“¡Dale, sentate ahí, que esto va a ser un espectáculo!”, le decía una veterana a su marido mientras él la miraba displicente. En ese momento ingresó el quinteto de músicos y comenzó a interpretar la melodía de “El carrusel del Furo”. En el repleto Auditorio Adela Reta resonaban los aplausos y ella asentía, radiante.

De repente, cuando todos esperaban ansiosos con los celulares en alto para retener la escena -y reproducir esos autorretratos tan populares-, apareció el legendario Joan Manuel Serrat con una enorme sonrisa. “Móntese en el carrusel del Furo... Súbase... Dos boletos por un duro”, cantó, antes de advertir: “Tengo muchas cosas que decirles, pero se las iré diciendo poco a poco”.

Los primeros compases del recital ya habían enloquecido al público. A medida que el catalán repasaba su carrera con clásicos como “Hoy por ti, mañana por mí” y “Paraules d’amor”, se repetían las interrupciones por aplausos repentinos, gritos de “genio”, “te amo, Joan Manuel” e incluso “viva el Barça”, que convertían el concierto en una fiesta activa, de la que era difícil permanecer indiferente incluso cuando sus modos y algunas de sus letras (como la de la adaptación del poema de Mario Benedetti “El sur también existe”) y arreglos parecieran haberse detenido en el tiempo.

Pero el insólito estallido de emoción de las 2.000 personas que llenaron el SODRE, y las interpretaciones de temas como “Mi niñez” y “Fiesta”, no dejaban a nadie fuera de este espectáculo sencillo y contundente. Entre canción y canción, Serrat dialogaba, distendido. Recordó, por ejemplo, el Parador del Cerro, donde cantó por primera vez en Uruguay en 1969. Recordó los autos viejos, la pamplona, la extrañeza del termo bajo el brazo y la complejidad del lenguaje en palabras como “agarrar” y “coger” o “Concha” y “Concepción”.

Siguiendo la línea de su disco homónimo -Antología desordenada (ver “Te guste o no”)-, grabado junto a numerosos artistas para celebrar el cincuentenario de su carrera, el niño de Poble Sec invitó al escenario a varios músicos uruguayos. El primero fue Daniel Viglietti, a quien presentó como “un entrañable compañero con quien buscábamos al hombre nuevo”. Cantaron juntos “Aquellas pequeñas cosas”, y la inconfundible voz de Viglietti junto a la del catalán transmutaron la canción en un himno secreto. El siguiente fue Fernando Cabrera, a quien se vio algo incómodo en la interpretación de “El titiritero”, aunque ya habían pasado varias funciones en las que participaba. “Con él no es la primera vez que compartimos escenario, pero sí la primera que cantamos juntos una canción”, dijo antes de presentar a Mauricio Ubal para entonar la esperada “Lucía”. La última invitada fue Cristina Fernández, que cantó, de la mano de Serrat, “Es caprichoso el azar”, antes que los demás uruguayos volvieran al escenario para despedirse con el recordado tema de Aníbal Zampayo “Río de los pájaros”, mientras todo el auditorio coreaba “Chua, chua, chua, ja, ja, ja”.

Los músicos -piano, teclado, contrabajo, batería y guitarra- lo acompañaron con delicadeza y eficacia, tanto en el intimismo y la emoción como cuando Serrat entonó: “Tenía diez años y un gato [...] Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo, / una acequia, un establo y unas ruinas al sol”.

Si es cuestión de invocar a Serrat, parece imposible hacerlo sin que traslade consigo su impronta latinoamericana. Ese continente mestizo que se vuelve pulsión a lo largo de su obra vuelve a confirmarse en esta Antología desordenada, celebrando sus 50 años en las tablas con una gira internacional que decidió comenzar en Uruguay. El compositor Mauricio Ubal participó como invitado en tres de los seis conciertos que ofreció Nano. Según dijo a la diaria, Serrat simplemente le preguntó: “¿Por qué no venís a cantar mañana?”, y luego le propuso un par de canciones, entre las que se encontraba “Lucía”. “La verdad es que fue muy emocionante, porque para toda nuestra generación Serrat es un tipo casi único. En los camerinos conversábamos con Cabrera sobre esto; es un artista que reúne muchas cualidades que lo vuelven muy especial”, sostuvo el autor de “A redoblar”.

Además, señaló que su generación “lleva” un Serrat de los 60, 70 y principios de los 80, cuando publicó sus primeros 12 discos. Si bien considera que ésa fue su época de oro, agregó que incluso hoy, con 71 años, continúa siendo alguien “con un timbre de voz personalísimo, con el que logra cantar tan bien”. Lo destacó como un compositor de melodías notable y, como si esto no fuera suficiente, alguien “que tuvo una pinta terrible, y esto también marcó mucho”. “Recuerdo que las mujeres entraban en estado de shock, pero a su vez, él volvía compinche al público masculino. El Serrat de hoy arma un espectáculo de tres horas que cautiva a todos”, afirmó. El músico dijo, riendo, que Serrat “aprovecha hasta lo que no le sale bien” en el escenario, y lo convierte en algo a favor. “Me acuerdo de algunos discos que escuchaba y no me llamaban mucho la atención, pero cuando los interpretaba él en vivo eran increíbles”.