La historia es conocida y ha sido contada varias veces en los últimos tiempos por sus inesperadas conexiones con Uruguay, pero vale la pena hacerlo una vez más. En 1978, Sam Raimi, un aspirante a cineasta que aún no había cumplido 20 años, se juntó con su amigo de la infancia Bruce Campbell, que pretendía ser actor, y filmaron en Súper 8 un tétrico corto sobre demonios que acechaban a unos jóvenes en una cabaña, llamado Within the Woods. El corto fue tan festejado que los amigos consiguieron financiación para convertirlo en un largometraje, y el resultado fue The Evil Dead (1981), un clásico del cine de horror gore y una película de una violencia y tensión que el tiempo aún no ha conseguido mitigar. Raimi consiguió introducirse en el mundo de Hollywood, pero en 1987 volvió a reunirse con Campbell para narrar en Evil Dead II (1987) -por tercera vez- la historia de los jóvenes de la cabaña y los demonios invocados por un libro, pero esta vez en clave más grotesca y humorística, introduciendo elementos de comedia y algún homenaje a Los tres chiflados. Raimi y Campbell revivirían al personaje central de todos estos films -un joven asustadizo llamado Ash Williams, que poco a poco se fue convirtiendo en un héroe caricaturesco- en Army of Darkness (1992), película que ya se alejaba bastante del terreno del horror para situarse en el ámbito de las aventuras sobrenaturales, aunque conservando a los demonios invocados por el libro (que no es otro que el infame Necronomicón, imaginado por el escritor HP Lovecraft) y a un Ash más exagerado que nunca, convertido en un héroe supermacho que fulmina monstruos mientras escupe frases de efecto a lo Arnold Schwarzenegger.

A pesar de tratarse de tres películas parecidas en lo superficial pero muy distintas en sus objetivos y resultados, The Evil Dead, Evil Dead II y Army of Darkness se constituyeron en una trilogía de culto para los amantes de varios géneros, y Ash se convirtió en un antihéroe tan excesivo como divertido, que llegó a protagonizar varios cómics. Todos los fans de aquella saga esperaban una nueva secuela, pero Raimi siguió haciendo películas cada vez más exitosas (incluyendo la primera trilogía de Spider-Man) y Campbell se dedicó a roles televisivos (The Adventures of Brisco County, Jr), sin conseguir nunca un rol del calibre del de Ash. Sin embargo, los dos amigos volvieron a juntarse en 2013 para producir una remake de la película que los había hecho famosos (ahora llamada simplemente Evil Dead), pero que decidieron dejar en las manos de un joven director que habían descubierto gracias a un corto, como había ocurrido en 1978 con Raimi. Ese director era el uruguayo Federico Álvarez, quien volvió a las raíces de horror y gore de la primera The Evil Dead, consiguiendo un gran éxito de público y crítica, que la saludó como una de las mejores recreaciones posibles de lo que ya es un clásico.

Pero la excelente película de Álvarez, seria y claustrofóbica, no incluía al personaje de Ash ni al mundo de comedia desaforada que había evolucionado en manos de Raimi y Campbell. Eso fue, para algunos, una frustración, hasta que se supo hace unos meses que la dupla original estaba trabajando en una serie de diez episodios para el canal Starz. Este Halloween se estrenó el primero de ellos, y el resultado supera hasta las mayores expectativas.

Empezó la fiesta

Un tráiler adelantado hace un par de meses ya prometía que la cosa venía bien, pero el episodio relativamente breve (poco más de media hora), titulado “El jefe” (en español), con el que debutó Ash vs Evil Dead es todo eso y más. En el contexto del resto de la televisión relacionada con el horror y la fantasía -ya sea en términos humorísticos como I Zombie, dramáticos como The Walking Dead o intermedios como Sleepy Hollow-, la irrupción de Ash vs Evil Dead es como si AC/DC se colara en un concierto de ingeniosos cantautores hipsters y empezara a tocar con los amplificadores a volumen 11. Todo es exageradísimo: las actuaciones, el minimalismo de la historia, lo simple y maniqueo de los personajes y la ultraviolencia llevada al grado de grand guignol payasesco.

A Raimi siempre lo ha caracterizado, además del dinamismo de sus películas, su gusto por las tomas poco convencionales y su uso de cámaras subjetivas, que atraviesan el set como si fueran el punto de vista de un demonio acelerado en persecución de sus víctimas. Todo eso está aquí, pero amplificado por la brevedad del episodio y por el contraste con cualquier otro producto televisivo, ya que ni siquiera directores tan inquietos como Steven Soderbergh o los hermanos Wachowski han encarado sus incursiones en la televisión con tanto sentido del espectáculo. Un espectáculo violento y lleno de cabezas que explotan, personajes empalados y mutilaciones de todo tipo, pero que pertenece a esa clase de gore festivo y algo infantil, como el de las primeras películas de Peter Jackson, que no apunta a producir auténtico horror y desagrado (como los efectos hiperrealistas de The Walking Dead), sino simplemente a convertir la demolición del cuerpo humano en un montaña rusa de sorpresas y colores estridentes que salpican la pantalla (bah, tal vez sea una exageración el plural de “colores”, cuando esencialmente hablamos del rojo, del rojo sangre artificial).

Pero aunque se ve al director Raimi en plena forma, con esa alegría morbosa que había perdido en la educada trilogía de Spider-Man y recuperado en parte en la enloquecida Drag Me to Hell (2009), no hay dudas de que la serie cuenta con uno de sus mayores aciertos en la vuelta a la televisión del magnífico Bruce Campbell. Héroe de culto por antonomasia y dueño de una cara que parece recortada de una viñeta de cómic (además de un lenguaje corporal digno de Buster Keaton), Campbell nunca desapareció de las pantallas del cine y la televisión -siempre dentro del género de la acción y la fantasía y siempre en roles algo exagerados y grotescos-, pero en cierta forma daba la impresión de que seguía cobrando los réditos de aquella trilogía memorable, sin alcanzar a reeditar un rol de similar importancia al de Ash. ¿Y para qué intentarlo?, se debe haber preguntado, si al fin y al cabo para el mundo él es Ash antes que Bruce Campbell, y no todos los días se crean personajes como Ash.

El héroe impresentable

Políticamente incorrecto y sólo capaz de demostrar valores personales en las situaciones más extremas, Ash es un personaje que ha ido mutando desde su rol de víctima amable de la primera película a un compendio de clichés del heroísmo machista, pero a la vez incapaz de tomarse en serio. Un personaje tan masculino como hilarante, del que el propio Campbell es el primero en reírse; ya la primera escena lo presenta intentando contener su buzarda con una faja de aspecto decimonónico, y desde entonces lo vemos como un cincuentón largo que sigue intentando mantener un carisma rockero, que levanta alcohólicas en los bares recurriendo a los versos más impresentables, que vive en una casa rodante y que trabaja como vendedor en una tienda de electrodomésticos donde el jefe lo botijea como si no fuera un gran exorcista con escopeta. Un presente lamentable para quien combatió a hordas de demonios invocados por el funesto Necronomicón y que supo cortarse su propia mano derecha -poseída por un demonio insoportable- y sustituirla por una motosierra (y parte del chiste de la primera escena es que se nos hace pensar que las correas de la faja son un arnés para sujetar ese artefacto). Pero Ash parece conforme con esa mediocridad de vida hasta que, de pronto, los demonios comienzan a hacerle advertencias, poseyendo transitoriamente a personajes que se le cruzan y que le recuerdan su pasado. Lógicamente preocupado, revisa la copia que aún conserva del Necronomicón y, al encontrar una bolsa de marihuana en su interior, recuerda que en una noche de embriaguez y porro se había divertido recitando algunos versos del libro junto a una intoxicada acompañante. No fue precisamente la mejor de las ideas, si se sabe que así se invoca a quién sabe cuántos demonios lovecraftianos cuyo único objetivo es desmembrar a cuantas personas puedan.

Cómo puede imaginarse, el resultado es de una simpleza absoluta: Ash combatiendo -al principio renuentemente- a las personas poseídas, rodeado de una serie de personajes tan unidimensionales como carismáticos, entre los que se destacan un gracioso e idealista compañero de trabajo, el hondureño Pablo Simon Bolivar (Ray Santiago) y Lucy Lawless (recordada por la serie de culto Xena) como una misteriosa investigadora.

De más está decir que todo es fiesta, ridiculez y alegría. Ash vs Evil Dead es de esas series que hacen al espectador aplaudir cada respuesta sentenciosa y cada proeza física imposible, redondeando un producto que satiriza el cine de grandes héroes vengativos de los 80 (Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Chuck Norris, etcétera) homenajeándolo a la vez, y que se propone como un entretenimiento tal vez descerebrado pero tan vertiginoso como un salto bungee. La única duda que plantea la serie -y que puede convertir a esta reseña en una pieza de entusiasmo extremo prematuro- es si Raimi y Campbell lograrán mantener el grado demencial de intensidad, alegría y violencia irresponsable de este primer episodio, cosa que parece difícil ante lo que fue un debut simplemente perfecto. Pero si consiguen divertir y entusiasmar aunque sea la mitad de lo que lo hicieron en este primer capítulo, Ash vs Evil Dead será la serie del año. Sí, claro que hay otras más profundas, artísticas, comprometidas y renovadoras, pero Ash volvió y los demonios están sueltos. No sé si nos entendemos.