Uno piensa en una ciencia ficción de Ridley Scott y, lógicamente, se imagina los rasgos que tenían en común y que consagraron a sus obras maestras Alien (1979) y Blade Runner (1982): una especie de retrofuturo en el que las maravillas tecnológicas convivían con elementos que recordaban el presente e incluso un pasado que creíamos superado, un futuro que no venía acompañado para nada de progreso social, y en el que constantemente se llamaba la atención sobre la suciedad, la humedad, la fragilidad, todo ello en un clima predominantemente grave, serio.
Pues esta película es totalmente distinta en los sentidos mencionados: optimista, bienhumorada, ligera. La historia básica es que los integrantes de una misión tripulada a Marte, en un futuro cercano, deben abandonar el planeta antes de completar sus tareas debido a una tormenta devastadora. Durante su escape, uno de los astronautas es golpeado por una antena, sus colegas lo dan por muerto y se van. Pero Mark, el herido, no murió, y se despierta al día siguiente solo en Marte. Luego la película alterna entre la NASA, que pronto descubre que Mark sobrevivió y busca formas de ayudarlo, y el náufrago espacial, ingeniándose para sobrevivir y comunicarse. Más adelante se suma una tercera línea, la de los colegas de misión de Mark, que se sumarán a los esfuerzos del rescate marciano.
Ya cerca del inicio hay una secuencia que se burla de las expectativas de seriedad, cuando Kapoor, el director de misiones de la NASA, está angustiado pensando en el efecto devastador que pueden tener sobre el ánimo de un ser humano la soledad en un planeta desierto, la perspectiva de la muerte inminente y el sentirse abandonado por sus colegas. Corte y vemos a Mark en su hábitat marciano, trabajando y canturreando música disco de los 70 (lo único que hay de música en la laptop dejada en la estación).
Desde el inicio, Mark se muestra controlado y enfocado en resolver los problemas de la mejor manera posible, partiendo siempre de la premisa de que existe la posibilidad de encontrar una solución, aunque no se vislumbre ninguna. Sabe perfectamente que son mayores sus probabilidades de morir que de sobrevivir, pero que la eventualidad de la supervivencia depende de poner todo su empeño en ello, de favorecer a la suerte en la forma más racional posible. Hay algunas imágenes de él deslumbrantes (y con un imponente aprovechamiento del 3D), mientras vislumbra la inmensidad de los paisajes rojizos de Marte, expresivos de su condición de único ser vivo en ese planeta. Uno puedo imaginarlo “filosófico” o (es casi lo mismo) “estético”, pero justo en esos breves momentos no vemos bien su rostro, metido dentro del casco espacial. Cuando estamos realmente con él es en el hábitat, cuando graba sus video-bitácoras y cuenta (para la bitácora y para los espectadores de la película) sus ideas, sus problemas, sus progresos. No se priva nunca de observaciones bienhumoradas o chistosas, y manifiesta un empeño decidido en no generar piedad. En eso el personaje se beneficia de la actuación de Matt Damon, quizá el más simpático entre las megaestrellas hollywoodenses de la actualidad.
Con respecto a la parte de Mark, la estructura es la de las películas de náufragos (que no es tan distinta de las películas de escape de la prisión): un individuo aislado, en una situación al parecer sin salida y con escasísimos recursos, se las arregla para zafar gracias a su concentración, persistencia, inteligencia, ingenio, conocimientos técnicos y un poco de suerte. Estamos seguros desde el inicio de que va a sobrevivir: nadie va a invertir 100 millones de dólares en la historia de un náufrago que pelea, pelea, pelea, pero al final fracasa y muere. La gracia es acompañar el cómo. La mayoría de nosotros, efectivamente, habría muerto a las pocas semanas, cuando se agotara la comida almacenada en el hábitat. Pero Mark, que es botánico, sabe qué tiene que hacer para realizar la proeza de plantar papas en suelo marciano. Además de la botánica, domina la química: sabe cómo hacer para producir agua a partir del oxígeno y el hidrógeno de los que dispone. También tiene un buen conocimiento de la historia de los programas espaciales, y sabe en qué zona de Marte quedó el Pathfinder hundido allí desde fines del siglo XX, lo que le va a permitir restablecer comunicación con la Tierra. También se da maña con la tecnología, y sabe hacer adaptaciones de los aparatos para que funcionen de maneras no previstas originalmente. Conoce códigos comunicativos que supone, razonablemente, que los de la NASA comprenderán. Tiene la sangre fría para nunca desesperarse, evaluar prioridades y, si es necesario, tomar ciertos riesgos, además de hacer cosas como engramparse una herida profunda luego de desinfectarla, para no desangrarse.
Sus habilidades, sin ser tan sobrehumanas que rompan la sensación de verosimilitud, resultan realmente muy improbables, aun más que las de Tom Hanks en Náufrago. En todo caso, es un placer ver que esa figura admirada y sobredimensionada, que simboliza las virtudes de “nuestra” cultura y “nuestra” nación (Estados Unidos), por una vez no es un agente de la CIA o un marine, sino un científico de la NASA. El físico británico Brian Cox dijo que la película “es la mejor propaganda de la carrera de ingeniería” que ha visto. Por ahí andará. Y no es sólo una defensa de la ingeniería, sino también de la ciencia. La frase más “heroica” de toda la película, el equivalente acá de “Voy a ser tu peor pesadilla”, es cuando Mark afirma su decisión de ingeniarse como sea para sobrevivir: “I’m gonna science the shit out of this planet”.
Todo lo que se muestra del personal de la NASA también es sumamente positivo: la disposición a la cooperación, la forma en que cada una de las partes parece dispuesta a escuchar a la otra, el equilibrio entre el apego afectuoso y responsable a un colega en particular, la perspectiva de la misión como un todo y las consideraciones realistas de orden práctico, incluso las políticas o propagandísticas. Con respecto a esto último, queda claro que son consideraciones que no parten de ellos, sino que responden a una visión realista del mundo “de afuera”: “qué efecto podría tener sobre la opinión pública una imagen del cuerpo de Mark”, lo que a su vez tendría implicancias en el presupuesto, lo cual amenazaría el futuro de la misión espacial como un todo (y, con ella, de cosas muy importantes para la humanidad). Es la adaptación de los científicos a un mundo comandado por una mentalidad no científica, cuyos criterios en gran medida no comparten: entre ellos todo es desarrollo, solidaridad, conquistar grandes objetivos, sin vanidades, sin enormes pretensiones económicas, en nombre del bien común. Purnell, el astrónomo teórico que va a proponer la solución salvadora, se encuentra con Teddy, el director general de la NASA, no tiene idea de quién es y cuando se entera, tampoco le importa: él es el prototipo del “científico loco” pero en el sentido positivo, es decir, totalmente absorto en su trabajo y ajeno a consideraciones de jerarquía o carrera. Para él sólo existe el mundo de los argumentos y de las razones, no el de la autoridad a priori. Una de las cosas fascinantes de la película es la forma en que muestra el tipo de recursos, de articulación de equipo, de testeos, de toma de decisiones en una organización como la NASA, muy parecida a lo que vimos en Apollo 13.
La confianza en la ciencia (algo idealizada, pero argumentada) que ostenta la película se manifiesta incluso en la cooperación que presta la agencia espacial china para el rescate de Mark (y se pone el acento en que se trata, primariamente, de un acuerdo entre científicos y agencias espaciales, antes que de uno entre gobiernos). No hay antagonistas: se trata del combate entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y su suerte. El mayor conflicto sucede entre Teddy y varios de sus subordinados por una diferencia de opinión: ¿valdrá la pena arriesgar cinco vidas seguras para intentar el improbable salvataje de una única vida? Es una duda razonable, y nadie queda como un villano por defender la posición más prudente.
La narrativa es muy ágil: la velocidad con que se expone la situación básica hace pensar en el cine estadounidense de los años 30 o 40. El hecho de alivianar las tensiones con elementos chistosos, también. La banda musical alegremente desencajada (música disco) contribuye también a ese espíritu de ligereza, como si se pretendiera apartar el film lo máximo posible del tono de Interestelar (una película del año pasado en que Matt Damon también interpretaba un astronauta abandonado durante años en un planeta desierto). Según el humor de cada uno, puede haber más gracia aquí que en la mayoría de las películas proclamadas como cómicas. Sin detrimento de que los momentos en que la suerte se muestra adversa a Mark sean tristes y más serios, y del enorme suspenso del showdown (con algunas situaciones que recuerdan un poco a Gravedad).