Yendo al grano: si usted busca una película entretenida o artísticamente interesante, tiene que haber en la cartelera cosas mejores que ésta. Es una realización de un cineasta italiano radicado en Alemania, bastante indecisa entre un estilo internacional-hollywoodense y un enfoque más “europeo”, y el compromiso al que llega reúne lo peor de cada cosa. Por el lado seudohollywoodense, es tan convencional que parece una caricatura (la música incidental, la caracterización de la época, el guion, los mecanismos para generar empatía con el protagonista, la inclusión a prepo de una línea amorosa, la asunción de que el espectador será muy ignorante, la ética inquebrantable del personaje principal, la valoración del esfuerzo y del trabajo, la estructura global de planteo->complicación->desaliento/esfuerzo final->clímax resolutivo). Por el lado “europeo”, es de ritmo arrastrado y tiene una actitud didáctica, sin swing.

Está basada en hechos reales, pero de una forma tan superficial y haciendo tantos compromisos para quedar “cinematográfica” que tampoco sirve mucho como forma ligera de aprender Historia. Esencialmente se trata de un relato ficcionado de los hechos que condujeron al llamado Auschwitzprozess, que tuvo lugar en Frankfurt de 1963 a 1965. Algunos de los comandantes del campo de concentración de Auschwitz habían sido juzgados en Núremberg (1945-1946), y el resto de ellos fue juzgado en Polonia (1947). El proceso que es asunto de esta película tuvo como novedad llevar a juicio a personas que ocupaban escalones medios y bajos de la jerarquía de las SS, y de hacerlo prescindiendo expresamente tanto de las figuras de “crímenes de lesa humanidad” y “crímenes de guerra” como de la perspectiva de la ley internacional, juzgando a los villanos en Alemania Occidental por crímenes comunes contemplados en la legislación nacional de ese país.

A tal efecto, la película inventa un joven fiscal encarnado por Alexander Fehling, un muchacho pintún que pareció prometer como estrella luego del éxito de Goethe! (Philipp Stölzl, 2010). En forma casi casual, este fiscal entra en contacto en 1958 con una acusación aislada a un guardia de Auschwitz. Desde la ingenuidad más total, y en contra de enigmáticos silencios de sus mayores, empieza a informarse y a darse cuenta de la dimensión que tuvieron los crímenes del nazismo. Finalmente, recibe el apoyo de su superior Fritz Bauer (que sí es un personaje histórico y que fue el principal promotor del proceso).

La ingenuidad del personaje que interpreta Fehling es parte de la pedagogía de la película, porque por su vía uno se va percatando en forma paulatina de la verdadera naturaleza del campo de exterminio, de la dimensión de las atrocidades (que nunca se muestran con imágenes, pero sí son verbalizadas), de quiénes eran Josef Mengele y Adolf Eichmann, de la pasividad global de la sociedad alemana durante el Tercer Reich y en el presente de la anécdota, y de que prácticamente todo veterano con el que uno se cruzaba había estado de alguna manera implicado en el ejercicio del mal.

La ingenuidad de un fiscal que recién en 1958 se desayuna de que en Auschwitz murieron cientos de miles de personas es poco creíble (piénsese que el escalofriante y premiado documental Noche y niebla, de Alain Resnais, sobre los campos de exterminio, es de 1955, por no hablar de los grandes juicios internacionales previos). Y es medio ridícula la escena en la que, sumido en una crisis existencial, ese joven fiscal sale como loco por las veredas vociferando a cuanta persona mayor con la que se cruza cosas como “¿Y usted? ¿Por qué no hizo nada?” o “¡Reconózcalo, usted fue un nazi!”. Luego vuelve a sus cabales y emprende la vía más constructiva del juicio formal.

El letrero final da cuenta del carácter pionero del proceso de Frankfurt, y de que, entre cientos de acusados, sólo 22 fueron condenados. No aclara bien por qué tan pocos, aunque uno de los motivos fue mencionado en la película sin que se estableciera el vínculo causal: en 1963 todos los crímenes que se pudieran haber cometido durante el Tercer Reich, excepto el asesinato, estaban ya prescriptos. Lo que no se explica es que la normativa vigente sólo tipificaba como asesinato los crímenes cometidos por libre decisión del que había matado (todas las acciones cometidas siguiendo órdenes superiores eran “complicidad para el asesinato”, y también estaban prescriptas). Esto fue previsto por Bauer, cuyo interés principal no consistió en condenar a victimarios, sino en ampliar la visibilidad de los crímenes cometidos, multiplicar los testimonios registrados y producir reflexión. De hecho, esos juicios dieron origen a los primeros libros de historia que se refirieron a los campos de concentración usando documentación interna de las SS, publicados a partir de 1968.

Lo que tampoco cuenta la película, y habría sido lo más interesante quizá, es que Bauer evaluó que los juicios fueron un fracaso. Quizá influido por el libro Eichmann en Jerusalén (1963), de Hannah Arendt, Bauer habría querido revolver la cuestión de la “banalidad del mal” e interpelar a la totalidad de la sociedad alemana. Según aquel notable jurista, las sentencias de los jueces y el tratamiento del proceso por parte de los medios de comunicación tendió a dejar la impresión de que los condenados fueron anomalías monstruosas, como si Alemania hubiera sido durante la era nazi un “país ocupado en que la mayoría de los alemanes no tuvo otra alternativa que la de seguir órdenes. Pero ello no tuvo nada que ver con la realidad histórica. Hubo nacionalistas virulentos, imperialistas, antisemitas y antijudíos. Sin ellos, Hitler sería inconcebible”, sostuvo.

Había asuntos mucho más densos con los que lidiar, por lo tanto, que el mero recuento de que los campos fueron algo terrible, destinado a desasnar a alguno que todavía no se haya enterado.

De todos modos, desde este lugar del mundo, lo que más enseña esta película es algo deprimente: la necesidad de tratar los crímenes ocurridos durante dictaduras como crímenes (ni más ni menos que eso) ya es moraleja asumida aun por una peliculita berreta protagonizada por un actorcito carilindo, mientras que aquí las instituciones y buena parte de la sociedad siguen asumiendo que demandar la igualdad jurídica de todos los ciudadanos es un acto tirabombas de rebeldía inmadura, revanchismo trasnochado que revolvería unos demonios con los que sería imposible lidiar y que reduciría la autoestima bélica de unos guerrilleros fracasados reciclados como políticos exitosos. En comparación con tal panorama, esta película mediocre es profunda, bella, instructiva e incluso necesaria.