-La muestra es una retrospectiva que en parte pone en diálogo piezas “históricas” de su producción con otras nuevas. ¿Me puede explicar mejor cómo está organizada la exposición?
-El concepto es de Adriana Gallo, la curadora, que conoce muy bien mi obra y que, sabiendo que podía pedir obras de los 60 y 70 a la fundación Daros, quiso incluir también cosas más recientes. Ahí surgió la idea de las piezas que están en la pared de fondo de la sala, que son fotos donde aparecen mis manos de aquel tiempo junto a fotos más recientes y a una línea que las atraviesa llegando a la contemporaneidad.
-Diría que uno de los nudos de su obra es el lenguaje. ¿Cambió su relación con él desde sus comienzos hasta hoy?
-Más que el lenguaje es quizá la representación y el tiempo... tal vez es el lenguaje, en el sentido de la distancia entre la palabra y la cosa. Por eso me interesa tanto el trabajo de Magritte, por ejemplo el cuadro donde pinta un zapato y lo llama la luna: ahí subraya la diferencia entre la cosa y su nombre para hacernos conscientes de que nunca estuvieron unidos, y que uno puede releer toda la realidad así. Magritte desestabiliza toda certeza que tenemos de las cosas. Volviendo a la pregunta, mi relación con el lenguaje no cambió, ya que veo que los problemas que enfrenté a lo largo de mi carrera son siempre los mismos. Los diálogos, por ejemplo, que armé con mis esculturas, o con la misma línea de la que hablaba antes, que desde 2015 se conecta a la línea que dibujé y fotografié en 1973. Siento que así es la realidad, que no es algo lineal, sino muy dislocado, porque se mezcla lo que vemos y lo que imaginamos, la distorsión de nuestra propia cultura y el lenguaje en el sentido de idioma.
-En su trabajo utiliza a menudo objetos muy pequeños, miniaturas y también juguetes. ¿Por qué?
-Tendría que ver cuándo empecé a usar los juguetes, creo que en los 80. Creaba una especie de naturalezas muertas donde aparecían, iba armando un elenco de estos objetos sin un aparente criterio. Los encontraba en mercados de pulgas, ferias... luego me di cuenta de por qué los elegía: o tenían caras asombradas o eran muy chicos, porque me gustaba la idea de retratar a alguien haciendo una tarea que lo supera, muñequitos minúsculos haciendo cosas enormes. Los uso como si fueran actores, pero nunca los modifico ni los pinto, los dejo como están: me doy cuenta también de que nunca elijo juguetes actuales, me atraen más esos objetos de los 50 y es obvio, porque a nivel emocional son familiares. También me gusta usar objetos como souvenirs, o una lámpara con un Cristo dorado u otro que utilicé en varias obras, que es un queso brie que se llama Juana de Arco. Me interesa esta metamorfosis del significado... nadie que compra el queso probablemente se pone a pensar que alguien tuviera que morirse en la hoguera para que le pusieran ese nombre al brie. Luego está el adorno, porque una cosa es el juguete, donde uno como niño está trabajando todo el tiempo con metáforas, otra es el adorno, que es algo de adultos. ¿Por qué uno agarra, no sé, un elefante y lo usa para decorar algo cursi? Es muy interesante.
-Tal vez haya algo del juego también en alguna de sus obras en las que los espectadores tienen que arrancar las hojas. En la muestra hay dos ejemplos...
-Sí, por un lado está la idea de la hoja para arrugar y de otra que está impresa para que se vea ya arrugada. Por el otro, la cuestión por la que diariamente nadie se pone a pensar en qué está haciendo cuando arranca, arruga y tira una hoja... pero sacado del contexto cotidiano llega la onda de Duchamp y brota la metáfora, la poesía o lo que sea.
-Se mudó a Estados Unidos a mediados de los 60. ¿Cómo fue para una mujer latinoamericana insertarse en un ambiente que me imagino era predominantemente masculino y capaz que no demasiado abierto a lo foráneo?
-Pasé por varias etapas. Cuando llegué en 1964 no existía eso de poner en el formulario de llegada si uno era afrodescendiente o hispano. Eso de hispano lo puso Nixon después. En las galerías pasaba lo mismo. Por ejemplo, había una galería importante, Bonino, que representaba a extranjeros: Nam June Paik, Niki de Saint Phalle, Luis Felipe Noé, era algo normal. Tampoco ahí funcionaba eso de lo hispanic. Pero cambió con el tiempo y todavía existe y es fuerte. Hoy, si un museo compra una pieza mía es probable que termine en la sección de latinoamericanos, aunque yo viva desde hace 50 años en Norteamérica. De todas formas, para mí es básico tener relaciones con mi país y con mi idioma. Yo llegué y tuve enseguida muchas oportunidades de exponer, fue muy fácil, no se me ocurría que no. Casi inmediatamente armamos el New York Graphic Workshop con Luis Camnitzer y José Guillermo Castillo: no parábamos de hacer muestras, tocábamos y todo se convertía en oro, además era un momento en que, no sé por qué ley que tenía que ver con los impuestos, se vendían mucho las ediciones de grabados a las empresas y corporaciones. En fin... fue un momento especial. Se aprendía mucho, todo era muy estimulante. Eso es muy de Nueva York, que si había un límite no estaba en el contexto sino en uno mismo. En otros lugares podés decir que no hay material, no hay coleccionistas, faltan galerías, pero ahí tenés todo, y además hay 30.000 personas más buenas que vos y eso te mantiene despierto. Llegando al tema mujer, era el principio del feminismo allá, con el cual no me sentía muy identificada, pero yo era un poco naïve y también venía de otra cultura. Con el tiempo me di cuenta de que sí había y aún hay un montón para cambiar. Claro, se ganó mucho territorio en estos años, por ejemplo gracias al trabajo de las Guerrilla Girls, que unen cierto didacticismo al sentido del humor, pero si yo comparo un artista hombre que está a mi nivel, es muy probable que venda más caro, exponga más, etcétera. Es algo todavía presente, como la cuestión del racismo, que no está resuelta.
-¿Nueva York fue realmente el centro del arte contemporáneo en algún momento? ¿Y lo es todavía?
-Mi taller está en Rhinebeck, a dos horas de Manhattan. Eso de mudarme fue una decisión que tomé después de que se cayeron las torres. En ese momento estaba en Tribeca, a ocho cuadras del World Trade Center, fue un gran shock y daba la impresión de que nunca se iba a volver a la normalidad. Me fui por eso, pero ahora me encanta el taller que tengo, en el medio de la naturaleza. Todavía tengo un departamentito en Manhattan, porque doy clases allá, así que ahora es una situación ideal. Hay otros centros, por ejemplo Berlín, pero lo que tiene Nueva York que no tiene Europa es el dinamismo, todo es más estático allá, tal vez por el peso de la tradición. Siempre digo que Nueva York es como un adolescente, se cree inmortal, es el centro de todo, todos los demás le parecen estúpidos, y a la vez no es nada sofisticado, no tiene modales.
-Me habló de Europa y Estados Unidos, pero ¿Latinoamérica tiene un centro, o puede ser un centro para el arte contemporáneo?
-El tema es que en Latinoamérica todavía no hemos logrado conocernos entre nosotros. Yo conocí a América Latina estando en Estados Unidos. Un argentino que nunca salió de su país percibe a Perú, por ejemplo, como una cosa extraña. En cambio cuando uno llega a Nueva York en seguida se identifica como latinoamericano - por el idioma, la historia y otros factores comunes- más que como argentino, uruguayo o lo que sea. Luego en América Latina hay problemas prácticos, de aduana, de costos altísimos, de gobiernos que todavía no apoyan el arte, lo consideran un adorno. Por eso hay falta de comunicación y es una lástima, aunque creo que entre los más jóvenes las cosas están cambiando, con internet y el hecho de que viajan cada vez más.
-¿Qué relación tiene con Uruguay?
-Muy cariñosa. Tengo muchos amigos artistas que son uruguayos, diría que mi mejor amigo en Nueva York es Marco Maggi, que este año representa a Uruguay en la Bienal de Venecia, además su esposa, Sylvia Meyer, es la que compone la música de mis videos. Sin contar con que mi ex marido, Luis Camnitzer, es uruguayo. En estos días me di cuenta de que la última vez que expuse en Montevideo fue hace 20 años, así que estoy encantada de volver a mostrar mi obra aquí.