-¿Hubo un criterio específico a la hora de determinar el orden de los segmentos en Multitudes?

-Fue un trabajo bastante intenso, en base a gráficos. Nosotros trabajamos la cuestión desde el punto de vista emocional: cómo íbamos a hacer para que la multitud, que es nuestro personaje principal (porque si bien es un personaje coral, sigue siendo un personaje) arrancara arriba, luego bajara, tuviera momentos de emoción profunda, y después sacar a los espectadores de ese pozo. Por ejemplo, cómo hacer para romper ese momento tan dramático que es la Marcha del Silencio, del cual decidimos, por ejemplo, saltar al estadio, que es una patada en el pecho. Realmente, eran experimentos que íbamos haciendo y graficando. El orden inicial no fue el que está en la versión final, pero decidimos, nada inocentemente, empezar con Iemanjá, porque es un comentario sobre lo que vemos que es la sociedad uruguaya hoy.

-Me acuerdo de que el director Álvaro Buela, al hablar sobre su película Alma máter, decía que el cine uruguayo se sostenía sobre varios mitos de lo que es ser uruguayo. Parece que Multitudes, justamente, se dedicara a derribarlos.

-Sí, sobre todo esa idea de que Uruguay es un país laico, que de laico tiene poco, porque [estos mitos] no solamente se dan con los cultos afro, que tienen aparición en el segmento de Iemanja, sino que también aparecen en una comparsa, con los orishás bailando en una de las Llamadas. Lo mismo pasa en el segmento de San Cono. Eso es un nivel evidente. Pero después hay un montón de cosas interesantes que estuvimos conversando con Julio Kronberg -que es un pai, pero que además es un activista muy importante de los derechos humanos y trabaja en la sección de Diversidad de la Intendencia de Montevideo- porque una cosa que vimos, que nos llamó la atención, es que la Marcha del Silencio, de alguna manera, es una invocación espiritista. Un llamado de mucha gente con la foto y nombrando a las personas desaparecidas no es otra cosa que un llamado espiritista. Le dijimos eso y el hombre se quedó un poco asombrado: dijo que, exactamente, la energía que se genera en el momento en que las personas invocan a los desaparecidos es parecida a lo que se genera en unas sesiones espiritistas. Es interesante porque la gente que va a la Marcha del Silencio viene de tradiciones diferentes, por ejemplo, de una tradición marxista de fuerte componente ateo y, sin embargo, la energía es muy parecida. Hay cosas que permean la película y que pueden ver algunas personas que están atentas a esas cosas.

-¿Tenías esta idea específica del mito de lo laico a priori, o fue algo de lo que te fuiste dando cuenta conforme se fue capturando el material?

-Yo había estado conversando mucho de esto y había leído mucho de un amigo, el doctor Nicolás Gigou, sobre su trabajo de su nación laica. Fui a buscar un poco esto, y a la vez, saqué algunas cosas de lo que veo todos los días, sobre todo el tema de San Cono, que siempre me interesó, porque hay una especie de esquizofrenia en Uruguay; por ejemplo esa escena de las donaciones a San Cono, entre las que aparece la corbata de Jorge Batlle, o que un Estado laico prohíba jugar al 03, que es la fecha de la muerte del santo, porque se supone una suerte de intervención divina para que el azar juegue sus dados y haga que ese número salga y llegue a hacer saltar la banca. Es raro, ¿no?

-También está el mito del Uruguay vacío y el del Uruguay apolíneo y gris, en lugar de ese otro Uruguay dionisíaco.

-Exacto. Nosotros nos jactamos de que no festejamos, de que somos civilizados, justamente hablando de las palabras de [José Pedro] Barrán, ¿no? Pero los uruguayos tenemos momentos de desborde, de descontrol, en los que se bajan esas barreras, y fuimos a buscarlos. De hecho, el proyecto tiene que ver con esto que vos decís, que originalmente habíamos pensado alrededor de la Noche de las Luces. Era un evento que queríamos registrar, que llamaba nuestra atención, porque se decía que bajaban hordas de barrios periféricos de la ciudad y destruían los autos que estaban estacionados; o que cerraba el shopping, que es una cosa insólita, porque es un establecimiento que, a no ser que haya una guerra nuclear, no cierra nunca. Fue así que las marcas que patrocinaban la Noche de las Luces cerraron la cortina y dijeron “no va más”, por las quejas de los vecinos de los barrios más privilegiados, sobre todo de la gente que vivía en la costa. En el origen de Multitudes estaba un poco esa idea de retratar cómo festejaban las clases menos favorecidas esa Noche de las Luces que era una bacanal, algo que sí logramos retratar en los festejos del 25 y el 31 de diciembre en el Mercado del Puerto, donde la gente que uno conoce y con la que convive está absolutamente desbocada, sin ningún límite, donde todo exceso es permitido. Ingestas infinitas de alcohol y un comportamiento muy sexuado: realmente es un momento muy raro, en el que se recupera lo corporal. Es una cosa que no se suele ver, ya que somos pacatos.

-Después está el Encuentro con el Patriarca, que es una mezcla entre el tradicionalismo rural y la explosión dionisíaca que retrataron en el film.

-Cuando lo filmamos pensé que era muy raro que esa cosa no termine en baños de sangre. Toman como pocas veces he visto. Cortan botellas de dos litros, les sacan la parte de arriba y las llenan de una bebida que se llama “amarga”, muy fuerte, que tenés que tomar porque te convidan, quizá porque es parte del rito. Hombres y mujeres toman toda la noche, y a su vez están calzados: usan uno o dos facones que llevan cruzados atrás, o a la altura del cinto. Toda esa procesión se enmarca en una cosa picaresca, hombres y mujeres coquetean durante los días de la marcha y se mandan mensajes por celular, y a pesar de todas las idas y vueltas, nada de eso termina en muerte. Uno que está acostumbrado a esas explosiones de violencia en eventos populares... cómo eso no termina en una reyerta, no lo puedo explicar. El día de la subida a la meseta están todos con sus mejores galas. La meseta es un lugar muy pequeño, muy empinado. Suben, saludan y bajan, porque no hay lugar donde estar, pero eso realmente no es lo importante, lo importante es ir; la cuestión de la paisanada, la cuestión solidaria, cuando se suspenden esas diferencias tan graves que hay en el campo. Esos abismos entre los pudientes y los no pudientes, que son casi esclavos de la tierra; todo eso se suspende. Todo el mundo come, todos son invitados, y luego del evento, rápidamente, se desa- gregan. Es como en la Marcha del Silencio: una vez que termina se guardan todas esas pancartas con rostros para volver a aparecer el 20 de mayo siguiente. Realmente, los individuos vuelven a surgir en soledad.

-Más allá de que el foco esté en lo local, ¿hubo alguna devolución en lo internacional?

-Una cosa muy interesante que vimos en el estreno de la película en otros lados es que la multitud es una cuestión universal: gente de Turquía, de Estados Unidos, incluso un chino que hablaba muy mal inglés y que le había dicho a Emiliano [Mazza, codirector de la película] que la Marcha del Silencio lo había conmovido y que había entendido que era un pedido de reaparición. Los chilenos, incluso, dijeron que es un gran film latinoamericano, lo que a nosotros nos alegra tremendamente, porque justamente [buscábamos] esa idea de la ruptura del paradigma de que somos la Suiza de América, de que somos blancos, laicos. Eso nos hace sentir un poco separados de lo que es el resto de América Latina y no tiene que ver con la realidad. Si vemos lo que registra Multitudes, nos damos cuenta de que nuestro país es una sociedad aluvional, mezclada; que realmente hay capas y capas de personas con descendencia indígena, que la descendencia de la negritud está vivita y coleando. Que nos hayan dicho esto nos da la pauta de que fue una mirada en el sentido correcto.