El proyecto musical de Alejandro Spuntone (ex vocalista de La Trampa) y Guzmán Mendaro (ex guitarra de Hereford), que lleva como nombre la suma de sus respectivos apellidos -formando una especie de Larbanois-Carrero de los covers- no tiene mucha ciencia. Interpretan canciones en un estilo minimalista: guitarra acústica y voz, es decir, como en un fogón. Esto implica, claro está, la realización de una adaptación en la que se debe captar una esencia instrumental (un riff, un arpegio, una progresión de acordes, etcétera) de cada canción, y es ahí donde se juega la mitad del partido. Pero una cosa es armar shows “estilo fogón” y otra muy distinta es sacar un disco con el material grabado en ellos.

El primer CD del dúo -también editado en DVD-, Estado natural (2013), contenía versiones de canciones uruguayas -en su mayoría, del palo del rock-; en cambio, en el reciente El refugio, si bien sigue habiendo un repertorio mayoritario de música vernácula, incluyeron tres canciones del rock argentino: “Seguir viviendo sin tu amor”, de Luis Alberto Spinetta; “Rezo por vos”, de Charly García y Spinetta; y “Cuando pase el temblor”, de Soda Stereo.

De todos modos, más allá de la lista de temas, El refugio adolece del mismo problema que su antecesor, que es inherente al proyecto: la adaptación de las canciones al minimalismo fogonero logra que la mayoría de ellas pierda su gracia. La forma de cantar de Spuntone -monótona, que básicamente alterna entre el modo casi hablado y la inflexión metalera irritante- homogeneiza el repertorio y le pasa un barniz sonoro que lo vuelve chato e insípido, por más ganas que le ponga Mendaro a sus seis cuerdas (en el disco hay unos pocos invitados; el más destacable es Julio Cobelli, cuyos punteos en dos canciones son como un oasis en el desierto del Sahara). Al escuchar la melodía interpretada por la voz en “Cuando pase el temblor”, en seguida recordamos que la original es una gran canción, pero el problema -para las intenciones del disco- es que dan ganas de ir corriendo a reproducirla y ponerle stop a la versión. Las adaptaciones del dúo desnudan las canciones hasta el extremo de dejar sólo sus esqueletos; o, mejor dicho, el reflejo en la cueva, sus sombras, siguiendo el mito de la caverna de Platón. Cuando suena la original de Soda Stereo, rompemos las cadenas, salimos de la cueva y vemos la “realidad”, el objeto verdadero.

Si bien el estilo acústico despojado hizo escuela en la década del 90 con los famosos MTV Unplugged, por lo general aquellas interpretaciones se realizaban con batería, bajo y algún instrumento más; por lo tanto, no eran tan minimalistas. Además, en general, las adaptaciones las realizaba el compositor de las canciones, y no alguien ajeno a ellas. Es por esto que el álbum tiene más pinta de fogón que de otra cosa, por más que sea de dos músicos con una vasta trayectoria. Podríamos ser benévolos y rescatar que funciona como una puerta de entrada a ciertas canciones que quizá no todos conozcan, como una guía. Pero así estaríamos destacando las bondades de un álbum como metadisco, y no como obra autónoma.

También se puede tener una actitud muy bonachona y buscar en el librito de El refugio algún argumento que lo justifique y que quizá se pierda con la simple escucha: “Este material surge de una forma similar al anterior. Durante las presentaciones de Estado natural los nuevos temas iban apareciendo y los realizábamos en vivo, con el mismo sentido que tuvo cada canción en nuestro primer disco. Este segundo trabajo reafirma la importancia que tiene para nosotros este proyecto y traduce, en su concepto, un significado muy especial que lo enmarca en su totalidad. El refugio trata de representar un espacio común que nos protege y reconforta”. Pues no, el texto no sirve para romper las cadenas. No queda muy claro cuál es ese “significado especial”, pero estaría bueno saberlo. Sobre todo, para conocer qué tienen en común para el dúo una canción de Alfredo Zitarrosa (“Milonga de ojos dorados”) y una de Jaime Roos (“Te acordás, hermano”), y una de Trotsky Vengarán (“Tres veces mal”), y una de Tabaré Cardozo (“Alrededor del fuego”), y una de Soda Stereo -y así-, de modo que ese común denominador las hace, a juicio de Spuntone y Mendaro, merecedoras de ser incluidas en el mismo disco en versiones minimalistas.

Quizás ese “espacio común” que “protege y reconforta” sea justamente un fogón, y es por eso que los temas “iban apareciendo”, así, súbitamente, como lo hacen en una noche estrellada en cualquier playa de Cabo Polonio, cuando algún enamorado del rosado dulce le pide con insistencia al encargado de la guitarra: “Una que sepamos todos”.