Para llegar desde París a la ciudad de Angoulême, un centro de algo más de 40.000 habitantes cuya prehistoria se remonta hasta los tiempos romanos, hay que tomar un tren de alta velocidad o subirse a uno de los numerosos autos que ofrecen compartir sus viajes por internet. Son dos horas y media hacia el suroeste de la campiña francesa, entre personas que leen y hablan de cómics: adultos, jóvenes y familias se dirigen allí. En la estación de Angoulême, el quiosco de diarios abre las puertas a lo que habrá, porque tiene un exhibidor entero para tomos de historieta y otro donde hay por lo menos ocho revistas distintas de información sobre el tema, todas lujosamente editadas. Es que estamos en Francia, uno de los tres centros mundiales de producción de historieta junto con Estados Unidos y Japón, y el festival de Angoulême, que se desarrolló hasta el 1º de febrero a lo largo de cuatro días, es su centro neurálgico.

La convención de cómics de San Diego recibe cobertura mediática mundial gracias a que se llena de actores de cine, fans de los superhéroes y a que, bueno, ocurre en Estados Unidos. El festival Comiket, en Japón, es el epicentro mundial para el cosplay (disfraces) y el manga (o cómic nipón). Angoulême no incluye ni actores ni cosplay, apenas un poco de superhéroes y otro poco de manga, y se concentra en la historieta publicada en Francia con autores franco-belgas. No por mantener ese perfil deja de tener un carácter comercial importantísimo, ya que hay un enorme espacio para compra y venta de derechos, gestión de proyectos y encuentros entre editoriales. La gran industria parece ir aquí de la mano con el arte de la narración gráfica. Parece.

El festival se distribuye a lo largo y ancho del pueblo, en edificios de todo tipo y carpas, de modo que la historieta inunda el lugar. Para recorrerlo completo se necesitan varios días y algo de plata, porque la entrada diaria cuesta 13 euros y hay un abono un poco más barato. Hay que preparar las piernas, los abrigos y la paciencia, porque uno entra y sale incontables veces de carpas y edificios, entre subidas y bajadas, pasos del calor al frío húmedo del invierno, e incontables chequeos de seguridad tipo aeropuerto (es que la matanza de Charlie Hebdo está muy presente). Ésta es la entrada a otro mundo del que en Latinoamérica y España se conoce apenas una parte.

Este año hay dos quiebres importantes que tienen que ver con cruces culturales e ilustran cómo es el gusto europeo por la historieta. Uno de ellos es que el Gran Premio del Festival va para el japonés Katsuhiro Otomo, el autor del clásico Akira (un impresionante manga de ciencia ficción de 2.000 páginas) entre muchísimas otras historietas, quien se pasea entre las carpas y los stands casi de incógnito. La otra es que el gran homenaje va para Jiro Taniguchi, un mangaka (autor de manga) adorado en Europa y poco conocido en Japón, de obra vastísima entre la poesía y la historia. Taniguchi ofrece una conferencia traducida al francés y presenta una exposición retrospectiva de su trabajo, que exhibe las elaboradísimas páginas originales de libros como El Caminante, Barrio Lejano, Setón y Venecia (algunos de ellos se pueden conseguir en la tienda La Revistería, de Montevideo). A pesar de que su obra, de tono meditativo y dibujo detallista, lleva al lector a recorrer sitios lejanos en el espacio y el tiempo, Taniguchi confiesa que casi no viaja. De hecho, ésta es su primera visita a Francia y coincide con que el Louvre lo contrató para hacer el cómic El guardián del Louvre, parte de la serie de cómics sobre el museo.

Los pabellones impresionan. Uno se dedica a una exposición retrospectiva de Calvin & Hobbes, montada en colaboración con su propio autor, Bill Waterson. Niños, padres y jóvenes se agolpan para ver los originales de este clásico del humor, acompañados por páginas originales de las influencias de su autor, como Charlie Brown, Pogo y Flash Gordon. Luego hay otras exposiciones, como una en homenaje a Jack Kirby, el dibujante que creó X-Men y 4 Fantásticos, entre otros, que está hermosamente montada pero que se forma sólo por reproducciones. Además de la de Taniguchi, para la que se forma una cola de media cuadra, hay una pequeña muestra del nuevo dibujante de Astérix, que nadie ve porque está casi oculta en el rincón de un edificio en un extremo de la ciudad. Es que Albert Uderzo, el dibujante y cocreador del personaje, se ofendió con Angoulême porque su trabajo nunca fue premiado allí y por ello Astérix y su editorial, Dupuys, no participan desde hace años.

La industria y el gusto

El gusto del público aquí es algo único. La conferencia de Taniguchi lleva más de 200 personas. La de Scott Snyder, el actual guionista de Batman y American Vampire (uno de los pocos autores que en Estados Unidos y España venden cualquier cosa con su nombre), no alcanza a 50 personas. La charla de Julien Neel, un francés relativamente joven, no demasiado exitoso y del que se han editado unas pocas cosas en español, se llena de público.

Parece como si el arte de la narración gráfica superara a la industria aquí, pero van de la mano y, de hecho, a veces tienen encontronazos. Las editoriales independientes, que son decenas, tienen una carpa propia y se muestran a todo lujo (allí hay un par de autores argentinos), mientras que las grandes hacen su despliegue en otro espacio. Hay voces que han criticado al festival, asegurando que sus codiciados premios deberían ser sólo para los independientes, ya que los grandes no los necesitan; hay otras opiniones que aseguran que está bien repartirlos sin hacer diferencias. Lo cierto es que las grandes editoriales publican cientos de libros nuevos al mes, principalmente siguiendo la estrategia de copar espacios en las vidrieras de las librerías, una práctica habitual en el mundo del libro “normal” y que se puede ver también en Uruguay.

Para muchos autores y lectores, Francia es la meca del cómic. El dibujante estadounidense Sean Murphy, que viene junto con Snyder a presentar la lujosa edición francesa de su obra The Wake, comenta que mataría por trabajar como lo hacen en este país: al autor se le paga un adelanto y puede dedicar un año a terminar un libro de 60 páginas, mientras que en Estados Unidos hay que hacer 22 por mes y a veces mucho más. De todos modos, hay similitudes, porque Murphy y Snyder hablan de que el actual es un gran momento en su país para los historietistas, por los vínculos entre el cómic, los videojuegos, el cine y la televisión, mientras que en Francia las grandes editoriales también hacen fuerza para producir historietas que se puedan adaptar a otros medios y convertirse en franquicias millonarias.

De todos modos, el festival tiene ese aire tan francés, mediante el cual todo parece ser puramente cultural y artístico. Y en buena medida lo es, porque da gusto recorrer las exposiciones y ver a los autores tratados como tales y no como estrellas, o a los lectores concebidos como eso antes que como fans y nerds. No es en vano que Bill Waterson dejó de dibujar hace 20 años y sólo retomó los lápices a pedido de la organización del festival, para dibujarles el afiche de este año. Él, Otomo, Taniguchi, Snyder y Murphy son parte de los 1.600 autores que están presentes entre los 400 expositores del festival, entre cientos de miles de personas que circulan por las calles. Ésta no es la excepción en Francia, ya que allí tienen el festival cinematográfico de Cannes, en la pequeña ciudad del mismo nombre, y el de Annecy, de animación, en una ciudad más chica todavía. Se trata de una linda costumbre de descentralizar y al mismo tiempo fortalecer eventos que son referencia mundial, con la elegancia que los caracteriza.