A mediados del año pasado Joan Manuel Serrat anunció que para conmemorar medio siglo de su primera actuación, preparaba “un objeto” con 50 canciones y 50 relatos, que iba a llamarse Trencadís, como los mosaicos de Gaudí realizados con fragmentos de cerámica. De aquella idea inicial quedó la cantidad de canciones (aunque su selección y su ordenamiento se fueron modificando), repartidas en cuatro discos compactos. El “objeto” del que éstos forman parte tiene forma de libro y contiene, además, fichas técnicas, valiosas imágenes de archivo, una discografía, las letras de las composiciones (traducidas al castellano las que canta en catalán, pero no a la inversa) y 15 textos sobre distintos momentos de su trayectoria.

No cabe duda de que tal trayectoria merece ser celebrada. La obra de Serrat es realmente memorable, y de él se puede decir sin temor a exagerar que, plantado en la encrucijada de la calidad, la popularidad y el significado social, no tiene rival entre los cantautores españoles, aparte de ser el que ha construido una relación más profunda y relevante con América Latina. Este medio centenar de canciones, elegidas por él mismo, tiene un nivel promedio muy alto y a la vez deja fuera muchas otras que también pueden ser consideradas de las mejores que ha hecho (prescindiendo incluso de discos enteros muy destacados, como 1978). Semejante “problema” no se plantea con cualquiera.

Lo que no resulta tan evidente es la necesidad o utilidad de estos cuatro discos. De las 50 canciones, ninguna previamente inédita, sólo diez están en sus versiones originales, y entre éstas la más antigua es de 1994. Como es natural, incluso los grandes como Serrat dejan de estar en su apogeo después de cumplir 50 años: fatalmente, las versiones nuevas de lo que grabó en sus mejores años muestran cierto deterioro de su voz, aunque a él le sobren mañas e inteligencia para disimularlo.

Esas 40 regrabaciones, 30 de ellas acompañado por las voces de otros artistas, tampoco implican, en su gran mayoría, recreaciones profundas o cambios radicales. En todo caso, es lógico que desde el punto de vista musical las sorpresas, a esta altura, no abunden.

Serrat, como la mayoría de los cantautores españoles contemporáneos a él, le debe mucho a la escuela de la canción francesa, muy vinculada con el mundo de los cabarets y music-halls, que concentró su creatividad y originalidad en los textos, las melodías y el estilo de los cantantes, tendiendo en otros aspectos musicales a emplear recursos convencionales y genéricos. Ese sistema de coordenadas, que tanto en Francia como en España se mantuvo bastante lejos de las novedades aportadas por el rock desde los años 60, quizá parezca hoy menos anticuado que hace 30 años, pero es probable que esto se deba a calamidades culturales como los concursos de talentos con coaching en televisión.

Sea como fuere, no corresponde demandar que Serrat, ya con 71 años y cómodo desde hace décadas en un territorio tan propio como consolidado, empiece ahora a explorar otros. Él debe saber bien que aunque “Hoy puede ser un gran día” no sea su mejor canción, y aunque la versión original de 1981 no haya sido un prodigio de innovación, la grabada en 1996 con Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos, incluida en esta Antología desordenada, es sin duda inferior (y se parece al tipo de interpretaciones colectivas que suelen presentarse en las “galas” de los mencionados concursos de talentos, sólo que con cuatro superprofesionales en vez de cuatro muchachos deseosos de hacer lo que los coaches les indican). Y mucho mejor sabe que no va a superar, solo ni bien acompañado, sus primeras grabaciones de “Penélope”, “Pueblo blanco”, “Para la libertad”, “Romance de ‘Curro el Palmo”, “Lucía”, “Algo personal”, “Cantares”, “Mediterráneo” y muchas otras grandes canciones. Pero se le dio la gana de grabarlas otras vez, solo o acompañado (no siempre bien), tiene derecho y el resultado está lejos de ser descartable.

El potencial público nuevo hará mejor en aproximarse a su obra mediante discos de otros tiempos, y la compra de este “objeto” bello y costoso parece adecuada sobre todo para quienes ya conocen bien a Serrat pero nunca tendrán suficiente de él. En su abundante discografía, es una muestra más de algo que ya sabemos: que se ha ganado, desde hace mucho tiempo, el derecho de cantar “Me debéis cuanto escribo”.