Hay que poner mucha voluntad e imaginación para escribir que la sitcom que termina la semana que viene en Estados Unidos es la misma que arrancó en 2003. Más allá del devenir de su línea argumental -absurda e infumable-, hay un dato objetivo: de sus tres protagonistas originales, Charlie Sheen (Charlie Harper), Angus T Jones (Jake Harper) y John Cryer (Alan Harper), sólo queda el último.

Así las cosas, es probable que muchos fanáticos de la serie desde la primera hora vean el final como cuando se desconecta del respirador a un paciente que hace años que está en coma: al fin, la serie podrá descansar en paz, luego de tanto sufrimiento causado por el manoseo al intentar revivirla a toda costa, y será recordada por sus saludables años dorados, con Charlie Sheen.

La última temporada (12) arrancó en octubre y es de trazo corto: 16 capítulos -para que todo sea rápido y sin dolor-. El jueves 20 se apagará el aparato con el capítulo doble “Of Course He's Dead”, del que ya circulan varios rumores -algunos alentados por su título, que es una clara referencia a la muerte del personaje de Sheen-, el más rimbombante es el que augura el retorno de Charlie. Pero es probable que no sea más que un anzuelo de CBS -la cadena que emite la serie en Estados Unidos- para atraer a la máxima cantidad de público posible.

El creador y productor de la serie, Chuck Lorre -quien también es el mentor de la exitosa sitcom The Big Bang Theory-, dio una conferencia de prensa en enero, que cita Entertainment Weekly, en la que reconoció el “extraordinario éxito” que tuvo la serie con Sheen y lo agradecido que está por sus contribuciones, y agregó: “No hay nada más que buenos sentimientos por los ocho años y medio que trabajamos juntos. ¿Pero cómo finalizar el show en la cima? Es complicado, porque de alguna forma el programa se transformó en algo diferente en los últimos cuatro años -y es algo que nos encanta-. Queremos honrar ambos períodos. Cómo honrar a ambos es el reto de este final”.

Je suis Charlie

La serie empezó en setiembre de 2003, en torno al personaje interpretado por Charlie Sheen, basado principalmente en él: un hedonista, borracho, adinerado y mujeriego, que vive en una gran casa sobre la playa de la paradisíaca Malibú (California), se gana la vida con la composición de jingles para publicidades que cultiva en su piano de cola, y siempre se viste con bermudas de color beige y unas ridículas camisas de bowling. Su domicilio y su profesión son licencias artísticas que se tomaron los creadores, y, como suele suceder, lo demás es un poco más exagerado... en la vida real.

Un buen día, la fiesta perpetua en la casa de Harper se ve interrumpida por la llegada de su hermano Alan, recientemente divorciado, quien es todo lo contrario de Charlie: perdedor nato, resentido, tacaño, y con un aburrido trabajo de quiropráctico. El panorama para completar una buena sitcom lo terminó de cerrar Jake, el hijo de Alan, un gordito bonachón de diez años. A su vez, varios satélites femeninos rodearon al trío: Judith Harper (la ex mujer de Alan, interpretada por Marin Hinkle), Evelyn Harper (madre de Alan y Charlie, encarnada por Holland Taylor) y Rose (la joven vecina de Charlie, a la que da vida Melanie Lynskey). En la primera temporada apareció en ocho capítulos el ama de llaves de Charlie, Berta (Conchata Fe- rrell); el personaje tuvo tanto éxito (es una sargentona sin pelos en la lengua, que desparrama comentarios irónicos) que fue apareciendo en cada vez más capítulos de las sucesivas temporadas, hasta figurar en absolutamente todos -y aún sigue-.

Al principio, Two and a Half Men significó una especie de bálsamo para el mundo de las sitcoms, ya que se vivía el declive de la época dorada del género, que tuvo su auge desde mediados de los 80 hasta fines de los 90 (por mencionar sólo a los tanques: Seinfeld había finalizado en 1998 y Friends iba por su décima y última temporada -a todas luces, la peor-). Su humor era directo, corrosivo, a veces escatológico, muchas otras, básico, y, otras tantas, misógino; muy distinto del irresistible cinismo misántropo de Seinfeld y del humor blanco de Friends; y ni hablar de sus diferencias con las series más infantiles-familiares, como The Nanny o Step by Step (sitcoms del estilo “sufrimos un inconveniente familiar, pero al final del capítulo se resuelve, y todos felices; ¡qué linda es la vida!”).

Sobre la misoginia que a veces atraviesa a la serie (generalmente en la forma más directa y conocida: mujer = objeto sexual y nada más) hay mucha tela para cortar. Porque no sólo se da en pequeños chistes o gags (una conversación entre Charlie y Alan: "-No odio a las mujeres. Soy el opuesto a un misógino, soy un 'prosógino'. Me encantan las mujeres. -¿Aun si no hay posibilidad de acostarse con ellas? -...¿Qué?”), sino que la mayoría de los personajes femeninos -sobre todo las parejas de turno de Charlie- son las clásicas rubias tetonas, huecas y estereotipadas -cuando no son así, son morochas-. Algunas de las pocas excepciones fueron las parejas más estables que Charlie tuvo en la serie: Mia (Emmanuelle Vaugier) y Chelsea (Jennifer Bini Taylor), a quienes los creadores no les dieron ribetes de estupidez -a la última no pudieron evitar elegirla tetona: una fuente inagotable de chistes-.

Quizá el núcleo duro de la misoginia lo encontramos en las personalidades de las mujeres que tienen roles secundarios: la ex mujer de Alan es una histérica y malhumorada que parece tener como único fin ir detrás de la pensión de Alan; la madre de los Harper es estricta y manipuladora, y sus hijos la culpan de todas sus desgracias -incluso no falta el manual de complejos freudianos, empezando por el de Edipo-; y Rose está tan obsesivamente enamorada de Charlie que es capaz de inventarse un novio para darle celos: Manny Quinn, quien es una figura importante de la industria de la moda, y, obviamente, no es más que un maniquí -gag fonético que en español pierde un poco de gracia-.

Por otro lado, Alan y Charlie tampoco son un derroche de virtudes (sin embargo, en la cultura dominante machista en la que vivimos, Charlie -el personaje y el actor- es visto como un winner), y la relación entre ambos está lejos de ser fraternal. En definitiva, la consigna básica de la comedia estadounidense: las idas y vueltas de una familia disfuncional (¿quién vería una sitcom sobre una familia perfecta?), en Two and a Half Men se cumplió in extremis. Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, y huyendo raudos de la policía de lo políticamente correcto, era bastante difícil no partirse de risa con la serie en sus inicios.

Barranca abajo

Gracias a la serie, Charlie Sheen se convirtió en una estrella más grande de lo que era. Llegó a ganar dos millones de dólares por capítulo, superando doblemente el récord de los seis actores protagonistas de Friends. La ecuación es simple: más dinero, más problemas. Los diarios y sitios web de chimentos -y los más serios también- tuvieron sobredosis de información sobre Sheen: divorcios (se separó de Denise Richards y luego de Brooke Muller; un juzgado ordenó que sacaran a sus hijos de su casa), acusaciones de maltrato (amenazas a punta de cuchillo y afines), borracheras, drogas (mucha cocaína), sobredosis (consecuencia de lo anterior), rehabilitación (ídem), prostitutas, destrozos en habitaciones de hoteles, fiestas con estrellas porno, maratones en casinos, provocaciones verbales, confesiones de bizarreadas y fetiches varios (“me bajo piedras de siete gramos”; “dejé de salir con chicas por sus pies, por la longitud de algunos dedos y por otros detalles que no eran como tenían que ser”, le dijo a Rolling Stone), alguna stripper y más prostitutas. Éstos fueron algunos de los ingredientes que, mezclados adecuadamente, hicieron ebullición dentro de la olla de Charlie.

Fue a principios de 2011, mientras promediaba la realización de la octava temporada de la serie, cuando Sheen empezó a faltar sin aviso a las grabaciones y se fue todo al garete. La producción se retrasó, y el bueno de Charlie no tuvo mejor idea que agarrárselas con Chuck Lorre: en un programa de radio, Sheen dijo que el creador y productor de la serie es un tipo “con una mente poco desarrollada” y un “charlatán”. La temporada fue suspendida y se emitió hasta el capítulo 16 (la era Sheen termina de facto en que Rose finalmente logra estar con Charlie). La cadena CBS le agradeció los servicios prestados al problemático actor, y lo despidió. Charlie le dio otra caricia a su ex jefe: “Psicópata barato y sin huevos”; creó una cuenta de Twitter y por ahí siguió tirando veneno de 140 caracteres.

Así, la serie empezó a caer en picada. A Sheen lo suplantó Ashton Kutcher (por supuesto, no faltaron los dardos de Charlie hacia su reemplazante) en el rol de Walden Schmidt, un capo de la informática millonario que estaba con el corazón roto por su reciente divorcio y, cuando intentaba suicidarse en el océano, justo cae en la casa de los Harper, que estaban muy acongojados por la muerte de Charlie aplastado por un tren (un niño de siete años encontraría una vuelta más creativa en su media hora de recreo en la escuela). En la temporada 11, Angus T Jones (ya alto y flaco) dejó la serie, no sin antes tener una conversión religiosa y despotricar contra la sitcom que lo hizo famoso: “Estoy en Two and a Half Men y no quiero estar ahí. Por favor, dejen de verlo. Dejen de llenar su cabeza con porquería. La gente dice que es sólo entretenimiento… investiguen algo sobre los efectos de la televisión en su cerebro y les aseguro que tendrán una decisión que tomar en lo que respecta a la televisión”, dijo en una entrevista, para luego pasar a hablar sobre la Biblia, el ser cristiano y Dios.

Chuck Lorre, Warner Bros. Television y CBS siguieron produciendo la serie tranquilamente. Al personaje de Jake -que se fue a Japón de voluntario con el Ejército- lo cambiaron por Jenny (Amber Tamblyn), la hija lesbiana no reconocida de Charlie Harper; pero duró poco: ya no es un personaje recurrente. Lorre y su equipo no pararon de mover esas cabecitas creativas. En la temporada actual, Walden sufrió un ataque cardíaco que lo decidió a replantearse su vida. Quiso adoptar a un niño y, como ya fracasó con varias mujeres, le pidió matrimonio a Alan; se casaron y adoptaron a Louis, un niño de seis años.

Probablemente no exista una sitcom más estirada -y de forma tan patética- como Two and a Half Men. El motivo de semejante guarangada lo sabrán sólo los responsables. Quizá fue por dinero -si bien luego de la ida de Sheen el rating bajó, hoy promedia 9 millones de televidentes por capítulo en su país de origen- o por el ego de Chuck Lorre -para demostrarle a Charlie que podía sin él-. De cualquier manera, el jueves es el bendito final. ¿Alan y Walden vivirán felices para siempre?