Son complejos los procesos de apropiación identitaria. Tal como sucede con los apodos en grupos de amigos, la cristalización de momentos, adjudicación de roles, narraciones colectivas, nomenclaturas, y la sedimentación de teorías a partir de conceptos y metáforas, suelen ocurrir tras carambolas históricas en las que no siempre es uno mismo el que tiene el control o la autoría de su propio bautismo. Aun en un terreno en el que la autodenominación y separación en nichos y subnichos se ha venido dando de forma cada vez más autoconsciente y exponencial, son atendibles los casos en los que una obra se presenta, explícita o veladamente, como una reagrupación o compendio de una porción determinada del entorno (pensemos, por ejemplo, el papel que tuvieron las antologías de escritores jóvenes uruguayos de 2008 a la hora de definir y discutir sobre una nueva generación literaria).

De generaciones

El caso que viene a cuento en esta ocasión no trae consigo ningún título que se precie de ser un resumen de una movida, ni mucho menos una declaración generacional, pero en la forma en que fue pensado y elaborado hay mucho de lo expuesto líneas arriba. El disco Fernando Henry, Lucas Meyer y Pau O’Bianchi reúne, tal como parcamente indica el título, a estos tres músicos como algo que es más y a la vez menos que una banda.

Menos, en tanto que los músicos no se fundieron en una sola entidad, algo que se puede notar tanto en el nombre de la banda como en un divertido indicador en el librillo, que indica un estimativo porcentual de qué tuvo que ver cada uno en cada tema, y en el hecho de que las distintas manos, intereses, escrituras y recursos instrumentales y compositivos pueden distinguirse con facilidad (al menos para quien se haya lanzado a escuchar atentamente la discografía de cada uno de los integrantes). Más, tomando en cuenta la cantidad de músicos invitados que intervienen en el disco, algo que le daría a la formación un aire de megabanda o una especie de filarmónica indie. Hiram Miranda (Uoh!, ex Psiconautas), Juan Stoll (Genuflexos, Súper Juguetes), Fabrizio Rossi, Ezequiel Rivero y Juan Branaá (junto a Pau O’Bianchi, los principales productores del indie actual), Diego Zapata, Sebastián Pina (Alucinaciones en Familia), Pixy Hernández (ex Millones de Casas con Fantasmas), Estrella Muerta, Fabiana Lira (hermana de Flavio Lira y colaboradora habitual en violín de Carmen Sandiego), Salvador García, Alessandro Podestá… Aunque faltarían varios nombres en esta lista, con los que hay se podría afirmar: “Están todos”.

Por supuesto, se podría decir que sencillamente se trata de una colaboración de amigos de los integrantes, pero es difícil recordar una generación tan entrelazada, proteica y en bloque en algún escenario local. Es en estos términos que el disco, creado a partir de incansables juntadas y reversiones, guarda en sí mismo una inevitable cristalización y un trabajo abierto sobre lo que ha sido el indie joven uruguayo, esa generación que empezó en la época de MySpace y que a partir del sello Esquizodelia generó una diáspora de muchos otros.

Es interesante, sobre todo, darse cuenta de cómo en pocos años es posible reconocer aspectos típicos de la obra de cada uno de los autores, algo que va desde aspectos más diáfanos, como las temáticas e imaginerías elegidas, a otros más complejos, como los recursos técnicos empleados. Como un ejemplo claro de esto podría citarse el tema “Candy Bar” (según las divertidas indicaciones, armado a base de 70% de Lucas Meyer, 10% de Fernando Henry y 20% de Pau O’Bianchi), en mi opinión el mejor tema del disco. La canción es Lucas Meyer sin destilar: las imágenes vagas, el intimismo triste, el acompañamiento de guitarras, pero en el cierre del tema aparece un punteo con un bending que tiene la firma indeleble de Pau O’Bianchi.

Tratando de ir un poco más atrás y de analizar el disco a la luz de las trayectorias de los tres integrantes, se ve en Meyer y O’Bianchi una larga tradición de trabajos compartidos que van en la producción del segundo en todos los discos del primero, así como colaboraciones mutuas en Lucas Meyer y la Banda de los Sueños y Alucinaciones en Familia. Aunque participó en recitados en el último disco de 3Pecados, Fernando Henry no tiene un nexo tan directo y obvio con O’Bianchi ni con Meyer, y se abocó desde sus primeros trabajos a un sonido más spinettiano, con varias infusiones de folclore y un estilo de canto radicalmente diferente, más cercano al folclore y a Eduardo Darnauchans que al rock. Si uno pudiera encontrar un coagulante entre los tres, lo más cercano a lo que podríamos llegar es, además de esa hiperactividad productiva de álbumes (todos cuentan con múltiples proyectos y varios álbumes y temas en su haber), una idea disipada de psicodelia en común. Mientras que en Henry la imaginería siempre fue más hippie y beatlera, en O’Bianchi es un punto intermedio entre lo infantil y lo pesadillesco. En relación con Meyer no convendría hablar propiamente de psicodelia, sino de algo más cercano a lo onírico, no tanto en la condición de imágenes, sino en ese estado de semivigilia somnolienta en el que las imágenes de pasado y presente se entremezclan. Quizá, haciendo un corte grueso y lúdico, se podría decir que en la trinidad de la psicodelia Henry representaría los psicoactivos, O’Bianchi la locura y Meyer el sueño.

Reparto de la torta

El álbum comienza con “Alucinación 11/10”, liderado y cantado por Henry, que entre los coros y los festejos, en el fondo podría ser un tema salido de Spinettalandia y sus amigos. Un comienzo fogonero y optimista, que guarda un aire pastoral propio del músico. “Los conservadores” dura menos de un minuto y es posiblemente el tema más rockero del álbum, con un sonido que recuerda al 3Pecados de Liu y las dificultades graves en el aprendizaje. La sigue “Candy Bar”, una joyita de Meyer, a la altura de lo mejor que ha hecho hasta la fecha, con una composición finísima, por capas, que contrasta con el tono más enmalezado de la producción del álbum (están especialmente bien introducidas las cuerdas de Mariano Conté y Fabiana Lira, junto al acordeón de Sebastián Pina, que dotan al tema de un ligero aire al español Sr. Chinarro).

“Ácido en el trabajo” sería el gran candidato a tema de difusión del disco, con un riff denso y repetitivo que parece sacado de la versión que los Flaming Lips hicieron de “Speak to me/Breathe” en su álbum tributo a Pink Floyd, junto a un teclado con ciertos tintes a música egipcia. Acá se puede obsevar algo de lo que convierte a O’Bianchi en un interesante letrista: la confección de versos repetitivos y tramposamente sencillos. Así como el verso “hoy estoy más dormido que drogado. / Amiga, buen fin de año” del insigne disco Diciembra, dentro de cierto círculo se convirtió en un lema comúnmente repetido en los fines de año, “no consumas drogas si no hay amor” (cantada a coro por Renata de la Torre, Pixy Hernández y Estrella Muerta) también encierra una interesante verdad sobre el consumo de drogas.

Luego del cuarto tema el disco entra en una pequeña meseta compuesta por los temas “Plantas y compresores” (con un sonido marcado por la flauta traversa, que parece salido de un tema latinoamericanista de los 60), “Día del cerebro”, “Extraterrestres por La Teja” (una especie de cumbiandombe espacial) y “Arañas de arroz”, posiblemente el tema en el que están más homogéneamente fundidas las labores de los tres músicos.

“Hotel Spinetta” es otro de los puntos altos del disco, con esa seña entre bossa y lounge a la que O’Bianchi ya había sabido sacarle jugo, como sucedía con la canción “Buena, bonita y barata” en el disco debut de Millones de Casas con Fantasmas. El estribillo -”Hay desafinaciones que me conmueven, / hay sensaciones que no quiero afinar, / hay emociones que valen más”- no sólo sirve a la temática romántica del tema, sino que podría resumir el espíritu mismo del álbum, algo que se da en la combinación meticulosa entre caos y producción, entre la búsqueda de la sensación directa, la experimentación y la cabeza puesta en el proyecto.

“Andrómeda asesina” arranca con una línea de bajo y tumbadoras que retrotraen al sonido de los británicos Stereo MC’s, pero luego es invadido por unos cantos sacados de una película de Sergio Leone y un recitado de Anaclara Talento. “Ovni dorado” es el tema más beatlero y lúdico de Fernando Henry, que parece más salido de su antigua formación La Morsa era Paul que de sus últimos trabajos solistas.

“Flamenco de las dos antenas” es posiblemente el trabajo más eficientemente laburado a la par entre O’Bianchi y Meyer (quizá las dos antenas se refieren a ellos). Es curioso, en tanto uno puede ver cómo encontraron un terreno común, una especie de valle compartido entre las dos formas de componer y escribir. El disco termina con “La florista” (un tema netamente henryano) y la nostálgica “Un hombre me mordió”, con un coro que parecería cerrar el disco en un tono emocional completamente diferente al del optimismo con que abría.

En una evaluación del conjunto, lo que quizá se extrañe más en esta repartición tripartita son los temas con Meyer más adelante; la muestra más concreta de eso es “Candy Bar”. Aun así, no deja de ser un trabajo interesante que muestra cómo se reparten influencias y autorías, un divertido juego de seguir los hilos de cobre y descubrir los trabajos, no sólo de los músicos del frente, sino de las las colaboraciones de algo más grande, la generación. Como si fuera una versión indie del excelente Cualquier uno, de Ernesto Díaz, el disco no fue conceptuado para ser llevado al terreno de las presentaciones en vivo, pero se realizó una escucha colectiva el sábado 21 a las 22.00 en el Cine Universitario. Más experimentaciones de una generación que no para de producir.