Mercedes Calvo Astiazarán es salteña, pero es más conocida en México que en Uruguay: en 2008 recibió el Premio Hispanoamericano de Literatura para Niños y aquel país se convirtió en su tierra de adopción, donde editó Los espejos de Anaclara y varios libros teóricos. Maestra por vocación, criada en un hogar en el que la poesía era parte de la vida cotidiana, en la escuela le dio un lugar destacado a la escritura de poesía. Dice que para ella escribir es como jugar. Publicó Los espejos de Anaclara (Fondo de Cultura Económica, México, 2009), En los dedos del viento (Estrada, Buenos Aires, 2013) y Por las dudas (Ediciones Treintayseis, Buenos Aires, 2015). En Uruguay, integró la antología El libro uruguayo de los colores (Topito ediciones, 2015) con un poema en el que, a partir de una ilustración del color violeta de Alejo Schettini, abordó una de sus obsesiones: la mirada.

-Recibiste el premio del Ministerio de Educación y Cultura en Literatura infantil édita por En los dedos del viento, un trabajo en colaboración con el ilustrador Matías Acosta.

-Es un poemario que había escrito hace mucho. Matías lo rescató de mi computadora y se lo llevó. Me daba no sé qué: me preguntaba qué posibilidades podría haber de que se convirtiera en un libro; soy muy de escribir y de que las cosas queden ahí. Él hizo la ilustración, obtuvo un producto hermosísimo y se dieron las cosas de manera favorable. Vino Carlos Silveyra, por entonces director general del Grupo Macmillan Argentina, para ver algún texto de escritores uruguayos, y le gustó este proyecto, que ya estaba prontito. Matías es el encargado de rescatar mis textos y echarlos a volar, con mucha fortuna. Por las dudas también la encontró en mi archivo, y se la di con la sola idea de mostrársela; la escribí antes de que él naciera, para mis alumnos. Se la llevó y un día no sólo me trajo el texto pronto, con las ilustraciones, sino ya con el interés de una editorial en publicarlo. Me hizo muchísima gracia, porque no había escrito el libro con esa intención. Se lo di menos que por las dudas, sólo por compartir. Por eso siempre le digo: “Como ilustrador sos muy bueno, pero como agente literario sos mejor”.

-¿Cómo empezaste a escribir poesía para niños?

-A raíz del Premio Panamericano. Pero en mi infancia la poesía siempre fue muy importante, y no era para niños, sino poesía simplemente; recuerdo a mi tío recitando a [Federico García] Lorca. Ahora lo cuento y me suena rarísimo: en Navidad cada uno preparaba una poesía para decir. Se hacía una ronda de abuelos, tíos, niños, todos decíamos una. En esa época, para mí la poesía era una cosa muy cotidiana, leíamos sobre todo poesía española, de García Lorca, [Antonio] Machado, [Rafael] Alberti. Después, cuando fui maestra, vi que la poesía era algo muy cercano a los chiquilines, pero no sólo a los niños: fui maestra de adultos durante mucho tiempo y era muy frecuente que mis alumnos, muchachos analfabetos que querían terminar la escuela, tuvieran un cuadernito donde escribían poemas que no se animaban a mostrar. Siempre trabajé mucho la escritura como forma de abrir la puerta hacia la lectura de poesía. Cuando me enteré de la convocatoria del Premio Hispanoamericano, hacía poco que me había jubilado. Unía mis dos pasiones: poesía y niños. “Si fuera una escritora, escribiría”, pensé, y recordé lo que yo misma les decía a mis alumnos: todos podemos escribir. Así, ante el pánico de mi familia, decidí presentarme.

-Lo poético tiene mucho que ver con los niños.

-Poesía es la mirada infantil, es mirar poéticamente el mundo. No podemos enseñarles eso que tienen más vivo que nosotros. No se trata del lenguaje estructurado de la escuela, sino de jugar con las palabras. Escribí Los espejos de Anaclara pensando desde mi niñez, con ojos de niña, recordando qué cosas me interesaban, me llamaban la atención o me preocupaban… y aún me preocupan.

-En Tomar la palabra: la poesía en la escuela (Fondo de Cultura Económica, 2015) definís la poesía como “una manera de mirar”.

-Cada uno tiene sus conceptos de acuerdo con su experiencia. Una vez les pregunté a unas estudiantes cuál había sido su primer vínculo con la literatura y me contestaron “el liceo”: no consideraban literatura los cuentos, las nanas, las adivinanzas o las rondas. Literatura, para ellas, era algo lleno de palabras raras. Para mí, poesía es una manera de ver el mundo, es el asombro de los chiquilines, es detenerse en las cosas chiquititas y no darles una explicación. Ante algo que asombra, enseguida venimos a explicar por qué sucede, sobre todo si somos maestras y estamos en la escuela: no miramos el arcoíris con los chiquilines, explicamos la refracción de la luz. Matamos el asombro, en vez de potenciarlo. La poesía no está en las palabras: es tu mirada asombrada frente al mundo.

-Muchas veces en la escuela se lee con una finalidad determinada.

-Con el agravante de que la poesía muchas veces adorna un tema, es la frutilla de la torta. Hay poemas que no tienen cabida en la escuela porque no se sabe dónde van. En el libro que mencionás cuento que había presentado una serie de poemas y los chiquilines tenían que elegir uno que les gustara. Un chiquito eligió uno inmediatamente. Cuando les dije: “Ahora esa poesía la vamos a llevar a la escuela”, la soltó inmediatamente, parecía que le quemaba. Dijo: “Voy a buscar otra”, aunque ésa le seguía gustando. Cuando le pregunté por qué pensaba que no servía, me contestó: “Porque habla de amor”. Pero después se resolvió y dijo: “Está bien, porque puedo decir que este poema es para la patria, porque a la patria muchas veces le pasan cosas y está triste”. El poema era: “Niña mía, si estás triste, te bajaré una estrella y a la rueda rueda jugarás con ella” [“Poema en la tarde”, de Líber Falco]. Eso no tenía cabida en la escuela, según él, porque era de amor; pero si decíamos que la niña era la patria, funcionaba: si hay cosas que tienen cabida en la escuela son la bandera, la patria, la mamá; son temas escolares. Ese niño tan chiquito ya lo tenía claro. En ese libro cuento por dónde han ido mis actividades con los chiquilines, y sobre todo la importancia de tomar la palabra: no tanto de leer, sino de escribir poesía, porque ofrece una punta para decir lo que uno quiere o tiene que decir. Es mágico esto de escribir: me doy cuenta de que siempre estoy diciendo lo mismo.

-En Los espejos... aparece el tema de la identidad, de verse al espejo.

-Me acuerdo -y así empieza el libro- de que me miraba mucho en los espejos, y no era por una inquietud estética, sino porque me preguntaba “¿quién es ésa que está ahí adentro?”. Ese tema está presente en todo lo que escribí después: quién está dentro del otro, quién está dentro de mí. Cuando dije que el libro iba por ahí, me dijeron que ésas no eran las preocupaciones de un niño; sin embargo, una vez estaba leyendo en una escuela y una niña de quinto año saltó y dijo: “¡Eso me pasa a mí! Siempre creí que estaba loca”. Yo creo que los niños tienen esas preocupaciones y otras que a nosotros nos parecen ajenas al concepto un poco estereotipado que tenemos de la infancia. Tal vez sea porque eso ya lo pasamos, superamos esa etapa y nos olvidamos, pero estoy convencida de que siempre está ahí. Aplastamos la mirada de asombro del chiquilín hasta que logramos un adulto. No sé por qué para crecer tenemos que abolir todo eso, por qué crecer significa pisotear el asombro y poner el intelecto por encima de todo.

-También fuiste reconocida en la categoría de inéditos, con el segundo premio.

-Sí, por En casa de Mariché. Es un texto que quiero mucho porque está dedicado a mi hija. Lo tenía desde hacía tiempo y ahí había quedado. Creo que haber empezado a escribir en esta etapa de mi vida y casi por accidente hace que no sea una escritora tipo: para mí no es un trabajo o una profesión, es un juego, aquello de tener tiempo libre y salir a jugar. Cuando era niña, después de la escuela tenía tiempo de salir a jugar. Jugaba a lo que yo quería, a la maestra. Cuando me jubilé, después de 35 años, también salí de la escuela y me puse a jugar, y me propuse hacer lo que me gustaba: escribir. Cuando escribo siempre estoy jugando, me gusta la escritura como juego. Por eso, muchas veces termino algo y lo dejo, a veces hasta me olvido, y empiezo a escribir otra cosa.