Arrajatablas Flow Club (AFC, para los amigos y los demás), como buen grupo de rap, viene provocando desde su gran debut discográfico, Grandes valores del hardcore (2013). Pero aquel CD tenía una portada bastante sobria que no daba demasiadas pistas sobre su contenido lírico. En cambio, en el reciente Antro, la provocación -a la policía de lo políticamente correcto y a las viejas- ya viene en forma de tapa: en el centro rompe los ojos una mujer de espaldas completamente desnuda, que está ahí, parada de forma rígida, como si fuera parte del decorado; y en el fondo, en penumbras, aparecen los líderes de AFC, con gesto adusto y cómodamente sentados. Felipe Cracel (alias Dönfelipe) sostiene un gatito blanco sobre su regazo, cual Vito Corleone hiphopero; mientras que Joaquín Martínez (Rapkholismo) aguanta un globo terráqueo con su mano izquierda, en una actitud -para no perder la analogía mafiosa- que parece desprender el lema “The world is yours” (“el mundo es tuyo”), de Tony Montana. Pero no dejemos que una portada nos distraiga de lo que realmente importa: esa cosa hecha de sonidos llamada música.

Lo que se destaca del nuevo disco en la primera escucha es justamente el sonido: más amplio y cargado, incluso podríamos llamarlo groovero; es decir, desparrama esa sensación rítmica con swing tan difícil de describir con conceptos encerrados en palabras, que en Grandes valores del hardcore no estaba tan presente. Un ejemplo de esta onda expansiva se encuentra en el primer corte de difusión, que además es uno de los mejores temas del disco: “Ifiunougüaramsein”, que despliega un adictivo ritmo gracias a un teclado minimalista (que lanza constantemente un mini riff de dos acordes iguales y a veces lo sube medio tono para aflojar la tensión) y a la machacadora base adornada por scratches, samples, secuencias y la mar en electrónica.

Pero la mayor parte de la culpa de que el disco tenga groove es de la banda fija con la que ahora cuenta AFC, que toca los instrumentos de casi siempre, como guitarra, bajo y batería (el disco anterior, si bien contaba con músicos invitados, tenía un sonido formato soundsystem, más artificial), dándole más libertad y más cuerpo a la música. Además, esa banda les permitió bajar un poco los ánimos y jugar con temas downtempo, como es el caso de “Fuck Them All” y “El infierno”, que por los punteos de guitarra eléctrica y la atmósfera sonora tienen ribetes del estilo chillout de la movida inglesa noventera de bandas como Morcheeba.

Comparado con el disco debut, hay mucho más énfasis en la elaboración de las melodías, sobre todo en los estribillos, que tienen más gancho y funcionan como pegadizos descansos del rapeo constante. “Apocalipsis flow, / la gira tierra alrededor del soul” (“Apocalipsis flow”); “Todos contentos con la misma receta, / el tema de moda que te arranca la zabeca, / a los pibes les encanta, porque es la veta. / Son canciones para no dormir la fiesta” (“La veta”); “Tranqui-funky-poonche-poonche-babi” (“Indajaus”); son algunos de los estribillos que después de un par de escuchas quedan pegados al oído y nos interpelan sobre cuál de todos es el mejor del disco.

Obviamente, como es común en el hip hop, las letras son un mundo aparte. Ya de entrada, por su extensión: al desplegar el librillo comprobamos que la cantidad de palabras da como para hacer tres o cuatro discos de cualquier otro género que no sufra de verborragia. No falta la autorreferencia típica del rap en la que el grupo se reivindica como el macho alfa del género (“El imperio contraataca”) ni la “balada” literal: “Desnudate a los pies de la cama / y después las velas prendelas, / cancelá el cel, pasá el gel, / y cuando hacés la felación apenás mordela” (“El infierno”).

De cualquier manera, quizá lo más interesante de las letras no está en el mero contenido (de hecho, “El infierno” es una continuación temática de “Me gusta sucio”, de Grandes valores del hardcore), sino en la forma y en las rimas. La principal gracia la encontramos en la sorpresa que genera una palabra -o una serie de ellas- al alterar el discurso de forma inesperada, ya sea con referencias vernáculas (“Kesman es Kesman, / no Etchandy. / Gard es un anti”), o anglosajonas -ya es un sello de AFC; beben de la cultura pop, desde el cine hasta los videojuegos-: “¿Pa’ qué jodés si so’ padawan? / Yo me paso al lado oscuro y ahora mato al Obi-Wan, / aunque yo hubiera matado a Yoko antes de matar a John, / y hubiera matado al impostor de Paul” (“Alimentando el mito”).

En definitiva, se nota que la muchachada de AFC maduró musicalmente y encontró un sonido más rico, incluso melodías pop -en el sentido no estigmatizado del término-. En el terreno de las letras, siguen siendo los de siempre, provocadores profesionales. Pero no se podía esperar otra cosa, ya que, como decían en aquella canción de su primer disco, es rap, pibe.