La imagen de unas cejas inconfundibles preside la contratapa. Ese rasgo “parece ser mi identidad visual”, reconoce en los agradecimientos iniciales el autor del libro, Julio María Sanguinetti. Resulta significativo y disfrutable que, a pocos días de cumplir 80 años, se aleje así de cierto aire solemne, con vocación de posteridad, que ha rondado a su personaje público y a varias de sus incursiones literarias, y se acerque, en cambio, al Sanguinetti coloquial que sabe ser, cuando quiere, encantador. Y logra serlo con frecuencia en esta colección de semblanzas sobre 22 personajes famosos,* hoy fallecidos, a quienes evoca relatando, según se nos asegura en el texto debajo de las cejas, “aquello que le contaría a un amigo si le preguntara sobre ellos”.
Lo antedicho no significa, por supuesto, que el viejo tigre se haya vuelto vegetariano. El doctor Sanguinetti es quien es, y esto implica que su discurso tenga, como siempre, una connotación política, acorde con el marco ideológico y la trayectoria histórica que se le conoce y que sería ocioso recordar aquí. Sus lectores no deben esperar, por supuesto, otra cosa que condenas tajantes cuando menciona el comunismo o la guerrilla tupamara. Y en algún caso aislado, como el de Jorge Pacheco Areco, va con tanta decisión contra la corriente que es preciso atribuirlo a una convicción profunda. El caso es que, si bien cuando hace uso de la palabra puede ser tan diestro como siniestro, en esta ocasión lo primero suele ser lo que más se destaca. Cuando no es así, incluso alguna sentencia de clara intencionalidad puede ser reveladora en relación con el autor, que a esta altura es también, como los 22 recordados por él, un personaje que merece atención para comprender la historia y las historias en las que participó. Del mismo modo, hay valoraciones de figuras políticas en las que resulta fascinante percibir, por medio de los rasgos destacados por Sanguinetti, lo que a su juicio es relevante y necesario en la actividad a la que ha dedicado su vida. Dice de Luis Batlle Berres que “era un caudillo popular, pero también un organizador, no en el sentido empresarial de hoy sino en el del líder que forma una telaraña de adhesiones a través de su ascendiente sobre una legión de dirigentes de barrio, en Montevideo, y de pueblo por pueblo en los departamentos”. Y de Giulio Andreotti que, “sin haber sido un real líder popular, manejó sutilmente los hilos de la política italiana durante medio siglo, de un modo juzgado como maquiavélico por sus adversarios y de inmensa sabiduría por sus admiradores”. El que pueda entender, que entienda.
Sanguinetti sabe elegir anécdotas de los personajes que ha conocido -por su valor histórico, por su sabrosura, por el modo en que muestran una personalidad o por todas esas razones- y sabe contarlas. Escribe más que bien (aunque en algún momento el “yo” se le mezcle con el mayestático), y es obvio señalar que en ese terreno les lleva holgada ventaja a los demás ex presidentes uruguayos vivos, entre los cuales no parece que haya otro capaz de describir con acierto y elocuencia la obra de Juan Carlos Onetti, o de hallar, para retratarlo, la frase “Taciturno, muchas veces estentóreamente silencioso”.
Es cierto que por momentos parece haberlo vencido el deseo de que quedara constancia de sus propios méritos, y que decidió no incluir, quizá también por cuestiones de imagen, a algunos personajes con los que tuvo indudable cercanía y sobre los cuales ha expresado en varias ocasiones juicios elogiosos (como, por ejemplo, el general Hugo Medina). O que elude sus controversias con algunos difuntos en el plano de la política nacional y, en el caso de algunos de sus compañeros de ruta, tiende un manto de silencio sobre las circunstancias por las cuales su asociación con él les valió el ocaso político, pero se trata de memorias y no de confesiones.
No podemos saber hoy cómo evaluarán las generaciones futuras otras obras más ambiciosas del autor, pero parece probable que ésta sea para ellas tan interesante como para nosotros.
*En orden alfabético:
Raúl Alfonsín, Giulio Andreotti, Raymond Aron, Hugo Batalla, Luis Batlle Berres, José Cúneo, Wilson Ferreira Aldunate, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Luis Hierro Gambardella, Justino Jiménez de Aréchaga, François Mitterrand, Juan Carlos Onetti, Jorge Pacheco Areco, Octavio Paz, Adela Reta, Liber Seregni, Enrique Tarigo, Alfredo Testoni, Karol Wojtyla -que fue papa católico con el nombre de Juan Pablo II-, Deng Xiaoping y China Zorrilla. En el caso, poco probable, de que haya nombres desconocidos para quienes leen esta reseña, se recomienda consultar por lo menos Wikipedia.