Si bien sigue vivo y goza de relativa buena salud, el género que conocemos como jazz-rock o fusión nunca volvió a alcanzar el grado de popularidad y respeto del que gozó durante la década de los 70, cuando figuras como Herbie Hancock, Chick Corea, Pat Metheny, John McLaughin, Stanley Clarke, Jack DeJohnette y Al Jarreau reinaban en el mundo de la instrumentación eléctrica como si fueran una suerte de integrantes de la NBA de la técnica musical. Entre ellos, tal vez no haya habido una figura más rutilante, influyente y carismática que el bajista estadounidense Jaco Pastorius, quien desempeñó dentro del género un papel similar al de Jimi Hendrix en el rock. Una figura trágica e irrepetible, de cuya pérdida la música de fusión nunca pudo recuperarse y que amplió las posibilidades expresivas del bajo eléctrico tal vez más que nadie antes o después de él.

Sin embargo, y tal vez por pertenecer a un género menos fetichista e intrusivo que el rock, es recién a casi 30 años de su muerte que se le dedica un documental biográfico, por iniciativa de un fan inesperado: Robert Trujillo, el excelente bajista de cavernario aspecto de Metallica y Suicidal Tendencies, quien produjo y guionó este Jaco, un tradicional pero muy completo registro de la breve e intensa vida de Pastorius.

Trujillo, quien entre otras cosas posee el famoso y descascarado Fender Jazz Bass sin trastes que utilizaba Pastorius, emprendió este trabajo con notorio amor y con sapiencia de colega musical, por lo que, aunque el documental fue dirigido por Paul Marchand y Stephen Kijak, se nota la presencia de un músico en su génesis, ya que aunque no esquiva en absoluto el desgraciado periplo vital del bajista, se enfoca -al contrario que otros documentales recientes sobre figuras trágicas, como Kurt Cobain: Montage of Heck y Amy- más en el motivo por el que el documental existe, es decir, su música, que en la autodestructividad que determinó que dichos documentales no sean más largos o más alegres.

Esa voz grave

John Francis Anthony Pastorius III provenía de una familia de músicos y estuvo relacionado con el jazz desde niño, pero desarrolló su aprendizaje musical en el estado de Florida, lejos de los epicentros urbanos de esta música. Cuando final e inevitablemente fue descubierto, su carrera fue meteórica y al poco tiempo ya era parte de Weather Report, banda comandada por el tecladista Joe Zawinul y el saxofonista Wayne Shorter, que era considerada una especie de selección oficial de músicos de jazz-rock. Aun en ese contexto, e interpretando un instrumento que en aquel momento rara vez se destacaba en cualquier formación, el carismático Pastorius se convirtió en el integrante más reconocible de la banda, con la que llegaron a llenar estadios a la manera de Led Zeppelin o Kiss, a pesar de estar ejecutando una música notoriamente más difícil. Pero aquejado de evidentes problemas psíquicos (para ser exacto, de un profundo trastorno bipolar, agravado por su creciente consumo de alcohol y drogas), apenas diez años después de este cenit Pastorius vivía en la indigencia, en un parque de Nueva York, hasta que terminó su triste periplo cuando murió debido a la paliza que le dio un patovica después de un concierto de Carlos Santana. El documental no esquiva aquel final -e incluye alguna entrevista en la que se ve al músico en un estado lastimoso-, pero no hace de él su foco central, lo que es bienvenido en estos tiempos morbosos.

Jaco es también el testimonio de un tiempo en el que, como en el be-bop de los años 50 y el blues eléctrico de los 60, el virtuosismo y la velocidad se convirtieron de por sí en valores preponderantes, convirtiendo a sus cultores en una suerte de gimnastas en permanente competencia los unos contra los otros, subidos a gigantescos pedestales de ego desde los que evaluaban la música en función exclusiva de su dificultad de ejecución. El documental da testimonio de cómo ni siquiera un monstruo técnico como Pastorius -que ya de muy joven se presentaba a sí mismo como “el mejor bajista del mundo”, y tenía con qué sustentar esa afirmación- estaba a salvo de esa clase de evaluación despiadada, y lo muestra como alguien hipersensible a las críticas de su compañero de banda en Weather Report, el arrogante Joe Zawinul, y devastado emocionalmente ante el desprecio de éste. Algo sorprendente en alguien que era capaz de ejecutar en el bajo uno de los más veloces solos de Charlie Parker sin errarle a una nota, como da testimonio el documental en una excelente superposición de ambos músicos.

Más que dedos

Pero a pesar de que Pastorius fue una figura emblema de aquel período de la música con reinado absoluto de lo virtuoso y lo técnico, el documental contiene numerosos fragmentos musicales que demuestran que el artista era mucho más que una ametralladora de notas y escalas. De hecho, insiste con gusto y claridad pedagógica en destacar más el carácter creativamente innovador de la música del bajista que su mera destreza. Con su bajo eléctrico fretless (sin trastes), Pastorius patentó un sonido reconocible desde el primer compás y absolutamente nuevo para su tiempo, aunque luego haya sido imitado hasta el hartazgo. También su experimentación con los armónicos como base melódica (tal vez inspirada en las breves pero decisivas indagaciones sonoras del saxofonista John Coltrane al respecto, y que hoy en día son habituales en grupos de rock y noise como Sonic Youth) fueron uno de sus aportes destacados, así como sus juegos con ghost notes (notas muteadas o “apagadas” para que tengan sólo una función rítmica) y un sinfín más de recursos y sonidos que hasta su llegada se ignoraba que con un bajo se podía lograr.

En el Río de la Plata su influencia no fue sólo reconocible, sino directamente asfixiante, ya que en algún momento no había bajista eléctrico con un mínimo de técnica que no imitara o predicara el estilo Pastorius (el trabajo del argentino Pedro Aznar durante su permanencia en Serú Girán tal vez haya sido el ejemplo más evidente). También tuvo su resistencia: el clásico estilo melódico y de grandes notas ligadas de Pastorius puede maravillar dentro de un formato instrumental puesto a su servicio, pero es bastante intrusivo y agotador cuando se lo escucha dentro del formato canción, como prueba su trabajo con Joni Mitchell, a cuyos temas realza en ocasiones pero también disgrega en otras.

En todo caso, Jaco es una gran introducción a la figura -y repetimos, la música- de un creador único y que se encuentra, por decirlo con un término prestado de la economía, en un período anticíclico en materia de apreciación de las virtudes que defendía. Tal vez a algún jazzero le incordie uno de los fragmentos finales, en los que se ve al productor Trujillo tocando uno de los solos de Pastorius durante un concierto de Metallica, banda más bien alejada de la estética del bajista de Weather Report, en lo que puede ser considerado un acto de exhibicionismo, pero en el contexto del documental, uno prefiere pensar lo mejor y considerarlo, al igual que la película, simplemente una demostración de amor.