La primera vez que vi a Jaime Roos actuar brevemente como solista, durante el período de salida de la dictadura y en un lugar de cuyo nombre no logro acordarme, él era un flaco desgreñado que llevaba una media de diferente color en cada pie. Un personaje distinto. Muy distinto también, en letra y música, de todo lo que había en la vuelta montevideana. Hace un par de días, al escuchar en orden cronológico las estupendas reediciones de sus cinco primeros discos -todos ellos lanzados antes de que su popularidad estallara y marcara un cambio de época con “Brindis por Pierrot”- el efecto emocional fue profundo, y cuando empezaba “Milonga de la guarda”, al final de Aquello, me di cuenta de que para mí era como si sonara el comienzo de “Happiness Is a Warm Gun”, en el álbum blanco de The Beatles, y no es decir poco. Entre una impresión y la otra medió un largo trecho de logros artísticos originales y audaces, pero también de una enorme responsabilidad profesional, en el terreno de lo que hoy se llama gestión y, a la vez, en el esfuerzo consecuente para buscar, hallar y consolidar una personalidad musical propia, respetuosa de sus raíces y creadora de territorios nuevos, a los que quizá hoy estamos acostumbrados pero que ni siquiera imaginábamos antes de que él nos mostrara que eran posibles. Y en ese largo trecho fueron fundamentales estos cinco discos, editados de 1977 a 1984.

A lo largo de esos años, que fueron los últimos siete de la dictadura, hubo acontecimientos relevantes en la música popular uruguaya. El Canto Popular fue cultivado, cosechado, consumido y agostado; empezaron a volver los Fattoruso con años de Opa a cuestas, y también los “cantores de protesta” de antes del golpe de Estado; explotó y fue explotada una forma de joven rock nacional; la música para bailar y divertirse siguió ahí, con sus constantes y sus variables, hasta que en determinado momento unos cuantos volvieron a permitírsela; Eduardo Mateo estuvo siempre también, bastante desencontrado con el público y la crítica; las murgas fueron recreadas desde dentro; se fueron dando a conocer, con cierto atraso, diversas tendencias internacionales de cuya existencia pocos se habían enterado. Atento a cada uno de esos espacios y a muchos otros estuvo Jaime Roos, y se los comió a todos.

Antes de irse del país anduvo entreverado en una barra -que nadie veía todavía como “una generación”- de músicos que habían hecho rock pero estaban interesados en muchos otros géneros nacionales e internacionales y se entrecruzaban buscando formatos nuevos, que en cierto momento anduvieron cerca del Pájaro Canzani y que, en la dramática primera mitad de los años 70, no tuvieron cuándo ni dónde consolidar aquellos esbozos iniciales (luego muchos de ellos se convirtieron en referencias ineludibles, con mayor o menor popularidad, y en algún caso, como el del enorme y hoy desaparecido Walter Venencio, sin haber dejado siquiera un disco propio).

Ya con un disco editado que hoy parece memorable, fue poco más que un rumor entre pocos, y luego, cuando empezaron a llegar a Montevideo algunos ejemplares de Para espantar el sueño, el rumor se multiplicó boca a boca, con el considerable aporte de las bocas de Los Que Iban Cantando (que venían en gran medida de la misma barra) cuando incluyeron “Retirada” en su repertorio, como antes habían incluido, en versión de Jorge Lazaroff, “Y es así”. Después empezó a ser ineludible, una estrella cuya magnitud les imponía a los demás músicos orientarse mirándola, fueran hacia donde fueran. Y después iba a saltar aun más allá.

Mientras anduvo buscándose, Roos fue cambiándonos la jugada en cada uno de estos primeros cinco discos, y en todos dejó abiertos caminos que podían llevar lejos. Él fue decidiendo por cuáles quería seguir, para encontrarse o perderse mejor, pero en cualquiera de los cinco, e incluso en muchas de las canciones que los componen, quedaron pistas suficientes para guiar trayectorias muy distintas. Volviendo a recorrer aquellos continentes, y teniendo presente la música que vino después, hasta hoy, comprendemos mejor el papel histórico que puede desempeñar un gran artista, cuando además de su talento tiene lo que hace falta para construir un cambio de época y un nuevo sistema de coordenadas. Así, vislumbramos posibles futuros que aún nos esperan. De vez en cuando aparece gente que se quiere hacer la viva menospreciando a Jaime Roos, en vez de escuchar y tomar nota. Pobres de ellos.