Trece canciones es el segundo disco solista de Diego Presa, vocalista, guitarrista y compositor de Buceo Invisible, colectivo multidisciplinario que ya lleva 18 años en el ruedo y que actualmente prepara su cuarto disco. El grupo bucea en las profundidades más recónditas de la tristeza y la melancolía para sacar a flote bellos tesoros en forma de canciones (“Domingo” es probablemente la oda definitiva a ese día, del que muchos se quejan pero pocos le hacen una canción -y menos una tan bella-). El trabajo de Presa como solista sigue, a grandes rasgos, la línea de su grupo; aunque a veces descubre tesoros más minimalistas y tallados con imágenes más fuertes.

Trece canciones se presenta el sábado 21 de marzo en el Auditorio Nacional del SODRE (sala Hugo Balzo), así que la diaria cargó el arpón con preguntas y fue en busca de Presa.

-Al primer golpe de oído, lo que destaca de Trece canciones es el sonido: mucho más pulido y fino que el del disco anterior.

-Las formas en que encaré uno y otro disco son casi opuestas. El primero [Diego Presa, 2011] fue hecho según mis pobres condiciones técnicas de grabación. Lo grabé todo yo, con un micrófono Shure -58, para más especificidad-, salvo las voces, con las que me dio una mano Fabián Cota, quien también forma parte de Buceo Invisible, y él sí es sonidista. Fue muy lo-fi. Y este disco [Trece canciones] fue grabado en un estudio, y mezclado y masterizado en otro. A la hora de encararlo dije: “Tengo otro conjunto de canciones: ¿cómo las puedo trabajar?”. No quería repetir lo mismo; ya me había sacado las ganas de grabar solo, tocando todos los instrumentos. En este disco hay una banda tocando en vivo, en el estudio. Me quedaba eso: probar a grabarlo en un estudio de verdad. Nunca lo había hecho.

-También es la primera vez que trabajás con un productor: Alejandro Ferradás.

-Había una intención de no tomar todas las decisiones. Me gustó mostrar las canciones y que los demás se hicieran cargo. Ferradás me había invitado a tocar un año antes -durante 2013 hicimos un par de conciertos juntos-, y vi su manera de trabajar a nivel de sonido y pulcritud, con sus músicos, que son excelentes: Ariel Iglesias en la batería y Santiago Peralta en el bajo. Para mí fue muy natural decir: “Vamos a probar de decirle a Alejandro y a sus músicos que encaren esto”.

-Seguís trabajando en paralelo con Buceo Invisible; de hecho, están grabando el cuarto disco. ¿En qué te basás para decidir el destino de tus composiciones?

-Todavía no tengo definido un criterio único a la hora de disparar las canciones para un lado o para el otro. Una razón puede ser que hubo canciones que no cuadraron en Buceo a la hora de intentar trabajarlas: no se generó la chispa necesaria -pasó en un par de canciones solamente-. Después, hubo otra serie de canciones que, por los arreglos que me imaginé luego de componerlas, no sé si se adecuaban tanto a la forma de trabajo de Buceo Invisible; me parecía que podían funcionar trabajadas de otra forma. También puede haber una tercera razón, que tiene que ver con cuestiones líricas: letras de las que me parece más justo que me haga cargo yo solo, y no compartir la responsabilidad de ellas con el grupo.

-A la hora de escribir las letras trabajás mucho con las imágenes; se puede decir que es tu sello...

-Escribo mucho con imágenes. Lo que hago al escribir letras de canciones está más emparentado con el lenguaje poético que con el narrativo. Es mi forma de contar algunas cosas, no es que lo haga por gusto. Hay una mirada o un enfoque puesto en la imagen poética como fuente. También tiendo bastante a la síntesis, al golpe poético; si se logra está bárbaro.

-“Caballos” es una de las canciones más concisas del disco. La imagen que transmite es un tanto oscura: “Los caballos viejos / corren / lejos del matadero”. ¿Cómo surgió la canción?

-Habla de libertad. Durante un par de años estuve viajando al Santoral, cerca de San Jacinto, en Canelones. De mañana, muy temprano, iba en el auto por la ruta 7. Hay un campo pelado donde veía unos cuantos caballos; llovía, se embarraba, y estaban los caballos caminando. Me llamaba la atención ese lugar: ¿por qué tantos caballos? Cientos. Caballos medio jodidos, aparte; estaban en la hoja. Hasta que me enteré de que hay un frigorífico ahí, un matadero de caballos. Se llama Clay. No sabía que había producción de carne equina acá. Entonces, cuando me enteré... esa imagen, entre la niebla matinal en invierno y los caballos caminando disparó la canción. Pensé en los caballos y también en la gente que labura ahí...

-“Fucking A” es bastante introspectiva: ¿sos de mirar para adentro o también construís personajes en primera persona?

-Me ha pasado en los últimos años de escribir desde otros personajes, de intentar ponerme en otro yo y escribir desde ese lugar. En este caso, sí, es alguien que soy yo y no. Esa canción surgió -es la más vieja del disco, la compuse hace más de diez años- después de ver una película que se llama Fucking Amal [1998], de Lukas Moodysson, que es un director sueco. Es una película que cuenta una historia bastante sencilla, en la que esa sensación de aridez y desprotección a partir de determinados climas se logra totalmente; me resultó muy fuerte. Es una película que me gustó mucho. No es que la canción tenga directamente que ver con la película, pero a partir de eso pasaron algunas cosas, y salió.

-En tu música se pueden escuchar ciertos ribetes de Eduardo Darnauchans y de Dino. Pero en el arpegio de guitarra eléctrica de “Fucking A” encuentro aires de “Brian Damage”, de Pink Floyd. ¿Es una influencia?

-Es una influencia total. Roger Waters, específicamente. Escucho a Pink Floyd casi desde niño, y el trabajo de Waters siempre me pareció fantástico. Ese arpegio lo tocó Alejandro [Ferradás], es un arreglo de él. A mí me remite también a una cuestión un poco beatlera, del Álbum Blanco, como “Dear Prudence”, y puede ser que haya alguna otra canción que lo utilice. Es particular lo de Dino: me lo comentó más de una persona, sobre todo a partir de este disco. Soy admirador de su obra y me parece un cantante increíble, pero nunca había notado una influencia de él en mi voz.

-¿Tu influencia más fuerte es Darnauchans?

-Sí, entre otras. Dino también, y tampoco encuentro muchos elementos -no me estoy desmarcando- de la interpretación vocal de Darnauchans en cómo canto.

-Para mí es, más que nada, una atmósfera sonora y ciertos personajes que habitan en las letras.

-Puede ser. Es innegable: he escuchado muchísimo la obra de Darnauchans. Es una influencia grande. A la hora de las voces para mí es fantástico Ney Matogrosso, y mi voz no tiene nada que ver con la de él. Michael Stipe [R.E.M.] es otra referencia.

-¿De Uruguay sos más del palo del cantautor, de la música popular, que del rock?

-Sí, me ha pasado eso, aunque hay cosas [del rock] que me gustan. Pero siempre he escuchado más a los autores de canciones, desde [Alfredo] Zitarrosa hasta Aníbal Sampayo en adelante.

-El único tema del disco que no es de tu autoría es “S.Fair”, que lo compuso Álvaro Bassi, integrante de Buceo Invisible que falleció en un accidente en México, en 2006. ¿A qué se debe su inclusión?

-Me hace bien cantar las canciones del Bola, tenerlas cerca. Aparte, me parece una composición maravillosa. El Bola tenía un conjunto de canciones que dejó grabadas de forma muy poco profesional a nivel de sonido, pero con Buceo Invisible tenemos el proyecto -vamos a ver si lo concretamos este año- de editarlas, porque el Bola era un autor de canciones muy particular, originalísimo y con una creatividad desbocada. Es algo que está bueno compartir, porque creo que le va a pasar a más gente lo que nos pasó a nosotros con las canciones de él.

-Al trabajar con temáticas tristes, un tanto onettianas, a veces resulta delgada la línea entre la canción triste y la típica canción bajón en la que uno se victimiza...

-Nunca hubo una apología de la tristeza. La mayoría de las propuestas artísticas que me gustan trabajan con ese material: desde Leonard Cohen, hablamos de R.E.M. recién, y Darnauchans, sin duda. Pero trabajándolo desde un color más. Siempre existió como ese sayo de “música depresiva”...

-Pero eso no es negativo per se...

-No, para nada. Pasa que después de tanto tiempo, y de repetirse tanto, llega un momento en que te lo cuestionás: ¿es tan así? Creo que no es tan así.

-El primer disco de Buceo Invisible, Música para niños tristes, salió en 2006, una época de Pilsen Rock, pogo y “¡vamo’ que esto es una fiesta!”. En estos tiempos esa excitación mermó; por ejemplo, está el trabajo que cultiva Garo Arakelian.

-Totalmente, también trabaja con ese material. Pero es cierto, en la época del primer disco de Buceo Invisible, lo que se conocía más en la movida de rock de acá iba por otro lado, era una cuestión más celebratoria. Y es cierto que últimamente han surgido otras propuestas que escriben y dicen desde otro lado. Pero en ningún momento existe la intención de la autocompasión ni de victimizarse, y si se transmite eso sería bastante jodido para mí, porque no es desde ese lugar que escribo. Tiene que ver con observar determinadas cosas, hacia dentro y hacia afuera, y tratar de plasmarlas con la mayor honestidad posible; nada más.

-¿Podés adelantar algo del próximo disco de Buceo Invisible?

-Estamos grabando en Sondor; está buenísima la experiencia de grabar ahí. Realmente se está trabajando de manera muy colectiva, todo el grupo está muy comprometido en el disco. Seguimos trabajando, aparte de las canciones, en climas y músicas, y tratando de transitar ese territorio entre la música y la poesía que es una marca de identidad del grupo. Me gusta mucho lo que está saliendo. Esperemos que para el segundo semestre de este año esté pronto.

-Cuando empezaron con el grupo trabajaban con el sello Perro Andaluz, y ahora con Bizarro, un sello más grande.

-La experiencia con Perro Andaluz fue genial y súper adecuada a ese momento nuestro. Es un sello encarado a pulmón: la parte de la difusión y distribución del disco no es tan fuerte como la de Bizarro, que tiene un alcance mucho mayor. Eso sí: tanto con Perro Andaluz como con Bizarro no hubo ninguna decisión artística en la que el sello haya intervenido. A veces se piensa que al estar trabajando en un sello hay cierto control de parte de ellos.

-Por otro lado, a veces parece que hay cierto fetichismo por lo “independiente”...

-Nosotros trabajamos de forma independiente durante muchísimos años, y seguimos trabajando de forma independiente, más allá de que un sello nos paga la edición del disco y lo difunde.

-O sea, no es que viene el director del sello y te dice: “Hacé esto, poné lo otro”.

-No, nada. No hay una injerencia a ese nivel, ni a palos. Ojo, me parece genial el encare de autogestión, de decir: “Grabé en el cuarto de mi casa, con un programa pirata, hice las fotocopias en el quiosco de la esquina, lo subí a Bandcamp y chau”. Está buenísimo. Hay cero cuestionamiento acerca de esa forma de hacer las cosas; de hecho, nosotros lo hicimos durante muchos años, y sin internet, porque no había.

-A la música en sí no le quita ni le suma mérito que sea “independiente” o que la difunda un sello.

-No, porque creo que se tiene una fantasía respecto de los sellos, como si el sello manejara tu propuesta artística y se quedara con todos los discos. Tiene que ver con una cuestión hasta generacional. A mí me gusta editar discos. Me encantan los discos en sí, los de vinilo me gustan más, todavía. La forma que encontré de mostrar las cosas que hago es a través de los discos, y la forma que encontramos nosotros de que esos discos lleguen a la gente, por lo menos en este período, es a través de un sello. Nada más que eso.

-Hablemos de tu otra faceta, como profesor de música en escuelas. ¿En la educación formal falta una actitud más empírica hacia la música?

-El aprendizaje de música es un área que genera muchísimas cosas, a nivel cognitivo y expresivo. Me parece que estaría bueno jerarquizar ese espacio. Ya los antiguos griegos hablaban de la música como una de las materias fundamentales de la educación. Sí, sin duda: más horario, mejor material, sería lo ideal. Me parece que aprender los rudimentos de la ejecución de un instrumento sería un aporte para cualquiera de nosotros, aunque no nos dedicáramos después a la música; tiene que ver con la formación como personas, nos ayudaría a convivir con el resto y con nosotros mismos. Pero sé que no es fácil de implementar. El trabajo con niños en las escuelas es algo que me encanta.

-¿Das clases en escuelas públicas y privadas?

-Sí, trato de que sea en ámbitos y contextos bien diferentes. Está bueno tener perspectivas de contextos sociales distintos. El trabajo, por momentos, es distinto, pero muy rico en todos los medios. Me encantó también trabajar en escuelas rurales, una experiencia preciosa. Es algo que me gusta mucho, y con los años cada vez me gusta más. La reacción corporal al estímulo musical en un niño se da desde los primeros meses. El niño se relaciona con muchísimo placer, alegría e intensidad con la música. En la escuela, lo importante es no pudrirla, no frustrar ese vínculo del niño con la música. Eso lo tomo como una tarea fundamental. Trato de definir que en el espacio de la clases de música vamos a escuchar determinado tipo de música. La música a la que ellos pueden acceder por fuera, la que está de moda, la dejamos para afuera, porque igual la van a poder escuchar, pero adentro vamos a tratar de conocer cosas nuevas.

-Entonces, Justin Bieber no.

-No. Pero igual hay un espacio de negociación; no puedo decir: “Chicos, miren la última canción de Neil Young”.