-¿Cuál es tu relación con Uruguay? Sos un visitante muy frecuente de nuestra ciudad...

-Yo vine por primera vez en 1998, antes de sacar mi primer disco, para ver si lo podía grabar acá. Fue una historia que terminó muy mal; fue todo muy raro. Íbamos a dormir en el estudio, pero el dueño se levantó a una veterana y nos dejó en la calle. La segunda vine con un amigo, conocido de los Buenos Muchachos, con quienes tocamos, y mi primer disco, que recién había salido, llegó a manos de [Gabriel] Peveroni; a él le gustó mucho, me invitó a la radio y le pasó el disco a muchas personas. No sé, a la prensa de acá siempre le gustó lo que hacía, y eso ayudó a difundirlo.

-Poco tiempo después te fuiste a Francia. ¿Siempre tuviste una predisposición cultural hacia lo francés?

-Siempre escuché mucha canción francesa, en el Río de la Plata siempre hubo mucha influencia de la canción francesa por el café concert. Pero eso fue desapareciendo porque también fue desapareciendo la canción francesa en Francia. Pero ahora hay algunos que cantan en francés en Argentina; muchos hacen más bien versiones, algunas remozadas, otras no.

-Tengo la sensación de que en Argentina no hay muchos compositores como vos, en el sentido de que sos lo que en otros lugares se conoce como un songwriter.

-Hay muchos cantautores, pero si te referís al estilo de compositor de Bob Dylan, Leonard Cohen o Neil Young, no, de ésos no hay muchos. Durante los años 90, no había casi cantautores en Buenos Aires -de hecho, la nota que sacó Peveroni sobre mí en su momento se llamaba “El último songwriter porteño”-, pero mientras estaba en Francia me decían: “Ahora hay un montón de gente haciendo lo que hacés vos”. Cuando volví descubrí que había muchos cantautores, pero con influencias totalmente distintas de las mías. Muchos estaban influenciados por el folclore, otros por la música uruguaya, por el canto popular...

-Pero vos sos de lo que se conoció como la generación “sónica”, de Babasónicos, El Otro Yo, Los Brujos...

-Sí, empecé a tocar en 1993-1994. En 1995 empecé a trabajar de traductor en la revista Los Inrockuptibles. En 2002 me fui a Francia, pero en el medio fui periodista para Los Inrockuptibles y La García. Después lo abandoné porque por varias razones no me gustaba ni me convenía... Yo empecé a tocar la guitarra a los 14 años, pero empecé a escribir mucho antes. En 1997 publiqué mi primer libro (Dame un coche tan rápido que no me alcancen los recuerdos) y en 1999 saqué mi primer disco. Opté por sacar un libro antes porque era más fácil económicamente, y después he ido alternando.

-Tu último libro tuvo una forma muy particular de composición y difusión.

-El libro se llama Pequeñas reflexiones sobre el universo, el tiempo y mis discos favoritos, y está compuesto de eso, de reflexiones sobre la vida en general, sobre detalles pequeños, a veces con inflexiones humorísticas o irónicas, a veces no. Yo venía escribiendo esas cosas desde los 17 o 18 años, llenando miles de cuadernos en los que consignaba los descubrimientos que hacía sobre el mundo. Fue un momento en el que descubrí que todo lo que sabía sobre la vida estaba equivocado, y empecé a acopiar conocimiento. Séneca y el estoicisimo tuvieron una gran influencia sobre mí, también los sufis, el budismo, el hasidismo, el cuarto camino de [George] Gurdjieff... me interesé mucho en el cómo vivir, en el camino correcto. Y anotaba muchas cosas, tratando de aprender. Un buen día tenía Facebook, que usaba como todos los seres humanos, poniendo que iba a tocar en tal lado o colgando algún videíto, y se me ocurrió poner una de esas frases, pensando que no le iba a interesar a la gente, pero ocurrió lo contrario. Fui poniendo más frases, y empezaron a cambiar. Yo siempre las escribí con una intención literaria, no por una cuestión de expresión personal. Después surgió la posibilidad de hacer un libro con ellas, un libro ilustrado, y empezó una larga selección que incluyó también muchos de los comentarios, porque a veces los comentarios eran más ingeniosos que las frases que yo había puesto. Es confuso, porque Facebook está hecho para que se hable de uno mismo, y yo no estoy interesado en hablar de mí mismo. Obviamente son cosas que tienen que ver con mi vida, pero no lo hago por eso. Ahora hay gente que me pide consejo sobre sus problemas sentimentales, y a partir de eso extraigo nuevas frases, moralejas o conocimiento, pero no me interesa hablar de mí. Lo que yo escribía en un principio era más para mi consumo personal y tendía a lo literario, pero poco a poco, como veía que no me entendían, fui yendo a frases más directas. Traté de ser lo más simple posible y de evitar el malentendido. El malentendido es un elemento infaltable en las relaciones humanas, y en las redes sociales es el condimento esencial... Tratando de evitar ese malentendido terminé entendiendo más a la gente en general.

-Pero ésa es una forma bastante nueva de creación y recepción. Al provenir de una generación en la que era todo más unidireccional y centrado en el creador, ¿sos optimista o pesimista respecto de estas nuevas formas de relación con la música o la escritura?

-No creo que sean mejores o peores, son distintas. Tienen cosas buenísimas y cosas que no tanto. Antes habías escuchado hablar de Birthday Party pero no había manera de escuchar a Birthday Party, y todo se volvía legendario. Mi madre escuchaba Leonard Cohen cuando me tenía en su vientre porque vivían en Los Ángeles, y un día lo escuché y fue como la magdalena de [Marcel] Proust: me pasé una semana escuchando sólo un lado. Pero yo no sabía quién era Leonard Cohen y pensaba que era un artista que nadie conocía. Hoy en día, si alguien quiere conocer algo hace clic y lo escucha, y eso es un lado buenísimo del acceso generalizado a la información, pero al mismo tiempo se pierde esa cosa legendaria. Por ejemplo, con mi disco nuevo: antes uno sacaba un disco y la gente lo iba escuchando muy lentamente, porque le llegaba por un amigo o escuchaba un tema en la radio. Hoy sale el disco, subís las canciones a Youtube y tenés una respuesta directa. Otra cosa buena es que este disco lo edité gracias al crowdfunding, así que lo edité y ya hay mucha gente que lo compró pero ya lo conocía por los mp3; es totalmente diferente. Es una nueva aventura. Pero al mismo tiempo, pasa a ser menos importante el orden de los temas, y a mí me da miedo que se pierda la idea del disco, del álbum.

-Hoy en día, ¿cómo te sentís dentro del ámbito musical argentino? ¿Te sentís dentro de cierta escena o en un margen?

-Me parece que desde hace bastante tiempo hay muchas bandas y solistas buenos. Pero la música que pasan las grandes radios sigue siendo la de las mismas bandas, y la música comercial argentina no me parece buena en general. Me parece que toda suena igual, porque en Argentina está arraigada la idea de que si algo funciona, todo tiene que sonar igual, mientras que en otros países, como Inglaterra o Francia, todos quieren sonar distinto.

-Después de haber regresado de Francia, donde residiste una década, seguiste manteniendo una fuerte conexión con el mundo francés.

-En la parte musical, claro, pero ahora también hice una traducción de los Pequeños poemas en prosa de [Charles] Baudelaire. La va a ilustrar Pedro Dalton y va a salir en Piloto de Tormenta, la editorial del bajista de Chillan las Bestias.

-¿Tu familia es de origen francés?

-No, pero tuve un padre francófilo, un ingeniero nuclear que consiguió una beca para estudiar en París. Yo fui al colegio francés de los cinco a los 18 y trabajé mucho como traductor e intérprete. Siempre me sentí muy cercano a la cultura francesa: su historieta, su literatura, la canción francesa... En Francia hay un regreso de la canción francesa desde el año 2000 y yo lo viví estando ahí. La canción francesa tradicional sigue existiendo aunque de una manera más bien fundamentalista: se difunde mediante circulares, pero se trata de cosas muy minoritarias y puristas. Ahora volvió como género de una manera muy fuerte, pero ya es otra cosa. Es más pop, más rock, más electrónica, más manouche, que es el jazz gitano. La identidad cultural francesa es el mestizaje.