Algunos de los comentaristas y creadores que conversaron con la diaria sobre el estado actual del carnaval uruguayo creen que es imposible hablar de carnaval sin pensar en su heterogénea composición social. Otros enfatizan el estancamiento -tanto en lo creativo como en las propuestas- que vive en la actualidad, promovido por la domesticación que impone el propio concurso. “En el caso de la murga parecería que lo único que importa, muchas veces, es hacer un ‘producto competitivo’ para el concurso. Antes capaz que era así, pero uno no se daba tanto cuenta”, dice Guillermo Lamolle.

“El sistema siempre encuentra argumentos para que aquello que innova sea malo, o al menos no pueda ser considerado a la par del resto”, dice el docente y comentarista de carnaval Ramiro Pallares. Considera que existe una tendencia a encasillar y etiquetar aquello que se considera de “otra naturaleza”, buscando todas las formas posibles de domesticar ese tipo de propuestas. Según el comentarista, esto se vincula, más que nada, con el canto: los conjuntos considerados jóvenes suelen provenir de una facultad o de un grupo de amigos, y probablemente no todos canten con la potencia o la calidad que se considera deseable en una murga. Esto teóricamente les restaría mérito como espectáculo, sobre todo en lo que tiene que ver con la competencia, ya que sus parámetros son los que definen lo que está bien y lo que está mal en el carnaval. Al ingresar al juego del sistema se establece esto pero, por otro lado, desde un punto de vista conceptual, creativo y de pensamiento, quizá este tipo de murgas se despeguen en relación con otras. “Aunque, claro, esto no es algo a lo que el carnaval le dé relevancia”, acota Pallares.

Con respecto a esto, Alberto Coco Rivero, director de numerosos espectáculos teatrales y carnavalescos -y director de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático de 2007 a 2011-, se refirió a los recientes fallos para ingresar a la Liguilla, instancia de la que quedó afuera el conjunto Metele que son Pasteles, “un espectáculo de murga maravilloso”, en su opinión. “La defensa no puede ser que le falta cantar mejor”, dice Rivero, indignado. “En pleno siglo XXI, esto es una berretada desde el punto de vista artístico y conceptual. En las murgas hay una lucha notoria entre canto y texto, entre cómo se dice y qué se dice. Eso encorseta algo obvio: Metele que son Pasteles viene a patear el tablero de determinados discursos hegemónicos del carnaval, que consideran que la murga debe ser otra cosa”, opina. El director cree que siempre se intenta detener toda posibilidad de debate y evitar que existan antítesis, cuando esto se vuelve “fundamental para avanzar y estar alerta”.

Jimena Márquez (dramaturga, puestista, letrista de carnaval y principal referente de Cero Bola), la primera mujer en contar con un espectáculo completo a su cargo a lo largo de varios años -como sucedió con La Gran Muñeca-, coincide con Pallares y Rivero. Asegura que este año las propuestas no se encuentran en su punto explosivo, y cree que se está viviendo una crisis de letristas: “Los grupos que logran mantener la creatividad tienen carencias para el rubro a rubro del concurso. Hay muchos que saben jugar estratégicamente para el concurso y cuentan con los recursos económicos para cubrir esos espacios. Esto no quiere decir que las murgas jóvenes no tengan interés, pero no pueden competir con un coro que se compra. Los movimientos filtrados de dinero determinan muchísimo. Y en la mayoría de los casos, si no apelan a lugares comunes, no les va bien en el concurso”.

Sin cambios en el frente

Guillermo Lamolle, músico, compositor y director de La Gran Siete, confiesa que no está muy seguro del actual estancamiento murguístico. Consultado sobre el posible corrimiento del rol crítico y social de la murga desde el ascenso del FA al gobierno, Lamolle analiza: “Tenía la teoría de que se volvía a una situación normal cuando el partido mayoritario en Montevideo ingresaba al poder (antes colorados, ahora frenteamplistas). Ahora no lo tengo tan claro. Antes la murga se oponía, creo, a todo tipo de poder, tal vez al poder de las clases dominantes, siendo los murguistas de extracción humilde. Ahora no. Es posible que por primera vez la clase media se haya apoderado del género y del gobierno al mismo tiempo. Eso conducirá, sin duda, a una crisis, que estallará tarde o temprano”.

Jimena Márquez también considera que la murga cambió notoriamente su lugar, ya que una de las cuestiones que la distinguía era la crítica. Cree que en esta última década muchas murgas militantes no estuvieron dispuestas a reconocer ningún tipo de error del gobierno, y las que sí lo hicieron fueron criticadas por el medio y los periodistas (le sucedió a La Gran Muñeca cuando hizo el cuplé de Uruguay Natural). “Hoy es muy difícil criticar al gobierno, pero creo que en el marco de la presidencia de Vázquez será más fácil”, afirma.

Rivero considera que la discusión no se centra en izquierdas o derechas, ya que “ambas no existen como tales”. No cree que nadie sea presidente de Uruguay si no mantiene vínculos con el poder económico, que es “realmente el que manda”. “La izquierda lo ha entendido, y por eso creo que la ideología se percibe en los móviles, en para qué generás alianzas coyunturales. Ahora, por ejemplo, se le pide al gobierno que dé una respuesta ante lo que está sucediendo en Venezuela. Creo que es una declaración de principios casi del 68. ¿Qué va a decir? Cualquier persona normal estaría en contra de lo que está sucediendo. Yo creo que es una barbaridad, y soy un tipo de izquierda. Pero, económicamente, el gobierno depende mucho del petróleo venezolano. Si se pronuncia pierde esa entrada, y el país lo sentiría. A medida que uno comienza a entender que todas las alianzas son diferentes, no se puede continuar viendo el mundo con los paradigmas de la década del 60 o del 80”.

Para el director, hablar de blancos y colorados es buscar el aplauso fácil; frente a esto, se vuelve necesario pensar desde otro lugar. “El año pasado, las Cabras [Cayó la Cabra] hacían el cuplé de 'El joven emprendedor', en el que reivindicaban la posibilidad de trabajar de lo que uno quiere. Me pareció un discurso generacional y de actualidad. Mi generación se formó en el deber ser, y por eso no hay nada más actual que exponer los conflictos generacionales, y no decir 'Lacalle hizo la bandera’, ‘Bordaberry, el hijo del dictador’. Ya se sabe, no se puede seguir en ésa. Me parece tan berreta la actitud de la derecha queriendo buscarlo como la actitud de la izquierda poniendo el acento en esto. Ya sabemos lo que calzan. Se pueden decir tantas cosas... Busquemos nuevas formas. Esto es un cambio de paradigma que el carnaval no ha logrado desarrollar. Cambió muchas cosas, pero no sus discursos. Y busca -porque cree que eso es lo popular- el aplauso inmediato, determinados finales que hagan que el espectador explote. Lo que no surge, y eso sí es producto del mundo en el que vivimos, es la mirada artística”, sostiene.

Rivero se pregunta extrañado cuántos conjuntos hablaron de las estadísticas que indican que en Uruguay muere una mujer cada ocho días. Reflexiona que temas centrales como éste no se abordan porque “nos involucran directamente”, ya sea por omisión o por cómo vivimos el mundo. “Muy pocos tienen conciencia de esta realidad que condiciona a un país. Reducir el problema a izquierdas y derechas es equivocado. El problema es mucho más complejo. Quizá en carnaval todo sea más estereotipado y maniqueo, pero yo no creo en ese carnaval, que de hecho no rinde homenaje a los tiempos que corren”. Por eso, reconoce que un lugar de crítica no se situaría en relación con el gobierno y la izquierda, sino con los pendientes. Observa que existen problemas sociales que exceden a cualquier gobierno y que son, precisamente, los puntos en los que el gobierno debería insistir. “Pero de eso no se habla. Entonces, ¿para qué hablar del gobierno? ¿Para criticarlo o para construir un modo de reflexión sobre la realidad? También hablar de machismo, por ejemplo, es etiquetar. Lo central es el vínculo entre los hombres y las mujeres, entre los seres humanos”.

En su caso, Jimena Márquez considera que como letrista de murga se enfrenta a una gran dificultad: hablar de lo que ya se habló. Cita como ejemplo el segundo año que ganó A Contramano, cuando la violencia de género era el eje central del espectáculo. Valora que a veces se tocan temas fuertes, como el de los 43 estudiantes mexicanos -“que no hubo nadie que no los nombrara”-, “que si alguien no se hubiera referido a ellos hubiera dado igual, porque no lo abordaron en profundidad. Es muy complejo. Hay una crisis en encontrar la forma renovada e inteligente para hablar sobre ciertos temas”. En medio de la contrariedad, la dramaturga reconoce que el recambio generacional se está dando, y esto es algo que se percibe -sobre todo- en los libretos, a partir de una búsqueda profunda que desarrollan, por ejemplo, Cayó la Cabra y Metele que son Pasteles.

Mirando las baldosas

Según Ramiro Pallares, esta crisis carnavalera se centra en que las murgas provenientes de generaciones anteriores y que cuentan con un claro compromiso militante asumieron el lugar de criticar lo menos posible. “Si bien dicen cosas, la forma de matizarlas es continuar pegándole a la oposición de manera constante. O sea, si uno ve cómo se criticaba a blancos y colorados durante los 90, cuando eran gobierno, es la misma que hoy, cuando son oposición. Están enfocados en el enemigo incluso cuando no tiene el poder, y continúa siendo el mismo objeto de crítica y de burla”, señala.

El comentarista cree que las agrupaciones que provienen de Murga Joven cuentan con una mirada un poco más amplia y crítica. Pero, a su vez, también coincide en que son murgas que no trabajan directamente una línea editorial política. “Han buscado formas de posicionarse y de hablar que son mucho más elaboradas y no tan digeridas. Esto es, precisamente, lo que las vuelve más interesantes. La Mojigata es el caso más radical. Cuando asumió el FA en 2005 hizo un cuplé que apuntaba a las políticas culturales y planteaba que si no se generaba un cambio de pensamiento desde lo cultural, por más cambio de gobierno que hubiera, todo seguiría igual. Metele que son Pasteles y Cayó la Cabra siguen de algún modo ese camino -no tan radicalizado-, con un manejo muy fino del humor, la ironía y el absurdo. La intención es ir por distintos lugares que escapan del capocómico parado haciendo chistes, que es el lugar tradicional. Claro que está bien y es interesante, pero estas murgas generaron un discurso que va más desde lo colectivo, que adopta otras vías para criticar y hacer reír criticando”.

Al mismo tiempo, Pallares plantea que las visiones tradicionales del carnaval consideran que este tipo de murgas no cuentan con visiones críticas (probablemente por no citar nombres y apellidos) y, por otro lado, existe un universo de personas a las que les encanta su propuesta. “El público carnavalero tiene una característica muy particular, ya que es muy sensorial en el sentido más básico y primitivo. Pueden no escuchar gran parte de lo que se está diciendo. No ocurre tanto en el Velódromo, pero en los demás tablados charlan, se dispersan, hacen ruido, pasean. Hay un mundo más ‘intelectualizado’ y complejo que ha llegado al carnaval, y un público que también ha venido al carnaval para recibirlo, y que coexiste con ese otro que vive y lucha. Por eso cuesta el cambio”. Lo que distingue como positivo es que el carnaval cuenta con propuestas para todos, mientras que el sistema, en vez de promover lo nuevo, lo arrincona. “Desde DAECPU [Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay] no va a venir el cambio, sólo puede venir desde la autoridad pública. Y hoy en día esta autoridad parece no existir. Con el correr de los años la IM le ha dado cada vez más poder a DAECPU. Por ejemplo, se dice mucho que el concurso de carnaval es el único lugar en el que los que compiten deciden los jurados, cuando antes los designaba la IM”.

Otro de los puntos en los que insiste Pallares tiene que ver con que la IM le posibilita a DAECPU redactar los reglamentos, que no sólo pautan las modalidades del concurso y la clasificación, sino también el desarrollo del carnaval en todos los tablados. “En DAECPU hay gente que se maneja con procedimientos que quizá no son los que deberían regular la esfera de lo público. Los vínculos de dependencia personal, que por momentos hasta parecen feudales, son los elementos que inciden y determinan el manejo de muchas cuestiones. La IM es una institución que ha cedido espacios y que no se ha pronunciado. No oí ninguna pronunciación de la IM respecto del caso de Cayó la Cabra y [Edward] Vela Yern, por ejemplo”.

Con respecto a este vínculo entre la IM y DAECPU, Lamolle cree que existen muchas cosas que están mal en esta institución, pero “lamentablemente, no creo que mejoraran si la IM se hiciera cargo del carnaval. Es más, seguramente empeorarían. Al FA sólo le interesa el carnaval como industria turística, y a muchos cuadros medios frenteamplistas les importa hacer ‘crecer’ el carnaval para que crezca su currículum y, por lo tanto, su bolsillo. Les importa poco si la murga canta como murga o como coro de ángeles, y si se fijan en la diferencia, es para decir que la segunda opción es la correcta. No entienden lo que es cultura popular, la más mínima idea; la ven como una forma inferior de cultura que hay que elevar. Y al intentar elevarla, la destruyen. El concurso es una de las cosas que ha pretendido elevar al carnaval, y lo está elevando a la altura de Tinelli. Otro concurso ha llevado a que el desfile de Llamadas se parezca cada vez más al carnaval de Río, lo que demuestra que ni siquiera son creativos como agentes turísticos. Los que dicen que están contra el poder de DAECPU posiblemente sea porque quieren ese poder para sí mismos. Eso sería una pena”.

Coco Rivero explica que si no fuera por el dinero que la IM invierte en carnaval, nada sería posible. Lo que no sucede, y ve con muy buenos ojos, es la intromisión por parte del gobierno en los discursos artísticos. “La cuestión es que nos da mucho temor asumir que estamos mal. Y que [Marcelo] Tinelli enciende televisores y manda en el discurso. Muchas responsabilidades de lo que sucede es de los carnavaleros y de los creadores. El carnaval que tenemos es una foto del carnaval de Uruguay. Habría que levantar una gran pancarta entre el gobierno y los artistas, porque nosotros estamos para molestar, para exponer el juego de los gobernantes de turno de muchas maneras. Ése es nuestro rol”. Frente a lo que representa DAECPU, Rivero reconoce que existe un discurso facilista de muchos directores de conjuntos que acusan a la institución de la que forman parte, cuando “deberían tirar piedras adentro”.

Pallares, a su vez, explica que quienes ejercen el control político del carnaval son las mismas personas desde que se inició esta manifestación popular. Cita como ejemplo que el presidente de DAECPU, Enrique Espert -“más allá de sus implicancias”-, tiene su origen en el sindicato de canillas y su padre fue el responsable de Saltimbanquis durante los años 20 y 30 junto a los canillas. “Un mundo de obreros que vivían en el bajo, en el boliche, en una vida bohemia. Hasta los 70, la murga no tenía una connotación política de izquierda. Era más próxima al lumpen-proletariado -hablando en términos marxistas-, no se desarrollaba como una conciencia de clase sino como la queja del populacho. Con la apertura democrática se empezó a contar con una movida universitaria que modificó un poco el discurso murguero. Después, a principios de los 90, surgieron A Contramano y otras murgas que ya contaban con un perfil más ideologizante desde una perspectiva no sólo partidaria, sino también desde una visión más próxima a lo social. Muchas de estas personas fueron los referentes que dieron los talleres del TUMP [Taller Uruguayo de Música Popular], que fue donde nació la Movida Joven, que proporcionó al carnaval un vigor nuevo y diferente”.

Luego -agrega el docente-, estas primeras murgas comenzaron a ingresar rápidamente en la lógica de competencia del concurso y el virtuosismo técnico, no así los grupos de las últimas generaciones, tal vez por contar con una concepción más anárquica de la cuestión. Incluso se refiere a varias que no conciben al concurso como una prioridad -La Mojigata, La Gran Siete e incluso Falta y Resto-, precisamente porque el concurso no valora la innovación, la creatividad o el concepto que pretende reflejar el espectáculo, sino simplemente la sumatoria de aspectos técnicos. De hecho, “se ha generado una dinámica de formación de espectadores en las radios, por el mismo jurado y demás, de que eso debe ser así, por eso es fácil escuchar personas que digan: ‘Ésta no puede ganar por el vestuario’”.

Considera que esto deviene una dinámica perversa que, paulatinamente, se convierte en una suerte de hostigamiento permanente que desgasta y excluye en vez de aceptar, integrar y promover, como le sucedió a La Mojigata, Queso Magro y -el caso que se ha vuelto más emblemático- Cero Bola. Esta murga de mujeres sólo pudo salir un año; “mostraron un espectáculo muy interesante, pero nunca más le volvieron a dar esa posibilidad por ser un coro femenino que suena distinto. En esto se incluye toda la mirada machista de carnaval, que nunca se va a aceptar machista y que considera que las mujeres deberían salir en otra categoría de murga porque cantan diferente. ¿Dónde lo artístico se divide por género? Sólo en el fútbol, y el carnaval tiene una mirada muy futbolística”.

Ser o no ser

La integrante de Cero Bola Jimena Márquez se lamenta de que, en general, no se sabe quiénes son los jurados ni de qué lugar provienen; “no sé si son idóneos o no en su tarea”, dice. “Y año a año los hechos demuestran que lo que se premia es la murga clásica, cuando lo positivo es la conjunción”. Cuenta que hace un mes fueron a recibir la devolución del jurado, ya que Cero Bola no clasificó para esta temporada, y el primer argumento que manejó el jurado fue: “‘Ustedes saben que corren en desventaja porque, en comparación con un coro de murga...’, como si Cero Bola no lo fuera. Todo se centró en una cuestión de género”.

Márquez aclara, muy decidida, que Cero Bola no pide que se la valore por ser una murga de mujeres, pero sí que se la mida con la misma vara. “Si desafinamos o el texto estuvo flojo, se entiende. Pero si se centra en lo vocal, es otra cuestión. Incluso les dijimos que debían incluir en el estatuto que un coro de mujeres no se considera un coro de murga, y así directamente no nos admiten en la prueba”.

Recuerda que el primer año que salieron en carnaval tuvieron muchos problemas “misteriosos” con DAECPU, a donde llegaron mails en nombre de una mujer que se presentaba como abogada de Cero Bola y amenazaba a DAECPU y a Tenfield con “destapar todas las situaciones turbias”. Si bien las integrantes de la murga nunca supieron quién fue, eso les generó un carnaval de tensiones, amenazas y llamados. “Incluso tuvimos que ir a hablar con Vela Yern para aclarar la situación. De modo que la relación fue fallida desde el comienzo. Después volvimos a dar dos veces más la prueba de admisión, y no entramos”.

En este contexto, Coco Rivero asegura que existe mucho “carné de brillantina”. Con esta expresión se refiere a que en los últimos años el Teatro de Verano se ha transformado en una “vedette” y en un lugar de exposición del discurso muy potente, como consecuencia del número de prensa y de la televisación para todo el mundo. “Que se cierre un tablado porque dos bandas se enfrentan en Flor de Maroñas impide que una zona marginal desde lo cultural no pueda acceder a este evento popular. Y no vi que hubiera movilizaciones en las redes, ni en DAECPU, ni en la IM, ya que el Teatro de Verano se convierte en el líder”.

Como en este tipo de lecturas es fácil caer en estereotipos, advierte que querer analizar el carnaval desde un lugar que no es el de quienes lo componen se vuelve un gran error. Explica que en las murgas jóvenes se ve cada vez más la tendencia a querer ser murguista, pero la mayor parte de la gente no lo vive de este modo. “Yo hago la puesta en escena de Tronar de Tambores, por ejemplo. Ahí hay herreros, enfermeras, gente de limpieza de hospitales y músicos profesionales. Por eso, tengo que encontrar un lugar para poder hablarles a todos. Y claro que no puedo hablar con todos de la misma manera. Pero es necesario ser consciente de esto. Hay un mundo que desconozco e historias que desconozco, que también construyen el carnaval”.

Un refuerzo de salame

En enero Vázquez volvió a reactivar una vieja discusión que parecía saldada, que se relacionaba con la propuesta de que DAECPU gestionara el Teatro de Verano. Jimena Márquez, antes de sostener que la medida es equivocada, reclamó que el carnaval aún no cuente con una organización de protección del técnico y del compositor.

Pallares acusa que Vázquez le prometió el Teatro de Verano a DAECPU porque mantiene vínculos personales con los directivos José Morgade y Espert. “De nuevo, todo se maneja sobre la base de vínculos y relaciones de vasallaje. No hay una institucionalidad que reglamente y ofrezca garantías. No defienden ni protegen a sus socios, sino a quienes son funcionales a su lógica de movimiento. Pero los propios carnavaleros no reaccionan frente a estas situaciones. El carnaval que tenemos es el carnaval que los carnavaleros quieren”.

“El doctor Vázquez no es ningún zonzo”, dice, riendo a medias, Coco Rivero. Comenta que el futuro presidente genera alianzas estratégicas “sin importar con quién; ése es Vázquez, y lo ha demostrado. Va a generar los discursos pertinentes a la interna del FA para que la próxima intendencia establezca dinámicas con DAECPU, que les permita a ellos manejar el Teatro de Verano”.

Lamolle, por su parte, no recuerda bien cómo recibió esta noticia. “No estoy seguro, pero es posible que la haya recibido comiendo un refuerzo de salame. No sé; cuando DAECPU empezó a hacerse cargo del concurso, creo que a principios de los 70, de golpe empezó a tener balances positivos, cuando antes, según la IM, daba pérdidas. Ahora bien, es erróneo usar como sinónimos las expresiones ‘DAECPU’ y ‘los carnavaleros’. Técnicamente es como confundir la Cámara de Industrias con ‘los trabajadores’. Tabaré lo sabe, y usa adrede la falsa sinonimia. DAECPU tiene de bueno su escasez de burocracia, y de malo, su escasez de garantías para los que no tenemos a Momo por el mango”.