Cuando se habla de turismo, normalmente se alude a otros dos conceptos implícitos: movilidad y espacio. Por tanto, es necesario establecer la relación entre turismo, movilidad y espacio. Lo primero a expresar es que el desarrollo del turismo fue facilitado por la evolución de los sistemas de transporte y de comunicaciones, que posibilitaron los desplazamientos, proceso en el que tiene un papel protagónico y precursor el ferrocarril: fueron estas facilidades proporcionadas por los avances en las infraestructuras y medios de transporte las que permitieron la movilidad hacia determinados espacios geográficos que, luego, se volvieron turísticos. Se fue dando la apropiación de tales espacios mediante el desplazamiento de personas, en una escala antes impensable, hacia lugares dedicados al ocio y la recreación.

La movilidad es una de las principales características de la globalización, y en función de ella se determinan todas las jerarquías del mundo contemporáneo, entendiendo por tales no sólo las sociales y culturales, sino también las políticas y económicas. Esto reafirma que la movilidad geográfica tiene un significado social y no puede ser vista como algo independiente de la vida cotidiana, puesto que abarca el conjunto de desplazamientos que realizan los seres humanos, con independencia de su duración, distancia y motivación. Se la entiende como una relación social, es decir, como el conjunto de modalidades por las que los miembros de una comunidad ven la posibilidad de ocupar sucesivamente varios espacios.

En cuanto al turismo, la movilidad puede llegar a un grado de libertad máxima, dependiendo de las posibilidades económicas y las motivaciones de cada individuo, y estas últimas se vinculan directamente con el capital cultural y el nivel de experiencias. El turismo es, pues, uno de los grandes componentes de la movilidad, y existen interrelaciones entre flujos turísticos y flujos migratorios que se pueden reforzar y estimular recíprocamente, ya que determinados destinos no sólo atraen turistas sino también, muchas veces, migraciones de población que busca mejoras laborales permanentes o transitorias. Estas últimas se vinculan con los llamados trabajos “de temporada”, por ejemplo en los destinos de sol y playa, a los que llegan, además de los turistas, muchas personas que procuran trabajos de verano. En algunos casos, luego retornan a sus lugares de origen, en otros deciden afincarse en ese destino. Por ejemplo, el último censo de población, de 2011 (Instituto Nacional de Estadística), registró que 38% de la población residente en Maldonado había nacido en otros departamentos. Así, el “trabajador migrante temporal” pasa a ser residente -sin certeza de estado final-, y comienza a generarse en el espacio de destino un sistema de relaciones distinto, que fortalece en alguna medida la imagen de esa localidad.

Entre los nuevos tipos de movilidad está el turismo de segundas residencias, con traslado a un destino habitual y propio. Aquí el comportamiento del sujeto en el espacio es ambivalente: no se siente un turista en sentido estricto porque está en un lugar suyo, aunque sea por un tiempo menor que aquel en el que pasa la mayor parte del año; pero tampoco adquiere las características de residente permanente, pues no están presentes las categorías de trabajo y vida cotidiana.

Si el concepto de movilidad marca la vida cotidiana como uno de los valores centrales de la sociedad contemporánea, obviamente está implícito en el turismo, ya que a éste se lo entiende en una relación dialógica entre cotidiano/no cotidiano o trabajo/turismo.

Sobre la centralidad que adquieren en el mundo actual los procesos de movilidad, Zygmunt Bauman deja claro que no son una cuestión de preferencias, sino algo de lo que el individuo no puede escapar. La valoración del viaje ha cambiado: de considerarlo un “desplazarse en sí” -con el sentido radicado en el hecho de la movilidad- se pasó a la concepción de un “desplazarse para sí”, en el que se integran todas las experiencias en el antes, durante y después del viaje. Esto implica que el turismo incorpora las dimensiones de los procesos relacionales y de consumo -no sólo de bienes y servicios, también de experiencias-. Así, los espacios son construidos históricamente, y los viajes refieren a la interrelación de sistemas, objetos y sujetos.

Un espacio turístico, por lo tanto, es el lugar natural, o creado para tal fin, donde acontecerá la relación entre turistas y residentes, poniéndose de manifiesto los distintos bienes y servicios ofrecidos. Ese lugar físico, donde transcurre el tiempo turístico y donde se produce el mayor consumo, es la máxima expresión de la ambivalencia entre lo cotidiano/no cotidiano, pues representa lo primero para los anfitriones y lo segundo para los visitantes que lo eligieron como destino de sus vacaciones. Esto significa que toda relación social ocurrirá en determinado territorio y se expresará de acuerdo con esa territorialidad, convirtiéndose en un escenario en el que se ponen en evidencia las relaciones sociales.

A ello se agrega que las actividades que desarrolla cada uno de los actores en esos espacios puede referir a motivaciones distintas, que hacen diversas sus percepciones del lugar y sus maneras de apropiarse de él. A su vez, los significados simbólicos específicos que se atribuyen a los espacios están en un proceso de cambio permanente, y parte de nuestras imágenes referirán a ello, contribuyendo así a la conformación de los imaginarios turísticos.

Sobre la autora

Campodónico es profesora adjunta de Teoría del Turismo y directora del Área de Estudios Turísticos de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.