La anécdota que motiva este nuevo libro de William Ospina es conocida. En junio de 1816, un grupo de escritores queda sitiado por un inesperado clima de invierno en el verano boreal de Villa Diodati (Suiza). El anfitrión -Lord Byron- luego de leer toda la noche cuentos alemanes de fantasmas reunidos en el volumen Phantasmagoriana, propone a los invitados que cada uno se retire a su aposento y escriba una historia de horror. Quienes lo acompañan son John William Polidori, médico de Byron y para algunos su amante; Mary Wollstonecraft, más conocida como Mary Shelley; Percy Shelley, el famoso poeta, esposo de Mary; Claire Clairmont, hermanastra de Mary; la condesa Potocka, sobrina nieta del rey Estanislao II de Polonia; y Matthew Lewis, autor de El Monje (1796), uno de los hitos fundacionales de la novela gótica. Solamente dos de los invitados recogieron el guante y escribieron: Polidori y Wollstonecraft. El primero produjo El vampiro (1819), antecedente directo del Drácula de Bram Stoker; la segunda, Frankenstein o el Prometeo moderno (1818), que dio inicio a un mito moderno, mil veces actualizado en distintos lenguajes artísticos desde entonces.
El fenómeno natural -un invierno en pleno verano- que abarcó al hemisferio norte comenzó con la erupción de un volcán en Indonesia. Los tres primeros capítulos del ensayo de Ospina se ubican en Nueva Inglaterra, Oriente Medio y la propia Indonesia, no sólo para adelantar el escenario global en el que se desarrollará el libro, sino también para mostrar un conjunto de desastres naturales provocados por la instalación de una enorme nube negra, que además fue el escenario perfecto para las historias de horror de Byron y compañía. Este inicio prologa también la tormenta que obligará al autor a encerrarse en un hotel de Buenos Aires y empezar a trazar la investigación que lo obsesionó por algunos años, mientras escribía su novela La serpiente sin ojos (2012), última parte de su trilogía sobre la Amazonia. Desde esa tormenta en el Río de la Plata hasta los viajes desafortunados del final, el relato transita por distintas historias pasadas y presentes, como si el narrador-investigador estuviera en un laberinto cuyo centro es Villa Diodati.
Así, el ensayo va transitando por las biografías y obras de todos los personajes involucrados en la historia, con un eje en el anfitrión Lord Byron. En el camino, Ospina también analiza a varios otros íconos del romanticismo, incorporando a autores como William Wordsworth, Friedrich Hölderlin, Johann Wolfgang Goethe, John Keats, Novalis y los hermanos Grimm, entre otros. Las pistas lo llevan incluso a la novela Los papeles de Aspern, de Henry James. Hay también historias que salen como líneas tangentes (por ejemplo, la de una hija de Byron que no quiso conocer a su padre) y que Ospina logra aprovechar e insertar en su relato sin desentonar con el resto del libro. En esta búsqueda literaria, el escritor también registra un recorrido de viajes por varias ciudades: Bogotá, Buenos Aires, París, Cologny (Suiza), Londres. Así se delinean un territorio global y un conjunto de eventos (ferias, congresos, conferencias, premios), que aportan además una idea bastante precisa de cómo es la vida de un escritor profesional contemporáneo.
Por último, en varios momentos se proponen posibles relaciones entre el pasado y el presente. Un ejemplo de esto es una escena en Ezeiza, en la que tres mujeres jóvenes le recuerdan a Ospina a las hermanas de Mary Wollstonecraft, que seguramente tendrían el mismo estilo “entre punk y gótico, ese aspecto andrógino, esa delicadeza femenina enfundada en una ruda apariencia”. El libro está lleno de estas conexiones, que lo hacen aún más interesante. Hace poco, caminando por 18 de Julio, vi un cartel de la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado en la puerta del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en el que se representaba la cabeza de Frankenstein con el logo del ministerio. Le pregunté a una integrante de la “comisión de movilización” qué los había llevado a usar al Prometeo moderno y me contestó: “El Mides es Frankenstein, un monstruo que en el fondo podría ser bueno pero no lo es porque está hecho de pedazos [tercerizaciones] y sufre”. El ensayo de Ospina muestra, entre otras cosas, cómo estos mitos modernos del siglo XIX tienen todavía la capacidad de explicar el presente, aun en un mundo tan distinto del de aquel verano que nunca llegó.