Pequeñito. Sutil. Trazo negro sobre fondo blanco. Un texto breve que se repite como letanía con una variación por viñeta que apunta directo, que marca una ausencia.

Pasar por primera vez las páginas de Mañana viene mi tío -primer libro del que Pantana, de extensa trayectoria como ilustrador de libros para niños y adolescentes, es autor también de los textos- es una experiencia estremecedora. Frío por la espalda. Con muy poquito, un puñado de detalles elegidos minuciosamente, el autor se las ingenia para hacer pasar ante los ojos del lector, desde la posible mirada de un niño, la tragedia histórica de los desaparecidos en las dictaduras que asolaron la región en las décadas del 70 y el 80. El final angustiante obliga a volver al principio, una y otra vez. Y entonces se procede a desmenuzar el libro. A buscar los detalles. Se insiste en encontrar la mirada que aparece en la tapa y ya no vuelve desde la segunda página.

Mañana viene mi tío pone sobre el tapete el interrogante de quién es el receptor. Es muy posible que se ponga en cuestión si se trata de un libro para niños. Yo no podría afirmarlo, pero creo que el quid está en prestar atención a ese dedo en la llaga que presenta el autor y entrarle a la discusión; en definitiva, una postura al respecto depende de lo que se considere que es un niño, de lo que se estime conveniente que conozca, de lo que se hipotetice sobre lo que un niño entiende y es capaz de decodificar y afrontar. Sí me atrevo a decir que traduce con exactitud la mirada incisiva de un niño (y que la mirada de aquel Pantana niño está ahí, en la del Pantana adulto, también); es más, que de eso se trata, en el fondo.

Mañana viene mi tío pone en la página la angustia de la ausencia y de no entender ante el silencio y la falta de respuestas. Es -puede ser- accesible para un niño (sí: entienden y son capaces, y saben lo que es la angustia y el dolor) desde la sensibilidad y, por supuesto, mediado por el diálogo con un adulto que aporte la información que no está y que acompañe y proteja en el estado de incomodidad y desamparo al que conduce. Un poco más allá, pero no algo tan ajeno, en definitiva, a lo que implica un libro para niños, cualquier libro para niños, en cualquier circunstancia: una invitación a leer de a dos y a compartir.

Dos apuntes

Mañana viene mi tío muestra sus cartas tanto al explicitar sus influencias como al presentar un camino para su lectura e interpretación y al informar sobre las circunstancias de su producción (todo ello en el texto de la contratapa).

Por un lado, continúa, explicita y rinde homenaje al trabajo de Ayax Barnes (Rosario, 1926-Barcelona, 1993), en particular al libro La línea (1975). Barnes es un referente de artistas e ilustradores del Río de la Plata, que desarrolló una extensa y proficua carrera en ambas márgenes del río, de la que se destacan dos colecciones señeras: Cuentos de Polidoro y Los cuentos de Chiribitil (ambas del Centro Editor de América Latina, de los años 60 y 70), que han marcado toda una época en la literatura para niños en Argentina. En este trabajo de Pantana se advierte un diálogo con esa tradición (cabe destacar, como dato anecdótico, que La línea fue reeditado-rescatado en 2003 por la misma editorial que esta vez acoge el libro de Pantana), en el que adquiere particular significado la fecha de edición de La línea: el año anterior al del golpe de Estado en Argentina, y en el que el autor probablemente bucea en sus propias lecturas infantiles.

Por otro lado, con respecto al momento de enunciación, en la contratapa se apunta que Mañana viene mi tío fue escrito “en mayo de 2011, al otro día de que en Uruguay se votara en contra del proyecto que dejaría sin efecto la ley de impunidad contra los crímenes de la última dictadura de ese país”. Surge, se enuncia, pues, como un grito, una reacción visceral, una protesta.

En definitiva, como también dice la contratapa (que insiste en dialogar con el lector y ser precisa), “hay veces que un libro solamente quiere dejar una pregunta a quien lo lea”. Que no es poco.