El monstruo todo lo canibaliza. En algún momento la “nueva comedia americana” pareció una ventana de libertad políticamente incorrecta, amoral, sexualizada, transgresora de fronteras de buen gusto, hasta un poco incómoda. Casi de inmediato algunos de los manierismos de ese subgénero empezaron a aparecer como eso (manierismos), acomodados a un espíritu menos inquietante. Es el caso de esta comedia. Y no por razones llanamente prácticas: no es que la película esté un poco lavada para garantizar el ingreso de niños y adolescentes y con eso acrecentar la que es la franja más importante de público en términos cuantitativos. En Estados Unidos, debido a las palabrotas, a las referencias sexuales y a consumo de alcohol, de todos modos la clasificaron como R (“restringido”, que implica que los menores de 17 años sólo pueden verla acompañados de un adulto responsable). Su autocensura, la “normalidad” conformista de sus premisas, no se destina, por lo tanto, a ampliar el público legalmente habilitado a verla, sino a generar un marco de respeto social de un público de clase media. No deja de ser un cálculo posible, pero uno basado en estructuras más entrañadas en la sociedad y que no necesitan un control legal. En Uruguay, para que tengan una idea, se clasifica como “apta a todo público”. La vi en una sala llena de púberes, y siento que les encantó.

La premisa es un desarrollo de la idea de I Love You, Man (2009), en la que un tipo se va a casar y se da cuenta de que no tiene amigos para que puedan oficiar de padrino de boda y groomsmen, y los tiene que improvisar para no quedar mal. El desarrollo es la existencia de un “padrino de alquiler”, especializado en suplir la necesidad que novios solitarios tienen de simular socialmente un círculo de amistades. Todo eso juega con la idea de un patrón de normalidad y con el bochorno por no encajar en dicho patrón: es triste no tener amigos, pero aun más terrible sería que la gente descubriera que no los tenés, lo que te marcaría como un perdedor. Un principio similar está aludido en la escena en la que un padrino hace un discurso torpe (y la torpeza está expresada en tartamudeos, en pensar un poco más de tiempo lo que tiene que decir, en articular alguna frase con poco sentido): para ser socialmente exitoso uno tiene que ser capaz de articular discursos fluidos, de lo contrario: bochorno, perdedor, posible paria.

El padrino de alquiler está interpretado por Kevin Hart, que al menos en esta película sigue los pasos de Eddie Murphy con su actuación y personaje: la capacidad de hablar muy rápido durante mucho tiempo y con dicción perfecta, la chispa y el rostro para improvisar “personajes” insólitos para salir con cancha de diversas situaciones, a lo que lo ayuda un enorme conocimiento de la calle y de una amplitud de contextos. Sin perder nunca de vista un desempeño profesional superlativo, es claramente susceptible a las tentaciones mundanas (mujeres, dinero, lujos y otros placeres). Sin embargo, en el fondo, es incapaz de hacer expresamente el mal para lograr esos objetivos, y tras una fachada curtida y distante, tiene un corazón blando. En muchos sentidos ese personaje combina con estereotipos del negro, a quien adivinamos una infancia humilde y difícil que lo obligó a desarrollar ese modo de preservación. Su interés por los placeres, un poco más explícito que lo que sería elegante, también es parte de ese estereotipo, de alguien que no llegó a educarse totalmente en el marco de la contención protestante. Su inteligencia brillante y el hecho de que siempre sale ganador lo ponen varios escalones arriba en dignidad que a un tío Tom cualquiera, aunque no ha dejado de ser un objeto de risa (por varios motivos, algunos de ellos derivados de esos estereotipos).

En esta película se habla mucho de sexo, pero casi no se practica. (Eso es muy común en las comedias estadounidenses). Queda implícito que Jimmy (el padrino de alquiler) se acuesta con una dama de honor en una de las primeras escenas, cuando apenas lo conocemos, pero es todo. Doug, el novio, no se acuesta ni siquiera con la novia (bajo pretexto de que determinado manual de autoayuda refiere a un período de contención de un mes antes de la noche de nupcias). La despedida de soltero es sensual, pero casta. Sería como si el hecho de que se concretara el sexo involucrando al personaje principal fuera a estropear la pureza de la empatía del espectador con él y el juego afectivo de la película. Frente a ese pudor, los momentos de humor grosero son casi decorativos. Y, por supuesto, no son nada gráficos. Son casi apéndices del guion para cumplir con un estilo que sigue siendo exitoso. Uno de ellos tiene que ver con un perro que lame manteca de maní depositada en el pene del personaje (totalmente fuera de campo). El otro chiste de ese tenor -más tirado hacia el humor negro- tiene que ver con una vieja que se quema. Hay algunas borracheras, pero nada de cigarros ni de drogas.

Es curioso, porque la estructura de la película es idéntica a la de una comedia romántica. Sólo que aquí se sustituye el vínculo del tipo con su amada por el vínculo de amistad. Toda la tensión, y lo podemos adivinar muy pronto en el metraje, tiene que ver con el desarrollo de la amistad entre Doug y Jimmy. Tal amistad “no puede darse” en principio, porque es una de las reglas profesionales de Jimmy: él actúa de mejor amigo, y lo hace en forma sumamente convincente, pero la relación es estrictamente comercial. Sin embargo, con la convivencia se produce el acercamiento. Algo parece comprometer definitivamente ese acercamiento, hasta que un giro sensacionalista en el clímax consagra el encuentro definitivo. La banda musical está alimentada sobre todo con canciones pop, pero hay momentos con música incidental para subrayar el sentimiento. Es decir, en lugar de aplicar el romanticismo al vínculo amoroso, la película lo hace con el vínculo de amistad varonil. La narrativa nos tira varios datos que aseguran la heterosexualidad de Doug y de Jimmy, pero su castidad dentro de la narrativa facilita cierta corriente homosexual, en la que Doug, que sería la parte “femenina” de ese vínculo, es más absolutamente casto que Jimmy (la parte “masculina”), como “debe ser”.

Es posible detectar esqueletos estructurales corrientes a varios aspectos de la película. Ello no tiene por qué estropear totalmente la diversión. Los actores están muy bien, hay una escena de baile divertidísima, hay buenos chistes pavos (y son muchos), el ritmo humorístico es impecable, y si uno anda con el corazón blando puede llegar a compenetrarse con los personajes. El final es algo excéntrico, con una sutil alusión a la serie Lost.