Después de haber vuelto a ser un cansado -y frustrado- candidato al premio Nobel, Haruki Murakami ganó el premio Hans Christian Andersen de Literatura (que no debe confundirse con el dedicado a la literatura infantil). Este galardón bianual, dotado de 500.000 coronas danesas (71.600 dólares), fue creado en 2007 y la lista de ganadores incluye nombres tan diversos como los del brasileño Paulo Coelho y el indio-británico Salman Rushdie.
Que esta distinción sólo se otorgue a autores con gran éxito de ventas ha generado críticas en el medio literario danés, que pone en duda los méritos de algunos galardonados. En todo caso, Murakami ha escrito una docena de novelas, traducidas a más de 50 idiomas, y es a la vez el escritor japonés más popular en Occidente y uno de los más cuestionados en su país.
Hace un tiempo, el escritor argentino Juan Forn escribió una contratapa en Página 12 en la que apuntó que los lectores del japonés han desarrollado un verdadero interés por conocer, al menos, algo de la intimidad de su ídolo, que concede muy pocas entrevistas, y recordó que durante 20 años éste usó la misma foto de solapa en sus libros, para cambiarla luego por otra con exactamente la misma cara, incluso la misma expresión y hasta el mismo corte de pelo. Frente a esa inmutabilidad asiática o creativa, el propio escritor ha dicho: “Si se filmara una película sobre mi vida, todas las escenas acabarían en el piso de la sala de montaje, descartadas porque no están del todo mal pero no aportan nada especial”.
Forn asegura que Murakami es un hijo de la ocupación de su país por parte de Estados Unidos, sobre todo porque las referencias culturales de sus novelas son, esencialmente, estadounidenses, y el argumento fundamental de sus detractores es que “occidentaliza la realidad japonesa”. A otros les importa poco que sea comercial, repetitivo o pop, simplemente porque los conecta con la fuerza de su adolescencia.