“El invierno está llegando”, repite premonitoriamente HBO cada año, cuando empieza a preparar el lanzamiento de una nueva temporada de Juego de tronos, y cada año consigue recrear la expectativa. No es de extrañarse, porque aun siendo la serie más popular del mundo, no se ha logrado producir una del mismo estilo que le haga real competencia, aunque se ha intentado con algunas ambientadas en la Edad Media, de menor presupuesto y sin los elementos sobrenaturales que nunca son el centro de Juego de tronos, pero suelen darle color.

La primera fue Vikings, una semificción para History Channel que contaba la historia de Ragnar Lothbrok, vikingo particularmente temido en la Europa occidental del siglo IX. Históricamente correcta en su producción, las reiteraciones de Vikings la convirtieron rápidamente en algo exclusivo para fanáticos de los antiguos escandinavos. Más orientada al público de los tronos es la recientemente estrenada The Bastard Executioner (el ejecutor bastardo), incursión en el género de espadas brutales del canal FX, que le encargó el proyecto a uno de los más dinámicos y llamativos guionistas de la TV actual, Kurt Sutter (The Shield, Sons of Anarchy), para darle vida a una historia muy similar a la de Corazón valiente, acerca de un soldado retirado galés del siglo XIV que, tras la masacre de su familia a manos de un señor feudal, se convierte en un despiadado rebelde. Pero esa serie, tras ya cinco episodios, sigue sin levantar cabeza y volverse realmente atractiva, limitándose a amontonar escenas gore al lado de un personaje muy poco carismático. Cuando la BBC anunció que se subía al carro con The Last Kingdom (el último reino) -cuyos trailers remitían simultáneamente a Vikings y a The Bastard Executioner-, no pareció la propuesta más excepcional entre los estrenos del otoño boreal. Pero con sólo dos episodios emitidos, luce como la única de estas series capaz de enganchar al hambriento público de Juego de tronos, y el secreto tal vez sea que, al igual que ésta, hay un inquieto escritor de libros tras la historia, el prolífico Bernard Cornwell.

El grafómano

La novela histórica goza de excelente salud en las no menos saludables letras británicas, principalmente gracias a Hilary Mantel y sus visiones palaciegas de la corte de Enrique VIII. Pero aunque no disfrute de tanto prestigio literario, no hay nadie dedicado con más energía al género que Bernard Cornwell, quien ya ha escrito 24 novelas sobre el personaje de Richard Sharpe, un fusilero de las guerras napoleónicas, una trilogía sobre la Britania del rey Arturo, una tetralogía sobre la búsqueda del Santo Grial en medio de la Guerra de los Cien Años; otra sobre personajes inmersos en la guerra civil estadounidense, varias novelas sueltas ambientadas en períodos del Medioevo, algunos textos de historia y una aún inconclusa serie de ocho novelas llamada The Saxon Stories (Las historias sajonas), en la que se basa The Last Kingdom.

No es la primera aproximación de Cornwell a la televisión, ya que la BBC había adaptado antes, de 1993 a 1997, varias de las novelas del fusilero Sharpe, protagonizadas (es un mundo pequeño) por Sean Bean, quien alcanzaría la fama gracias a sus roles (de desgraciado final) en la trilogía de El señor de los anillos y la primera temporada de Juego de tronos. A diferencia de George RR Martin, el autor de la serie de HBO, ocasionalmente lento para escribir pero siempre vigilante de la fidelidad de las adaptaciones de su obra, el hiperactivo Cornwell no demanda injerencia alguna en ese terreno y prefiere verlas para opinar sobre ellas. Ante la inevitable comparación entre sus historias sajonas y la obra de Martin, no demostró estar muy deslumbrado por el trabajo de su colega: calificó a Juego de tronos como una serie “sosa”, extraviada entre sus numerosísimos personajes y adepta a recurrir al sexo y la desnudez para mantener interesado al espectador.

Entre sajones y vikingos

The Last Kingdom es un nombre engañoso, ya que la acción se sitúa en los primeros reinados de Gran Bretaña, a fines del siglo IX (unas décadas después de Vikings), cuando la actual Inglaterra estaba formada por una serie de pequeños reinos con población sajona, proveniente en su mayor parte de lo que hoy es Alemania. Esos norteños recios son acosados por incursores aun más norteños y peligrosos, los danos (vikingos procedentes de la actual Dinamarca), que se instalaron en los territorios nororientales que hoy conocemos como Northumberland y llegaron a extenderse hasta las proximidades de Wessex y a contener el actual condado de York. En medio de eso está Uthred de Bebbanburg (Alexander Dreymon), hijo de un noble sajón tomado como rehén por los danos. Éstos se encariñan con el niño, que crece con su fidelidad dividida entre los sajones cristianos y los vikingos paganos. Luego de que su familia vikinga es masacrada por otros vikingos al servicio de los sajones, Uthred intentará reclamar su herencia nobiliaria, moviéndose entre dos bandos que desconfían de este hombre atrapado en el cruce de sus culturas.

La historia es de por sí bastante interesante, pero el tratamiento imparcial que le da la serie al choque cultural, sin tomar partido por ningún bando, la vuelve un producto ambiguo y lleno de matices. Uthred es valiente y desinteresado, pero no un héroe arquetípico, sino alguien ocasionalmente manipulador y vengativo, con estallidos de violencia o una extraña indiferencia ante ésta. Hay una reconstrucción histórica de extrema fidelidad y nada fastuosa, que presenta personajes con prendas más creíblemente rústicas que glamorosas, castillos apenas compuestos de empalizadas y algunas torres, y personas que no se guían por el deber ser de nuestros días, sino por éticas mucho más brutales y desconfiadas. Un mundo que bien puede servir no sólo como sucedáneo de las laberínticas intrigas de Juego de tronos, sino también como una alternativa más terrena. No, no hay dragones, no insista.