Según informó The New York Times, el domingo falleció el estadounidense Ellsworth Kelly, considerado uno de los artistas minimalistas más influyentes del siglo XX por sus cuadros abstractos, la simplicidad de las formas de sus esculturas y sus grabados coloridos, además de sus constantes experimentaciones cromáticas. Muchas de sus obras de la década del 50 consisten, simplemente, en una única mancha abstracta y definida de un color brillante sobre fondo neutro. Pero las obras más conocidas de su último período fueron paneles construidos a partir de varios lienzos -que, en algunas ocasiones, llegaron a ser 64- pintados de intensos y diferentes colores.

Kelly falleció a los 92 años en el estado de Nueva York. Declaraba influencias plásticas y artísticas muy variadas, desde el vuelo de los pájaros hasta sus actividades como diseñador de camuflajes para el Ejército estadounidense, o incluso sus creaciones de “dibujos inconscientes” para los surrealistas.

En sus comienzos había estudiado arte en el Pratt Institute, antes de ser reclutado por el Ejército en 1943: ese mismo año llegó a Europa, donde se quedó por seis más, y fue París la ciudad donde su pintura comenzó a adquirir una impronta personal. Allí pudo vivir y estudiar gracias a subvenciones estadounidenses hasta 1948, cuando regresó a su país para estudiar pintura en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston. Pero algunas reseñas recuerdan que, ni bien llegó a Boston, decidió volver a París, el lugar al que había llegado como soldado dispuesto a pelear y donde se había fascinado con las telas de los impresionistas y con trabajos de artistas como el español Pablo Picasso, el también estadounidense Alexander Calder y el escultor, pintor y fotógrafo rumano Constantin Brâncusi.

Durante una entrevista publicada este mes por el diario británico The Guardian, Kelly reconoció que “era muy tradicional. Siempre pintaba desnudos, sin color. Me gustaba [Vasili] Kandinsky. Quería hacer algo diferente”. Más adelante contó que, a los 92 años de edad, seguía pintando: “Doy lo que tengo. Es más difícil. Ya no puedo trabajar en cuadros realmente grandes, de modo que las ideas se bloquean un poco. Pero en realidad, las visiones siempre fueron demasiado”. También dijo que deseaba vivir 15 años más, pero que era consciente de que no lo lograría.

Kelly fue uno de los exponentes más destacados del movimiento pictórico llamado hard edge, que se centró en representaciones abstractas basadas en líneas claras y muy pocos colores. Ya en los años 60 los principales museos de arte contemporáneo habían incluido obras suyas en sus colecciones permanentes, y la crítica especializada lo había identificado como un gran maestro. Sin embargo, las exposiciones retrospectivas de su trabajo no abundaron: el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó una, importante, a principio de los 70, y el Guggenheim otra en 1996. En Europa, el mayor reconocimiento vino desde Holanda, a partir de una exposición en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Hace 15 años el artista fue distinguido con el Praemium Imperiale japonés en la categoría de pintura, considerado uno de los reconocimientos más importantes en el mundo del arte.