Es algo morboso, pero perfectamente lógico, que tras la muerte de cualquier celebridad, alguien medianamete conocedor (o no) de su obra emprenda velozmente la escritura de su biografía. Los motivos son obvios; por un lado, el periplo vital de la persona a estudiar está concluido, y se puede emprender el relato de su vida con un cierre que habitualmente es definitivo. Por otra parte, la muerte de un famoso suele atraer la atención y el interés de una buena cantidad de público que tal vez no lo conocía mucho (y quiere saber más acerca de él), o que lo tenía olvidado y la parca se lo ha recordado, con cierto componente extra de culpa por saber que ya no habrá obras ni noticias nuevas del occiso. Es decir que es un muy buen momento comercial para vender la historia de alguien. Por último, pero no menos importante: los muertos no hacen juicios (aunque sus parientes a veces sí), no desmienten datos erróneos ni les exigen la reserva de sus historias a sus allegados.

Semejante oportunidad genera habitualmente biografías apresuradas, superficiales, plagadas de pifies, sensibleras y de corte predominantemente periodístico, ya que son los periodistas y no los académicos los que tienen el savoir faire necesario para elaborar estos libros contrarreloj, y en ocasiones llegan a realizar la tarea en un escaso plazo de meses, con resultados tan penosos como los tres (!) libros sobre Gustavo Cerati que fueron publicados tras la muerte de ese músico por biógrafos/periodistas a quienes sería más adecuado calificar con el nombre de ciertas aves carroñeras.

Todo esto viene a cuento de la publicación de Gelman: un poeta y su vida, biografía del literato, periodista y militante argentino fallecido en enero de este año, que a primera vista nos producía una profunda desconfianza acerca de su seriedad para tratar la vida de alguien de semejante complejidad e importancia. Estaba claro que un poeta como Gelman no permitía un acercamiento a lo Jorge Rial como el que sufrió Cerati a manos de algunos de sus biógrafos, pero el nombre poco imaginativo del libro, la ausencia de credenciales académicas del autor y su brevedad (poco más de 240 páginas, longitud apreciable para un libro periodístico, pero escasa para una biografía seria de alguien como Gelman) daban la impresión de estar nuevamente frente a otro libro oportunista, aunque el aval de Osvaldo Bayer desde el prólogo aseguraba que no podía ser un desastre absoluto. Y, por suerte, no lo es; se trata evidentemente de un libro incapaz de ofrecer la mirada global y abarcadora que promete, pero no por ello deja de ser un trabajo de divulgación y análisis bastante completo y sensible.

A ver, ¿por qué insistimos tanto en la necesidad de desarrollo, longitud y estudios académicos para acercarse a Juan Gelman? Bueno, antes que nada porque fue un gran artista, ya perteneciente al canon literario argentino y sudamericano, pero a eso hay que sumarle algunas características muy individuales, entre ellas la condición, rara en la poesía, de ser a la vez un poeta popular y vanguardista, accesible y radical. La narratividad casi prosaica de buena parte de su obra y lo citable (tanto románticamente como en forma militante) de sus frases y versos puede hacer que se lo considere un equivalente porteño y tanguero de nuestro Mario Benedetti, pero Gelman es otra clase de bardo, más próximo al espíritu de un Vladimir Mayacovski en su voluntad de generar una poesía revolucionaria tanto a nivel de contenido como en lo formal, con tanta voluntad de destruir el capitalismo como de deformar y retorcer el idioma español y sus reglas. Un enamorado del lenguaje en todos sus aspectos, capaz de desmantelar el habla coloquial para desmontar sus automatismos y obligarla a resignificarse y recuperar su expresión, y de una ternura que el bastardeo mediático ha hecho olvidar.

A ese doble carácter popular-vanguardista, que de por sí complica considerablemente el análisis de su obra, hay que sumarle su trágica y novelesca vida, llena de desgracias y aventuras más que suficientes para llenar un libro como éste sin siquiera mencionar su faceta poética. Hernán Fontanet, previsiblemente, intenta abarcar esos dos aspectos, y, por supuesto, se queda corto en ambos. Porque simplemente no es posible resumir en un par de breves capítulos las peripecias de Gelman en busca de su nieta secuestrada, y al mismo tiempo aproximarse en forma adecuada a un libro del tamaño de Cólera Buey.

Pese a lo antedicho, las observaciones de Fontanet son correctas y se las arregla para tocar por lo menos la mayoría de los puntos esenciales en la obra de Gelman. Lo mismo sucede en relación con lo propiamente biográfico, ya que, aunque sea sucintamente, enumera todos los sucesos básicos de su vida, vinculándolos según el período con la poesía que escribió (algo que ni el más dogmático de los estructuralistas podría dejar de hacer ante una trayectoria como la de Gelman, en la cual vida y obra se fusionaron en un todo vital). Y a pesar de lo rápido del resumen de algunas de sus vicisitudes, hay espacio para recordar el triste rol que cumplió cierto ex presidente uruguayo para que el poeta tardara un poco más en encontrar a su nieta.

Resumiendo, éste no es el libro que Gelman necesita que se le dedique, pero puede ser una excelente introducción a su trabajo y a su figura para quienes no estén familiarizados con este gigante. O también una buena excusa para recordar uno o dos versos citados, dejar el libro a un lado e ir directo a alguna copia del Citas y comentarios, o de los dos volúmenes de Interrupciones, para comprobar cuánta vida y belleza siguen conteniendo.