo somos capaces de argumentar, sino también de considerarnos mutuamente seres dignos por los que vale la pena trabajar. La palabra latina cordis es realmente bonita: es corazón, sentimiento, pero también talento, valor e incluso “estómago”. Creo que para muchas cosas en la vida hace falta estómago.
-¿Se puede considerar la ética una formación en valores?
-Sé que la palabra “virtudes” no le cae bien a nadie, pero en la ética es importante formarse una serie de hábitos para lo bueno, o sea, virtudes. La justicia no es un valor, es una virtud si yo la he incorporado a mi vida y forma parte de mis hábitos, de mi carácter. “Ética” viene de la palabra ethos, que quiere decir “carácter”, y significa la incorporación de hábitos de justicia, prudencia, magnanimidad. El carácter hay que formarlo. El virtuoso del piano o del violín se entrena; para esto es lo mismo. Nos preguntan cómo salir de la crisis: hay que empezar a cambiar de hábitos, de formas de vida. Cuando llega la debacle, si no nos hemos entrenado, toda solución es pésima.
-Si la ética ocupó el lugar que dejó la religión en lo referido a modos de conducirse, ¿qué ocurre hoy, cuando parece haber un retorno de lo religioso?
-No estoy de acuerdo en que la religión ha retrocedido y la ética ha ocupado su lugar. Creo más bien que hubo, tanto en América Latina como en Europa, un dominio de lo religioso muy fuerte porque se estaba en sociedades confesionales, con el Estado ligado a determinada religión. Lo que sí ha retrocedido, afortunadamente, es esa ligazón, y el Estado ha pasado a ser neutral, aconfesional o laico. El Estado de una sociedad pluralista tiene que ser neutral. En la sociedad plural hay creyentes en determinadas religiones, hay agnósticos, hay ateos y hay gentes que profesan determinados puntos de vista que prácticamente son como de una religión, por ejemplo ciertos tipos de vegetarianos; en definitiva, vivimos en sociedades en las que no hay una sola oferta de vida feliz, sino distintos grupos que hacen distintas ofertas. Eso es pluralismo, y es lo que hay en Uruguay, en España y en la mayor parte de nuestros países. En 1985 escribí Ética mínima: hay distintas éticas de máxima que hacen ofertas de vida feliz, pero todas están de acuerdo en unos mínimos de justicia, que componen la ética cívica de una sociedad pluralista. Lo que hay que proteger es esa ética común, porque sus valores de libertad, igualdad y solidaridad tienen que unir a todos los ciudadanos.