El fundador de la vanguardia escénica de los años 60, Alberto Restuccia, dramaturgo transgresor que ha llevado a escena a lo largo de más de medio siglo obras experimentales y rupturistas, llevará a las tablas el libro Pulpa Etchamendi: el extra que se robó la película, de José Luis Baumgartner, sobre el mítico entrenador tricolor que vitoreó, invicto, 16 clásicos consecutivos. Además, esta figura excepcional -que llegó a intepretar Artaud en Latinoamérica en una función exclusiva para el filósofo Jacques Derrida-, reestrenará Salsipuedes, el exterminio de los charrúas el 11 de abril, día en el que se produjo el genocidio y etnocidio indígena.

Su padre, Miguel Restuccia, presidente de Nacional entre 1968 y 1979, lo llevó a la tribuna desde niño, donde el director pudo ver a personalidades del fútbol como Atilio García, uno de los máximos goleadores en la historia del fútbol uruguayo, o el guardameta brasileño Manga. “Justamente de mitos se trata. El espectáculo sobre Pulpa Etchamendi: el extra que se robó la película sigue el camino de lo que he venido explorando en relación a la mitología”. Esta exploración se inicia con Salsipuedes, el exterminio de los charrúas y continúa con Asesinato de un presidente uruguayo, en el que se analiza el magnicidio de Idiarte Borda, asesinado mientras ejercía su mandato. Con este mismo foco experimental trabajó en la obra El gimnasio, de la dupla Gabriel Peveroni y María Dodera, en la que se escenificó la historia del mítico Teatro Uno, y cómo un teatro se dinamitó para convertirse en una sala de musculación, cuando no sólo era Monumento Histórico Nacional sino además Finca de Interés Municipal.

Desde el margen

El autor y director de Esto es cultura, ¡animal! recuerda que viene trabajando “clandestinamente” en lugares no convencionales como Periscopio y el bar Republicano, donde el año pasado estrenó Acto poético sobre el encuentro fortuito en una mesa de disección entre un paraguas y una máquina de coser, cruzando al Conde de Lautréamont y Alejandro Jodorowsky. La nueva propuesta teatral, que tendrá como eje central al Pulpa, se plantea retratar la picaresca del fútbol y el carnaval uruguayo por medio del humor y canciones enfocadas en la “óptica de sabiduría popular”, a la manera del Lazarillo de Tormes y Sancho Panza.

Cuando la década del 60 pegaba la curva en el mundo del fútbol uruguayo, el dominador de la escena era el Peñarol de los negros Joya y Spencer (“Fue fácil para los dos / el juego de la pelota / uno levantaba el centro / otro ponía las motas”, les canta Ruben Rada), de Roque Gastón Máspoli con su traje desde la línea, de las canas del Pardo Abbadie, de la clase sin igual de Pedro Virgilio Rocha. Entre 1959 y 1969 Peñarol ganó ocho torneos uruguayos.

Nacional, el otro gran dueño de la historia de los éxitos, buscaba denodadamente romper aquella hegemonía. En 1968 asumió -sin ningún antecedente como dirigente- Miguel Restuccia como presidente de Nacional y comenzaron los cambios: en 1969 trajeron al técnico internacional brasileño Zezé Moreira y los tricolores se quedaron con el Uruguayo. En 1970 Zezé se fue y al inicio de la temporada se contrató al mítico Enrique Fernández, ex jugador y técnico tricolor y ganador de la Liga Española dirigiendo a Barcelona y a Real Madrid.

No le fue bien a Enrique en la Libertadores, y cuando estaban decidiendo quién lo sustituiría, Restuccia soñó que el entrenador revelación de la temporada, Washington Pulpa Etchamendy, sería el entrenador de Peñarol. Para Restuccia eso era una pesadilla, y en aquellos viejos teléfonos negros de enormes discos y números, hizo correr su dedo para que desde la UTE lo pudieran comunicar con México, donde el Pulpa estaba observando el Mundial. Así nomás, Restuccia contrató a Etchamendy. Al regreso se contactaron personalmente y Miguel, a sabiendas de que no era hincha de Nacional, le preguntó de qué cuadro era: “Señor presidente, yo soy hincha de un solo cuadro que es Canillitas, pero desde este momento haga de cuenta que soy hincha de Nacional”, le dijo el Pulpa.

De ahí en adelante Nacional y el Pulpa iniciaron un inolvidable ciclo que incluyó la primera Libertadores en 1971 ante Estudiantes de La Plata, la primera Intercontinental ante Panathinaikos de Grecia, la Interamericana ante Cruz Azul de México, tres campeonatos uruguayos, una serie de 16 clásicos invictos, y fundamentalmente la consagración y el paso a la historia de un equipo tan poderoso e inolvidable como el de Peñarol en 1960. En 1972 Etchamendy también dirigió a la selección uruguaya, y en 1973 fue contratado por la Asociación Paraguaya de Fútbol. Pasó por clubes y países hasta que en una calurosa tarde caleña de 1976, cuando Deportivo Cali enfrentaba a Independiente Santa Fe de Bogotá, cayó desplomado al borde de la cancha y murió en la suya, en el medio del fútbol.

Restuccia define al legendario técnico como “un pícaro”, y cuenta que él siempre acompañaba a su padre a algunas reuniones de Nacional en un boliche de Pocitos. Recuerda que el Pulpa, al igual que él, era un gran bebedor de whisky. A medida que pasaban las horas la gente se iba yendo, hasta que sólo quedaban el Pulpa y Restuccia “haciendo el escabio”: “Ahí nos conocimos, y la verdad es que era un tipo increíble”.

Define el enfoque de la obra entre “la eterna rivalidad de Nacional y Peñarol: un presidente del Club Nacional de Fútbol, Miguel Restuccia, contrata a un entrenador hincha del Club Atlético Peñarol, el Pulpa Etchamendi, y crea un equipo con figuras internacionales como Manga, de Brasil, [Luis] Artime, de Argentina, [Luis Alberto] Cubilla, de Barcelona, con los que Nacional sale campeón de América iniciando un septenio: siete años de triunfos consecutivos”.

De esa época Restuccia evoca variadas anécdotas. Recién separado, el actor estaba viviendo en la casa de su padre por unos días. Parece que una mañana quien tocó el timbre fue Manga, uno de los arqueros más reconocidos a nivel mundial: “‘Eh, don Miguel [en tono brasileño], eu necesito biyuya’. ‘Pero Manga -decía mi viejo-, ya te adelantamos tres sueldos y el domingo es el clásico’. ‘Pero don Miguel, prometo. Eu prometo que el domingo ganamos a Peñarol’. ‘¿Cómo puede decirlo antes del partido?’, arremetía mi viejo”, y él respondía: ‘Si me da la plata, ganamos, seguro ganamos, don Miguel’”. Y así fue.

Fuera de género

Todo comenzó cuando el año pasado el dramaturgo leyó el libro, editado por Fin de Siglo. Convencido de la necesidad de adaptarlo a las tablas, llamó a Baumgartner. Cuando le planteó la idea de adaptarlo, Baumgartner le dijo “el texto es tuyo, hacé lo que quieras”. Al contar con esta libertad, Restuccia dispuso que la adaptación del texto la realizara el actor -no profesional- que interpreta al Pulpa, Daniel Souza, mientras él se encarga de la dirección general y la puesta en escena.

El actor parece un descubrimiento del director: “Daniel es idéntico al Pulpa, con su bigotito, su voz, su modo de hablar casi a los gritos”, describe, aún sorprendido por el hallazgo. La pieza contará con cuatro personajes: el Pulpa, su hija, Miguel Restuccia y un narrador que compagina las escenas.

En 1979 el doctor Cambón, dirigente de Nacional, denunció a Miguel Restuccia por el pase de Juan Ramón Carrasco y De los Santos al River Plate argentino. “Fue una denuncia absurda que aseguraba que se había quedado con la comisión del pase. Lo increíble es que estuvo preso, en plena dictadura, con el general Seregni, también hincha de Nacional. Pero como a él no lo dejaban escuchar la radio portátil, en el recreo le preguntaba a mi viejo cómo iba el partido”. Luego de seis meses, la Justicia decretó el sobreseimiento del delito imputado, y lo indemnizó económicamente, pero “¿quién le quita haber estado preso en dictadura?”, se pregunta su hijo.

Para definir la relación con su padre remite a una frase de Antonin Artaud que, según Restuccia, define el parricidio que todo ser humano intenta protagonizar: “Hasta el día que lo vi morir. Entonces el rigor con el que yo lo acusaba y que me oprimía cedió. Otro ser salió de mi cuerpo y por primera vez en la vida ese padre me tendió sus brazos. Y yo, que me siento molesto en mi cuerpo, comprendí que toda la vida él se había sentido molesto en su cuerpo, y que hay una mentira del ser contra la cual hemos nacido para protestar...”. Reconoce que no podría haber interpretado este personaje a los 40 años, y mucho menos comprender qué sucedía en el mundo del fútbol y esa época mítica.

Fantaseando con el espacio ideal para el montaje, Restuccia coquetea con la idea de estrenarla en el Teatro de Verano -“ya que trascendió lo partidista y no sólo es para hinchas de Nacional”-, o frente al Monumento a los Últimos Charrúas, en el Prado.

Consultado sobre la estética de la transgresión de estos últimos años, él, que protagonizó el primer desnudo y travestismo en la historia del teatro uruguayo, considera que “falta riesgo en los contenidos. Hay que jugarse más. Actualmente el teatro uruguayo se juega en lo estético pero no a nivel visceral, no lo hace desde las tripas”. Asegura que todo es incorporado a la moda o a la moda del teatro transgresor, lo que no es más que una moda de asimilación del propio sistema. “Yo, realmente, ya quedé por fuera del sistema. Además, tengo una disforia de género, con un alma de mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”.

Cree que Alberto Restuccia se ha convertido en el personaje, mientras que Beti Farías “es la real”. Y aventura que precisamente esto sigue el planteo de Artaud, en lo que tiene que ver con hacer la revolución desde el propio cuerpo.

“Yo pagué un precio por eso y lo sigo pagando. La homofobia y la transfobia que sigue habiendo en este país pacato e hipócrita genera que, por ejemplo, cuando salgo de hacer un espectáculo trasvestida y me tomo un taxi para ir a otro espacio, el conductor frene de golpe por nada para que me dé la cabeza contra la mampara. Le rechina llevar, sin saberlo, a la travesti artística más culta de Uruguay. Porque Beti Farías es una genia, pero sólo ella lo sabe”.