En la introducción de una entrevista con Lenine, poco antes de la fecha en que iba a presentar en Montevideo su disco de este año, Carbono (ver http://ladiaria.com.uy/UJJ), acotábamos que en otra ocasión habría que comentar ese estupendo fonograma. La ocasión se presenta ahora, porque aquel espectáculo debió ser postergado y se realizará mañana a las 21.00 en el teatro Solís.

Como dijo en aquella entrevista, Carbono es fruto de un proceso de trabajo inusual, en el que partió de la definición de “un ambiente sonoro” primero y de un título después, para proceder luego a componer y grabar las canciones, como quien escribe capítulos de un libro. Lo que no dijo, porque es una persona poco inclinada al autobombo, es que ese ambiente sonoro alcanza niveles notables de musicalidad, en una mistura de refinamiento y swing, y de raíces y modernidad, que caracteriza la ya prolongada trayectoria de Lenine (pese a que su primer disco propiamente solista, O dia em que faremos contato, de 1997, fue relativamente tardío para alguien nacido en 1959).

En el párrafo anterior apareció la palabra mistura, y habría que usarla mucho más para entender de qué se trata todo esto. Empieza el disco con la canción “Castanho”, y mientras la batería es acentuada y “dura”, el bajo es punzante pero más fluido, la guitarra mantiene un pulso firme pero tiene algo “blando” en la manera de atacar las cuerdas, y encima de eso la voz tiene la suavidad propia de quien está cantando una balada, al tiempo que un sintetizador y el procesamiento de los coros alejan el total tanto de lo rockero como de lo melodioso. Como resultado, estamos en un territorio híbrido que es puro Lenine, y al final aparecen unos arabescos nordestinos que son parte de su marca de fábrica.

Así ocurre una y otra vez en Carbono, que también es un espacio de mistura porque, de modo muy dialéctico, parte de su común denominador está en la diversidad: es la obra de una banda bastante rockera (JR Tostoi, Bruno Giorgi, Guila y Pantico Rocha, que lo acompañan en la gira) pero también es casi un disco de dúos con invitados (desde Nação Zumbi a la holandesa Martin Fondse Orchestra) y de coautorías, de modo que su “ambiente sonoro” abarca una variedad de climas. Hay puntos especialmente altos, como la balada folk y setentista “Simples assim”; la interacción entre percusión y bajo en “Cupim de ferro”; el modo en que “A meia noite dos tambores silenciosos” combina orquestación y tambores (como Caetano Veloso en Livro, pero en otros papeles); la extraña sonoridad que acompaña una bonita melodía en “A causa e o pó”; el alegato ambientalista “Quede água”, en el que la percusión y los aires norafricanos van tomando el mando; y la delicadísima “O universo na cabeça do alfinete”. Pero se trata de un disco que adquiere especial sentido al escucharlo completo y apreciar tanto sus fuerzas contradictorias como los modos en que las sintetiza, revelando “el universo en la cabeza del alfiler”.