El año pasado salí bastante feliz de haber visto 7 cajas y les comenté a unos conocidos que me había gustado mucho ese thriller paraguayo. Alguno me comentó que nunca en su vida había esperado oír esas dos palabras pegadas (thriller y paraguayo). Pero sí: 7 cajas fue todo un hito en su país y tuvo una notable repercusión internacional (no tanto en Uruguay), e inspiró alguna otra realización análoga, como es el caso de ésta, que tiene rasgos comunes con aquélla: es ágil, tiene una historia entreverada (aunque comprensible), se ubica en un medio sórdido y sumamente violento, choca pero también hace reír. Por lo menos cinco de los actores del reparto de Luna de cigarras también estaban en 7 cajas.
La promoción turística de Paraguay no fue obviamente una prioridad: al extranjero que decide divertirse en la noche de Asunción no le va nada bien, y no vemos un solo personaje local que no sea un delincuente o un tonto (la única excepción es la muchacha con la que Flitner sale de noche).
El ámbito de la acción involucra tráfico de drogas, presión mafiosa para la adquisición de títulos de propiedad, tráfico de órganos, falsificación de dólares, contrabando, prostitución (incluido el uso de prostitutas como carnada para delitos de mafiosos rusos), fraude religioso y, obviamente, asesinatos, incluidas ejecuciones creativamente sádicas perpetradas por mafiosos contra deudores o traidores.
Parentesco evidente
La película es entretenida y no pasa vergüenza en su realización técnica. No se compara con 7 cajas, ni en lo técnico ni en lo narrativo. Para empezar, peca de un tarantinismo demasiado evidente: como Perros de la calle (1992),empieza con los delincuentes llevando una conversación sobre asuntos triviales (comparación entre la caipirinha brasileña y la paraguaya) mientras la cámara gira alrededor de ellos; como Pulp Fiction (1994), ese momento desemboca en la inminencia de violencia, que se interrumpe para los créditos de presentación, seguidos de un extenso flashback que ocupa casi todo el metraje; volvemos a ese momento inicial recién cerca del final, cuando lo recapitulamos en forma resumida para luego proseguir hacia la conclusión de la trama; también como en Pulp Fiction, el jefe mafioso principal es un gordo pelado de piel oscura que es presentado inicialmente de espaldas y tiene una novia joven y bellísima; el actor Víctor Sosa, que hace de Rodrigo, tiene características físicas y psicológicas que recuerdan a Steve Buscemi en Perros de la calle; la música no suena a típica música incidental de cine sino a un collage de piezas de género, incluidos algunos momentos con un aire totalmente spaghetti western (guitarra Fender, silbido, trompeta de mariachi, rasgueo galopante, tonalidad menor), que hacen juego, además, con la cinematografía paródica de algunas escenas (como cuando el personaje llamado Gatillo dispara contra una botella).
Como si fuera poco también, como en Perros de la calle, hay un duelo fatal en el que casi todos los personajes importantes se matan los unos a los otros y luego otro personaje asoma y se queda con toda la plata; como solía pasar con Tarantino en sus inicios, el espíritu es mayormente amoral, pero como suele pasar con el Tarantino más reciente, hay también un claro partido tomado por mujeres que se vengan violentamente de hombres “machistas” (si es que se puede llamar así a uno que se estaba masturbando mientras espiaba a una mujer espléndida que se bañaba desnuda en una laguna).
No es sólo la imitación lo que molesta, sino el hecho de que cada uno de esos hechos está dispuesto de manera mucho menos significativa que en su modelo. El diálogo inicial que constituye el punto cero no representa -como en su modelo- ninguna tensión en particular, el regreso a ese momento no aporta ninguna sorpresa o revelación en especial, la matanza no implica ningún tipo de dilema humano.
El esquema temporal es sencillamente el clásico 2-1-2-3 (presente, pasado, vuelta al presente y continuación de éste) y no el esquema mucho más complejo y desconcertante de Pulp Fiction. La amoralidad de Tarantino suele liberar la trama del compromiso con la ética general, para centrarse en conflictos vinculados con éticas particularizadas (cuestiones de fidelidad, venganza, rechazo a ciertos extremos de psicopatía), que acá sencillamente no existen, porque no hay personajes empáticos. Tampoco están los planteos éticos que movilizaba la predecesora 7 cajas (en la que, al contrario, había, de una forma u otra, empatía por casi todos los personajes).