Keith Richards es el Rolling Stone con carrera solista más corta -aunque Mick Jagger apenas lo supera por un disco de estudio-. Empezó a fines de los años 80, cuando el grupo británico venía de editar los complicados Undercover (1983) y Dirty Work (1986), dos álbumes que ni siquiera presentaron en una gira, en un período de conflicto interno que al legendario guitarrista siempre le gustó llamar “la Tercera Guerra Mundial”. Debutó con el regular Talk Is Cheap (1988) y luego editó el formidable Main Offender (1992), un disco muy superior a aquellos dos huérfanos de gira. Su tercer trabajo en estudio, Crosseyed Heart, llega 23 años después.
The X-Pensive Winos (que se podría traducir como Los Borrachos Caros) es el nombre del grupo con el que Richards ha grabado su material solista y salido de gira. Tiene como pilar fundamental al eximio baterista Steve Jordan -quien además produce los discos junto con Keith y colabora en la composición-, y, un poco más abajo en jerarquía, al guitarrista Waddy Wachtel. Pero basta de introducciones y vayamos directo al grano, como dermatólogo apurado.
“Trouble”, el único corte de difusión de Crosseyed Heart, es engañoso, porque se supone que, como tal, debería ser lo mejor del álbum, o tener más ribetes de hit radiable; pero no. Es un tema muy flojo para haber sido cultivado por el mismo señor que compuso canciones que están en el podio de lo mejor de la historia del rock: el riff no termina de cuajar y el estribillo es débil, le falta punch; en definitiva, parece un pastiche bobón del estilo Richards. Es decir, es una canción que podrían haber compuesto los extintos Ratones Paranoicos en una tarde de inspiración divina.
Pero resulta que detrás del corte de difusión se asoma un disco muy bueno; un verdadero e inesperado regalo. _Crosseyed Heart _ empieza con la canción homónima: un blues al estilo del delta del Mississippi, simplemente con Richards cantando sobre su guitarra acústica, en un claro homenaje a Robert Johnson. No es extraño, ya que, al revés que su eterno cómplice bocudo, Keith siempre fue de quedarse atado a las raíces; nada de andar experimentando con cuestiones modernas (a tal punto que el disco fue grabado con tecnología analógica).
Así las cosas, tenemos varias canciones rockeras que nos hacen olvidar rápidamente de “Trouble”, como “Hearstopper”, con el detalle del piano de Richards doblando la pegadiza melodía; y “Amnesia”, en la que parece que el viejo pirata se ríe de aquel golpe en la cabeza que le produjo la “caída desde un cocotero”: “No sé quién soy, / olvidé mi nombre. [...] Golpeado en mi cabeza, / todo se quedó en blanco. / Ya ni siquiera sé / si se hundió el Titanic”. En “Nothing On Me” la guitarra rítmica punzante recuerda -para bien- el estilo de “Runnin’ Too Deep”, de Main Offender.
Si no hubiese conocido la música de Chuck Berry, hoy Richards estaría vendiendo artesanías en Hyde Park o jugando a las bochas en un club de Dartford, su ciudad natal; por lo tanto, siempre se toma su tiempo para homenajear al padre del rock & roll. En esta oportunidad, con “Blues in the Morning”, que desparrama todo el espíritu de los 50, con los clásicos licks de notas dobles que se cuelan entre los versos, un tratamiento sonoro acorde a aquella época y mucho de eso que se les ha olvidado a varios que tocan rock: roll. Por otro lado, “Substantial Damage” es una canción de ribetes vintage-modernosos (si se permite el oxímoron) con un Groove que ya le gustaría tener a The Black Keys.
En Crosseyed Heart tampoco faltan los temas tranquilos marca de la casa, con los que Richards parece sentirse más cómodo en los últimos discos de The Rolling Stones, porque se adaptan más a la voz serena y profunda que adquirió de veterano. “Suspicious” es una de las mejores baladas del disco, pero no tiene nada que hacer con “Illusion”, en la que Keith comparte la interpretación vocal con la inconmensurable Norah Jones, que apenas empieza a cantar dan ganas de ir a abrazarla.
El sonido del álbum mantiene la línea de los anteriores en cuanto a que la batería suena un poco más alta de lo común -también ayuda el pulso fuerte de Steve Jordan-, pero tiene más efectos, sobre todo en la voz de Keith, que en varios temas está cargada de reverb y hasta de eco. En la música siempre está presente esa sensación de que nadie sabe qué va a hacer en el siguiente compás, inherente a la forma de tocar la guitarra de Richards, quien con su Telecaster es como el personaje ciego que interpreta Al Pacino en Perfume de mujer manejando el Ferrari, pero sin que nadie lo guíe.
Keith Richards está por cumplir 72 años; se podría quedar en una de sus mansiones viendo cómo se agranda su cuenta bancaria cada vez que Scorsese usa “Gimme Shelter” en una película. Pero él sabe bien que, como dice el refrán, a rolling stone gathers no moss (“una piedra que rueda no agarra musgo”).