Se trata de otra de las numerosas películas basadas en hechos históricos que compiten por el Oscar a Mejor Película de 2014, y una biopic de relativo bajo perfil en relación a las producciones contra las que compite, pero a la vez la más similar al modelo que suele quedarse con la estatuilla dorada.

El Código Enigma cuenta la notable aventura bélica de Alan Turing, quien no sólo fue jefe del equipo que decodificó el lenguaje secreto con el que las autoridades alemanas se comunicaban con los submarinos (un hecho esencial en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial), sino que también fue uno de los padres de la computación. Su historia es narrada mediante una serie de extensos flashbacks (y flashbacks dentro de flashbacks) que Turing recuerda mientras es interrogado por la Policía a causa de su homosexualidad. La mayoría de estos flashbacks refieren a su actuación durante la guerra y a su relación con sus compañeros de equipo.

Dentro de lo convencional que es la película en términos narrativos, el director noruego Tyldum introduce algunas estilizaciones elaboradas que recuerdan el refinamiento de Headhunters, la película que lo descubrió al mundo. También llaman la atención una serie de brevísimas escenas bélicas contextuales (un bombardero alemán surcando los cielos ingleses, unos tanques rodando por una pradera, un convoy hundido por los submarinos alemanes) de gran presupuesto y escasísima duración, el tipo de escenas que habitualmente se sustituyen por fragmentos de noticieros de época o por escenas de otras películas.

El guion es más o menos fiel a la historia de Turing y los suyos, pero los historiadores ya han señalado un montón de inexactitudes, aunque ninguna de ellas es de real importancia, con una excepción. Hay una falsedad histórica tan grosera que es todo un ejemplo de la desconfianza del cine anglosajón de gran presupuesto en la inteligencia mínima del espectador, y vale la pena exponerla. Descifrar el código Enigma planteó al alto mando inglés una decisión muy difícil; si atacaban a todos los submarinos alemanes cuyas misiones se conocían gracias a la solución del código, los alemanes se darían cuenta de que éste había sido descifrado y lo cambiarían por otro, tal vez imposible de descifrar. Por ello, los ingleses decidieron dejar que algunos barcos fueran atacados sin protección, sacrificando así muchas vidas con el objetivo de salvar muchas más. Una decisión que sigue siendo cuestionada hoy en día y que se utiliza frecuentemente como ejemplo de opción militar difícil. Y, por supuesto, no una decisión que pudieran tomar un grupo de criptoanalistas, como lo presenta la película, que además agrega el factor extremo de que el hermano de uno de los analistas esté en uno de los barcos que Turing y los suyos deciden sacrificar (sin sentido, además, porque los alemanes podrían sospechar de haber sido descifrados por una sucesión de contraataques, no desde el primero). Toda la escena es tan estúpida e ilógica que es difícil hablar bien de una película que la contiene.

Sin embargo no hay más remedio que hacerlo, un mérito que le corresponde más que a nadie al actor Benedict Cumberbatch, quien aprovecha al máximo un personaje excéntrico y lleno de tics como era Alan Turing, ofreciendo una de esas actuaciones sobrecargadas que generalmente merecen el Oscar. Un premio que en realidad no se merece tanto por las gesticulaciones y abstracciones más notorias y extravagantes de su personaje, sino por la relación de éste con su carrera de actor. El altivo Cumberbatch parece haberse especializado en componer personajes arrogantes y vanidosos como Sherlock Holmes o Julian Assange, y Turing también era, al parecer, alguien muy seguro de su propia valía, pero la composición de Cumberbatch de la arrogancia de Turing es completamente distinta de la de sus anteriores soberbios, y presenta un personaje frágil pero opaco y lleno de secretos. Un personaje de otra película, menos bruta y más sutil.

Pero, aunque sea la más evidente, la actuación de Cumberbatch no es la única virtud de El código Enigma, que tiene un gran acierto en lo que algunos creían que sería un defecto del filme. Algunas lecturas le criticaron a la película que disimulara la homosexualidad de Turing, sugiriendo incluso que era presentado como heterosexual al hacer énfasis en su relación con su colaboradora Joan Clarke (interpretada por una inadecuadísima Keira Knightley, demasiado bella y dinámica para el rol de una tímida científica solterona). Pero es una tontería; la relación con Clarke existió (llegaron a estar comprometidos pero anularon la boda cuando Turing confesó su homosexualidad) y la orientación sexual del matemático es clara y evidente durante toda la película; simplemente no es el centro de ésta, que es el obsesivo proceso de construcción de la máquina decodificadora y del establecimiento de un grupo de trabajo de gente incompatible pero con una meta en común. El código Enigma no es una película sobre la homosexualidad de Turing, que sólo es un elemento más. Pero esta misma falta de énfasis hace aun más fuerte un mensaje antihomofóbico que se hace explícito al fin de la película. La insólita persecución de un héroe de guerra como Turing a causa de sus elecciones amatorias parece aun mucho más absurda al no haberse focalizado la película en esta característica. Si esto es un logro voluntario o accidental me es imposible de discernir, pero es un logro al fin.