Nada hacía pensar, al comenzar a oscurecerse el cielo por el lado de oriente, que aquél sería el último atardecer sobre Uh-Pah 64, al menos como los conocemos los que hemos estado ahí. Uh-Pah 64 es un planeta enano del sistema regido por la estrella Uh-Pah, ubicada a unos 200 años luz de la Tierra, como quien va para el centro de la galaxia. De un tamaño algo mayor al de nuestra luna, tenía un período de rotación de unas seis horas, lo que provocaba que hubiera pocas buenas fotos de su atardecer. Todo era demasiado rápido: cuando la cámara empezaba a acomodarse a la luz, el sol ya se había puesto un poco más, entonces la cámara volvía a acomodarse, sólo para descubrir que nuevamente el panorama se había oscurecido. Pero esto no era todo: al estar compuesto principalmente de metales pesados, su gravedad era bastante mayor que la que cabría esperar para un cuerpo celeste de ese tamaño. De hecho, tenía una atmósfera densa y conflictiva, lo que hacía que los atardeceres fueran especialmente bellos, otorgando aún más valor a las raras fotos que habían salido bien.

Los derechos económicos sobre dichas imágenes los tenía el concesionario de la cantina de la estación científica de Uh-Pah 64. En realidad, formalmente, los poseía un testaferro radicado en la Tierra, lo cual le permitía al cantinero evadir ciertas obligaciones tributarias que le había añadido la Justicia tiempo atrás, en virtud de un conflicto que había tenido con la ley. La gente de la Tierra, aburrida de ver siempre las mismas fotos de desiertos áridos de roca, provenientes de casi todos los planetas conocidos, había prestado especial atención a Uh-Pah, astro rebosante de vida nativa y con fenómenos atmosféricos coloridos y únicos. La biología local se basaba en compuestos de carbono, al igual que la nuestra, y de hecho los organismos más comunes (no encasillables en ninguna clasificación terrestre) podían servir como alimento a los humanos, sin efectos secundarios conocidos. Los que no sabían qué hacer eran los viajeros vegetarianos, ya que no podían saber si aquello era parte del reino vegetal o animal. Que los científicos les dijeran “no es ni una cosa ni la otra” no los tranquilizaba, por lo que finalmente decidieron dejar de ser vegetarianos, para no correr el riesgo de violentar sus principios. Ocurría que a menudo los vuelos de las concesionarias distribuidoras de alimentos no llegaban a tiempo y lo único que había para comer en Uh-Pah 64 eran esas extrañas gelatinas de formas y colores diversos, que cortadas en forma adecuada y condimentadas con habilidad, podían recordar a un plato de pastas o a unos buñuelos de algas, salvo por el hecho algo desagradable (al que todos, finalmente, se terminaban acostumbrando) de que se seguían moviendo aún después de hervidas.

Los curiosos sonidos, con un dejo a voces humanas lejanas, que parecían emitir desde el plato, eran otro asunto. Que se muevan, vaya y pase -decían los clientes de la cantina-, pero que griten me parece demasiado. La solución que se le ocurrió al cantinero fue poner música fuerte, pero aquellos “gritos” parecían ser independientes de todo, como si llegaran a la mente del comensal directamente desde algún sitio, sin ser interferidos por sonido alguno, por más fuerte que fuera, que pudiera haber en el ambiente.

El cantinero y su testaferro, después de largas discusiones, habían decidido liberar al público las fotos de los atardeceres y organizar excursiones fotográficas al planetoide. Eso -pensaban- sería más lucrativo que la simple venta de las fotos y la correspondiente licencia para publicarlas. No era malo el plan, en principio, pero al final lo fue. Un día los seres, bichos-planta, que poblaban Uh-Pah 64 se empezaron a comportar de un modo extraño. En concreto, empezaron a desplazarse lentamente (cosa que nunca se les había visto hacer) y a elevarse unos centrímetros en el aire, como si quisieran tironear del planeta. Muy poco a poco fueron logrando frenar su giro. Miles de millones de cosas tirando todas para el mismo lado es cosa seria. Además, supongo que tendrán algún poder extra, algo más importante que la capacidad de poder tironear de algo en forma coordinada. Lo cierto es que el planeta empezó a enlentecer su rotación, hasta llegar a cero. El proceso tomó un tiempo considerable, varios días; aunque como éstos se iban haciendo más y más largos a medida que el planeta se desaceleraba, nadie supo cuántos pasaron.

Finalmente, el tiempo se detuvo; al menos, medido de esa manera. La estrella Uh-Pah permaneció fija en determinado punto del cielo (variable, de acuerdo al sitio del planeta en que uno estuviera), y conceptos como amanecer o atardecer perdieron sentido. La zona iluminada se hizo rápidamente inhabitable por su alta temperatura, y la zona oscura por el frío. La estación -cantina incluida- fue abandonada para siempre por los humanos. Nadie más fue a sacar fotos por ahí. En cuanto a los bichos-planta, se adaptaron a las nuevas condiciones (que acaso para ellos no fueran tan nuevas) sin mayores problemas, limitando su crecimiento a una franja intermedia entre el día y la noche. No les molestaban los visitantes; no les molestaba ni siquiera que se quedaran a vivir en su hogar y se comieran a algunos de ellos de vez en cuando. Pero sí que anduvieran especulando para lucrar con sus atardeceres, sin darles la parte que les correspondía. Eso no.